martes, 16 de febrero de 2010

Joaquín Ferrándiz, el depredador de Castellón


Cuando hablamos de psicópatas, asesinos en serie o  psicokillers, solemos asumir que el depredador está situado en un país lejano, con un océano por medio o al menos, unos cuantos miles de kilómetros.
Asusta y preocupa que haya uno de ellos ahí al lado, en Castellón. Por suerte, Joaquín Ferrándiz fue detenido y condenado por sus  crímenes en un espacio de tiempo muy corto, lo que demuestra la efectividad de la policía y la Guardia Civil en nuestra provincia, que en nada tiene que envidiar a los de otros países.
Joaquín Ferrándiz era, a ojos de sus amigos y compañeros, un joven normal y corriente. Nada podía hacerles saber el tipo de perversa mente que albergaba en su interior.
Sus roces con la justicia, sin embargo, venían de lejos.
Ya en 1989 fue acusado de asaltar y violar a una joven de 18 años, María José. Al parecer, y según su declaración, Ximo, como le conocían sus amigos, golpeó la moto en que viajaba ella y la hizo caer. Con la excusa de llevarla hasta el hospital, la subió al coche y él la ató y violó, no sin antes golpearla para que no ofreciera resistencia.
Fue detenido y condenado a 14 años de prisión. Su madre, firme creyente en su inocencia, acudió a la prensa para intentar que su hijo fuera liberado porque no había cometido el crimen.
De todas maneras, la buena conducta de Ximo le valió una reducción de condena y en 1995 salió a la calle, merced a la libertad condicional.
Entonces fue cuando comenzó su carrera como asesino.
A los tres meses de salir a la calle conoció a Sonia Rubio, una muchacha que frecuentaba el bar Comix, igual que su verdugo. Él se ofreció una noche a llevarla a casa y ella accedió. Se dirigieron a un lugar frecuentado por parejas, y allí comenzaron a juguetear, pero ella no quiso ir más allá.
Joaquín no supo aceptar esa negativa, y golpeó a la joven. La violó y después, la estranguló con su propia ropa interior.
La sociedad actuó al unísono buscando a Sonia, que se daba por desaparecida, ya que no había aparecido su cadáver. Mientras, Ximo se salvó de cualquier relación con el caso, y continuó haciendo su vida como si no hubiera pasado nada.
Al comprobar la movilización social por la desaparición de Sonia, Ximo comprendió que era arriesgado continuar persiguiendo a víctimas integradas en la sociedad. Sus próximas víctimas serían prostitutas.
Natalia Archelós, Francisca Salas y Mercedes Vélez, eran tres de ellas, que desaparecieron en poco tiempo, y no se supo dar con ellas, e incluso se llegó a sospechar de los proxenetas que las controlaban.
Pero de repente, se dispararon todas las alarmas, ya que el cadáver de Sonia apareció en un barranco de Oropesa. Más tarde, se encontraron en una acequia de Vila-Real los de las tres prostitutas. La policía comenzó a atar cabos y a relacionar los cuatro asesinatos con un único criminal.
La única prueba que había en ese momento era un trozo de cinta de 18 mm pegado en las bragas de la desafortunada Sonia. Nada más con lo que trabajar.
Durante unos meses, Ximo había tenido una relación estable, un tiempo durante el cual no dio rienda suelta a sus instintos asesinos. Pero la relación terminó y volvió pronto a las andadas.
En el Polígono de Los Cipreses se acercó a Amalia Sandra García, a la que convenció para que subiera con él al coche. Su cadáver apareció aquí en Onda, en una balsa.

Su asesinato no se relacionó con el resto, y además, se detuvo a un proxeneta llamado Claudio Alba, acusado del asesinato de las otras cuatro jóvenes. Parecía que Ximo podía escapar sin castigo.
La joven que acusó a Alba se retractó de su declaración casi dos años después, y este salió en libertad. El asesino seguía, pues, en libertad.
Mientras, Ximo se había vuelto más violento y huraño, incluso con sus amigos. Planeaba nuevos ataques.
El 15 de febrero de 1998 asaltó a Lidia, una joven de 19 años. Por suerte para ella, consiguió escapar y denunciar el hecho ante la Guardia Civil. Ya se había dado el primer paso para determinar la autoría…
La investigación recayó sobre él y la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil comenzó a seguirle. Ya era sospechoso, por sus antecedentes, pero ahora estaba el primero de la lista.
Subió a otra muchacha a su coche, Silvia. Antes de que pudiera sumar otra víctima a su macabra lista, la Guardia Civil lo detuvo y la puso a salvo. En un registro a su casa se encontró algo que lo inculpó: un rollo de cinta marrón de 18 mm, como la que se encontró en el cadáver de Sonia.
Tras un duro interrogatorio, Ximo confesó los cinco asesinatos, y dio detalles que sólo el asesino podía tener y que no se habían echo públicos. Así, colaboró también en la reconstrucción de los crímenes y pudo ser condenado.
Hoy, cumple 69 años de prisión por esos delitos.