domingo, 26 de febrero de 2012

Juan V. Corona, el asesino del machete


En Estados Unidos es bastante habitual encontrarse con cientos de historias macabras, protagonizadas por asesinos en serie. Es algo que parece integrado en su Historia, así en mayúsculas.
Juan V. Corona fue uno de estos criminales, un asesino sin alma,  al que se le imputan hasta 25 asesinatos, todos ellos cometidos con un arma terrible: un afilado machete.
Corona nació en 1934 y cruzó Río Grande para establecerse en Estados Unidos, y lo consiguió en la ciudad de Yuba, en California. Comenzó a trabajar para un pequeño empresario de la construcción y nunca nadie tuvo, en principio, problemas con él. Cumplía con su trabajo y no daba problemas. De misa semanal, ayudaba a otros inmigrantes a situarse en la comunidad.
Tenía, eso sí, unos antecedentes de esquizofrenia, aunque nada grave.
Todo comenzó cuando un granjero japonés de la zona salió a pasear con su perro por los grandes huertos que hay en el Estado. Allí vio un profundo agujero cavado en el suelo. Le pareció una tumba, pero no sospechó nada hasta que, unas horas más tarde, lo vio perfectamente tapado. Avisó a la policía, ya que pensó que alguien había enterrado basura en su propiedad.
La sorpresa para todos fue mayúscula cuando al excavar se encontraron con el cuerpo sin vida y desfigurado de un hombre blanco delgado.
La policía no dio mucha importancia al asunto, ya que encontraron una revista de porno gay junto al cuerpo, y lo achacaron a una riña entre homosexuales (que estaban muy mal vistos en la sociedad californiana en aquel entonces) y no se investigó demasiado.
Los cadáveres continuaron apareciendo. En los huertos de Yuba aparecieron hasta 25, todos heridos y desfigurados por las heridas que se identificaron como un machete.  Todos tenían un nexo en común: habían sido contratados por el mismo empresario. Juan Vallejo Corona, antiguo “espalda mojada” reconvertido en pequeño empresario figuraba como empleador de todos ellos.
Se le detuvo el mes de mayo de 1971, pero la falta de pruebas no permitió encausarlo, y quedó en libertad. Comenzó entonces una exhaustiva búsqueda de algo que le relacionase con los cuerpos.
Se le habían encontrado varias armas, pero en Estados Unidos, eso no es óbice de que fuera un asesino. Todos los cuerpos tenían horribles machetazos, pero las técnicas forenses de la época no permitían extraer todas las  pruebas físicas y químicas necesarias. El estudio forense del ADN no estaba todavía desarrollado y todo eran pruebas circunstanciales.
Aún así, todas las pruebas apuntaban a él, por lo que fue condenado a 25 cadenas perpetuas sin derecho a libertad condicional. En 1978 un nuevo grupo de abogados apeló el veredicto, por un defecto de forma, pero nuevamente fue encausado y condenado de nuevo.
Hoy, vive en la Prisión Estatal de Corcorán, en California, con una salud resentida por varias peleas carcelarias y con una severa demencia senil.
Existen dudas sobre su culpabilidad, al menos de algunos de los asesinatos, pero todo pareció cuadrar en la condena que se le impuso.
Los 25 cuerpos eran de personas anglosajonas, vagabundos y personas sin recursos, todos ellos con nombres y apellidos, excepto cuatro de ellos, de quienes no se conoce la identidad.