miércoles, 28 de mayo de 2008

Jesse Harding Pomeroy, un niño con malas ideas


No es el primer niño que visita esta página, pero desde luego, sí es uno de los más crueles y terribles protagonistas de esta Crónica Negra. La temprana edad con la que comenzó a ejercer su terrible ocupación causó estupor y escandalizó a la conservadora sociedad del estado de Massachussets, donde nació en 1859.

Jesse Harding Pomeroy era hijo de Thomas y Ruthann Pomeroy. Aunque su madre siempre confió en el niño y defendió su inocencia, Thomas no le dio una educación que se pudiera llamar “sana y normal”. Las palizas eran continuas, y se las daba a él y a su hermano en una cabaña propiedad de la familia, lo que provocó un rencor y un sentimiento en el que la violencia y la sensación de poder pesaban más que la presunta corrección que intentaba dar el cruel cabeza de familia.

De pequeño era retraído y presa fácil de los muchachos de su barrio, que no perdían ocasión de meterse con él y martirizarlo esos primeros años de su vida. Su aspecto, grande y con la particularidad de tener un ojo sin iris ni pupila, causaba cierta impresión y era rechazado por la chiquillería.

Como tantos otros psicópatas, las mascotas eran el campo de experimentación de sus macabras aficiones, que motivaron que ningún animal entrara en el hogar de los Pomeroy, tras ser observado mientras torturaba y daba muerte al gato de una vecina.

El siguiente paso en su demente actitud fue fijarse en niños más pequeños que él. Así, comenzó una carrera en la que el objetivo eran los chiquillos que vivían en su Charleston natal.

Con sólo 12 años, en 1871, decidió engañar a William Paine, de sólo 4 y llevarlo hasta una apartada cabaña en las afueras. Allí fue encontrado, unos días después, colgado de las manos y con laceraciones y moratones en su espalda. Por suerte, no había fallecido, aunque no pudo identificar a su atacante.

Tracy Hayden, de 7 años, fue su siguiente víctima. Pomeroy le prometió llevarle hasta un cuartel cercano, para ver a los soldados, pero lo que ocurríó fue que recibió una paliza por parte del joven. Varios dientes rotos, los ojos morados, la nariz rota y varias heridas en el torso fueron las consecuencias en esta ocasión. Tampoco pudo identificar a su agresor.

El mes de abril de 1872, Robert Maier fue invitado por el violento muchacho a ir al circo. Una vez más, lo llevó hasta un lugar apartado y procedió a la habitual tortura. En esta ocasión, no se contentó con golpearlo sin más, sino que insistió en que, mientras recibía el castigo, maldijera en voz alta. Según contó el niño, de 8 años, Jesse se masturbaba mientras le agredía. Cuando hubo culminado el acto, lo soltó y le amenazó con matarlo si hablaba con alguien de lo sucedido.

En esta ocasión, sí hubo una descripición: la de un jovencito de pelo castaño y extraño aspecto. Por desgracia, y no se sabe muy bien por qué, el aspecto del agresor pasó a ser el de un pelirrojo con barba. Esta nueva versión de los hechos confundió a los investigadores y permitió que Pomeroy escapara del cerco policial.

De la siguiente víctima no se conoce el nombre, pero fue la que provocó el pánico entre la población. La recompensa que se ofreció a partir de entonces ascendía a 500 dólares, y ya se le conocía como el “sádico bribón”.

La familia se trasladó hasta el sur del estado, sin que nadie sospechara de quien estaba tras los escabrosos sucesos, pero al poco, estos continuaron en la nueva residencia de los Pomeroy.

George Pratt fue el primero en Chelsea, el nuevo hogar de Jesse. Le ató, le golpeó y añadió nuevas torturas a las que ya había cometido. Le mordió en la cara y le clavó una aguja en varias partes del cuerpo, aunque falló cuando quería hacerlo en el ojo.

Con 6 años, Harry Austin cayó en sus redes, y en esta ocasión, recibió varias heridas de un cuchillo que portaba el torturador. Por suerte para él, un grupo de personas que se acercaba al lugar donde estaban, ahuyentó a Jesse.

Después llegaría el caso de Joseph Kennedy, de 5 años. al que cortó en la cara y le llevó hasta el mar para que el agua salada entrara en las heridas. Robert Gould también escapó de milagro, ya que unos testigos le hicieron huir del lugar de la agresión.

La descripción del asesino se concretaba: ya era de un niño con pelo castaño y un ojo blanco.

Por fin, fue identificado y detenido. Al principio, negó todo, pero tras una noche en la celda de la comisaría, confesó sus crímenes.

Fue recluido en el reformatorio Westbrough, en el que pasó 15 meses, casi en soledad, sin apenas contacto con el resto de internos. Lejos de ser un centro para reinsertar a los jóvenes criminales, la presencia de maleantes y un escaso control institucional provocaba que la vida fuera un auténtico infierno para los débiles. Jesse pasó su estancia allí como un interno modelo y evitó a los matones, mientras calmaba su ánsia para con los más pequeños.

Su treta funcíonó y consiguió salir libre en poco más de un año, pero su presencia en las calles fue ocultada al público en general.

Durante unos meses, Pomeroy trabajó en los negocios de su madre y su hermano, hasta que Katie Curran se cruzó en su camino. Con la excusa de encontrar una libreta para vendersela, la llevó hasta el sótano de la tienda de Ruthann y allí le rebanó el cuello. No encontraron el cadáver hasta un año después.

Tras ella, le llegó el turno a Harry Field, y un tiempo más tarde, a Horace Millen. A ambos los mató, aunque un testigo lo identificó y fue nuevamente detenido.

Aunque todo el mundo clamaba por la pena de muerte, el gobernador no quiso firmar la condena de un niño de 14 años, por lo que fue cambiada a una cadena perpetua en soledad. Durante años, vivió aislado del resto de reclusos y en 1917 fue trasladado a la zona común, donde falleció en 1931, aquejado de varias enfermedades.

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