Loa asesinos en serie suelen ser tipos normales, que no se salen de la normalidad establecida. De echo, suelen ser tipos más bien corrientes, con una presencia que no destaca y que no deja ver el gusto por la crueldad ni el crimen. Muchos incluso utilizan su macabro entretenimiento para sentirse más poderosos, para poseer lo que no consiguen poseer con su vida diaria.
Edmund Emil Kemper III no era así.
Sus 2,05 metros de altura y 135 kg de peso lo convertían en una persona que destacaba entre los demás, y él bien lo sabía. Su madre medía 1,80 metros, y su padre 2, por lo que en casa se sentía entre iguales.
Así que fue un trauma cuando sus padres decidieron poner punto final a su relación y se separaron. Aunque se sentía más cercano a su padre, fue su madre quien se quedó con la custodia de Ed y de sus hermanas.
La infancia fue, como el lector avispado puede imaginar, algo confusa y conflictiva. Varios gatos fueron objeto de sus crueldades y su madre encontró la cabeza de alguno de ellos en el cuarto de baño, mientras Ed la miraba ensimismado.
A los 13 años se va a vivir con su padre, pero este lo envía de vuelta, ya que su comportamiento le preocupa, y no lo quiere cerca de su nuevo bebé, de un matrimonio posterior.
La madre, entonces, decide enviarlo con sus abuelos paternos, Ed y Maude Kemper.
La relación con estos no fue todo lo agradable que debería haber sido, y la tensión acumulada por años de convivencia difícil con su madre provocó un incidente que dio lugar a la carrera homicida del por aquel entonces quinceañero.
Tras una amarga discusión con la anciana, cogió el rifle que le regaló su abuelo y se dispuso a salir. Su abuela le recriminó que fuera a disparar contra los pájaros, como hacía cuando se sentía frustrado.
Sin pensarlo dos veces, se giró y disparó contra ella. El primer impacto le destrozó la cabeza, pero no contento, disparó dos veces más cuando estaba en el suelo. Luego, se sentó en el porche de la casa y esperó a que llegara su abuelo, que había salido.
Cuando llegó, también le mató.
Llamó a su madre, quien le recomendó que llamara enseguida a la Policía, y así lo hizo.
Pasó recluído varios años en una institución psiquiátrica, pero al final, fue dado como apto para la convivencia, en contra de la opinión de algunos expertos, que se imaginaban cómo podía acabar el joven Ed.
Una vez en la calle, probó suerte en diversos empleos, que fue abandonando uno tras otro, porque no se sentía cómodo en ninguno. Su gran sueño era convertirse en policía, pero su estatura le invalidaba para acceder a este puesto público.
Aún así, trabó amistad con varios agentes que compartían con él los almuerzos y charlaban sobre temas de su trabajo, algo que fascinaba al joven Ed. Más tarde, utilizaría esa amistad para comprobar en qué estado se encontraban las pesquisas para arrestar al “asesino de estudiantes”.
El deseo de encontrar una chica que le hiciera caso fue el detonante de comenzar con su macabra actividad, que provocó que la comunidad universitaria de California, de donde era originario Ed, comenzara a tener miedo.
Eran los años 60, y muchas jóvenes utilizaban el método del autoestop para desplazarse hasta el campus. Esa circunstancia la aprovecho Kemper para captar a sus víctimas.
El 7 de mayo de 1972 recogió a Mary Ann Pesce y Anita Luchese. Antes, había parado a otras chicas, pero no se decidió a actuar. Ese día, cambió.
La intención del desequilibrado era violar a una joven, pero se encontró con dos. Las subió al coche y las acercó hasta un descampado. Allí les dijo que iban a morir, y antes de que pudieran huir, se abalanzó sobre ellas y las acuchilló. Como no acabó con ellas con este método, se tomó su tiempo y las estranguló hasta dejarlas sin vida.
Ocultó los cuerpos y los llevó hasta su piso, donde los descuartizó y fotografió. También comenzó a practicar sexo con ellos, antes de proceder a desmembrarlos.
Continuó llevando a chicas hasta la universidad, y no fue hasta el 14 de septiembre cuando volvió a actuar.
Se cebó con Aiko Koo, a la que encañonó con un revolver y la violó y estranguló. Guardó su cuerpo en el maletero y se acercó hasta un bar, donde tomó unas copas antes de volver a su casa.
Mientras, comenzaron a aparecer fragmentos de los cadáveres anteriores y la leyenda del asesino de la carretera comenzaba a hacer efecto en el ánimo de la comunidad universitaria.
Curiosamente, el día después tuvo una cita con el comité que controlaba su libertad condicional. Supo engañarles bien, y nuevamente le dieron permiso para continuar fuera de prisión, y consideraron que la conducta del ya asesino serial estaba bien encauzada.
El 8 de enero fue el día en que Cindy Schall aceptó el ofrecimiento de Ed para llevarla. En un descampado apartado, le disparó y después, violó el cuerpo sin vida de la muchacha.
En esta ocasión, dejó la cabeza enterrada en el jardín de casa de su madre, para convertirlo todo en un juego macabro.
Partes de su cuerpo aparecieron en la playa, tras la marea.
El 5 de febrero de 1973 discutió con su madre y furioso, acabó con la vida de Rosalind Thorpe y Allison Liu. Primero subió a Rosalind, y unos metros más adelante, a Allison. Iban tranquilas, ya que eran dos las pasajeras, pero de varios disparos, Ed terminó con sus vidas y se dispuso a terminar su acostumbrado ritual.
El 7 de mayo era acusado de 8 asesinatos, incluido el de su madre, con quien acabó unos días antes. Él mismo llamó a la policía y se confesó culpable de todos los crímenes, para sorpresa de sus amigos policías.
En prisión, su comportamiento ha sido ejemplar, ya que continúa recluído. Colabora en varios estudios científicos y psiquiatricos sobre su personalidad e incluso participa en un programa de lectura para ciegos. Pidio una cirugía neuronal para eliminar la parte del cerebro que le hacía asesinar, pero ha sido denegada varias veces.
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