lunes, 24 de marzo de 2008

Romasanta, el lobisome de Galicia



Los bosques de Galicia están llenos de leyendas, de mitos y de historias que desafían la lógica más común. Meigas, duendes y también hombres lobo surgen de la imaginería popular, quedándose para formar parte de un folcklore rico y extenso.

Pero hay casos que superan la línea de lo posible para aparecer en el “mundo real” y dejar constancia de su existencia en las páginas de la Crónica Negra.

Manuel Blanco Romasanta es el protagonista de los sucesos más extraños y macabros que han ocurrido en el Norte de la Península, pero es que, además, ha sido elegido por la industria patria del cine para llevar su historia a la pantalla grande en dos ocasiones.

Romasanta aparece como bautizado en el libro de bautizados de la Parroquia de Santa Eulalia de Esgos, en Regueiro, el día 18 de noviembre de 1809. La primera duda que suscita esta entrada el nombre. No aparece como Manuel, sino como Manuela.

Creció en esta pequeña aldea e incluso recibió la confirmación junto a sus hermanos, de manos del Obispo de la Diócesis, Dámaso Iglesias y Lago.

Una vida dedicada al aprendizaje y a obtener cierta cultura, que más adelante le serviría para acometer sus perversas ideas., fue el producto de esos primeros años de vida del joven Manuel.

Con 21 años se casó con la joven Francisca Gómez Vázquez, en 1931 años. Este matrimonio duró apenas 3 años, y acabó con la muerte de su esposa, dejando viudo al joven con 24 años.

Se ganaba la vida ejerciendo los distintos oficios que había conseguido aprender los años anteriores. Sastre, tendero, buhonero, carpintero y la curiosa tarea de escribir y leer cartas a los lugareños, ya que era de los pocos que sabía ejercer este arte.

Pero siempre, eso sí, de manera ambulante, recorriendo los caminos y bosques de su Galicia natal. Conocía perfectamente los rincones, los escondites, los atajos y las sendas más ocultas en los extensos y densos bosques gallegos.

Visitaba frecuentemente las aldeas, llevando noticias, cartas y los más diversos enseres para vender.

Así, no tardó en hacerse con la confianza de los habitantes de estas aldeas y pueblos, que confiaban en él de una manera muy sincera.

No era extraño, pues, que Manuela García Blanco, vecina de Rebordechao le creyera cuando Romasanta le prometió un futuro mejor para ella y su hija Petra, de seis años, fuera de Galicia. La promesa era encontrar trabajo en la vecina Santander, en la casa de alguna persona de cierto prestigio que les facilitara el futuro.

Madre e hija partieron con el buhonero hacia Santander, y desaparecieron de la vida de la aldea para siempre.

Cuando, después de varias semanas volvió a Rebordechao, anunció que Manuela y Petra estaban bien situadas en casa de un cura en la capital cántabra, y que era fácil encontrar un trabajo en esa ciudad. El anuncio animó a otras mujeres para dar el paso y salir a los caminos y dirigirse hasta la ciudad para colocarse y conseguir ofrecer un futuro seguro para sus hijos, casi todos ellos de corta edad.

Benita García, hermana de la primera, fue la segunda en partir con el “tendero”, y más adelante, la otra hermana, Josefa. A estas les seguiría Antonia Rúa y otras, cuyas cartas llegaban a la aldea de la mano del voluntarioso buhonero, que leía las letras que enviaban a sus familiares.

No obstante, comenzó a circular la idea de que Romasanta no era tan buen samaritano como se pensaba, y circularon rumores sobre el destino real de las mujeres y los niños.

El hombre intuyó que quizás ya no era bien recibido en la zona, y alargó sus viajes, que llegaron hasta Toledo, donde también ejerció de “hombre para todo” ambulante.

Su nombre era considerado, a esas alturas, un signo de mal agüero en Galicia, y se le tenía cierto recelo.

Tanto era así, que en Toledo, durante la época de la siega, fue reconocido por tres labriegos de la zona, desplazados para el trabajo. Estos, suspicaces, denunciaron a Manuel ante las autoridades y lo detuvieron en el acto.

Le acusaban de haber cometido varios asesinatos y de haber sustraído los bienes de las mujeres a las que había asesinado.

Lo sorprendente de la historia, y aquí entra la leyenda, fue la declaración del hombre. Confesó hasta 13 asesinatos, sí, cometidos de forma horrible, con incluso trazas de canibalismo. Pero lo que confundió a los fiscales y jueces fue su insistencia acerca de cómo los cometió. Según sus palabras, se convertía en lobo y no era consciente de sus actos. Era esta maldición, que había contraído años antes, la que le forzaba a cometer los asesinatos.

Vagaba por los bosques, con forma de lobo y atacaba a los incautos que encontraba por ellos, dándoles muerte de forma inmisericorde y cruel.

En su declaración, añadió la participación de dos licántropos más, Don Genaro y Don Antonio, que le ayudaban durante las cacerías. Nunca se pudieron identificar estos personajes, pero lo curioso del caso hizo que se interesaran en él varias personas de renombre. Entre ellas, la reina Isabel II, que conmutó la pena de muerte por la cadena perpetua. También participó un tal Dr. Phillips, un misterioso científico que creía poder curar la enfermedad mental de Romasanta con la “electro-biología”, que se cree que tenía que ver con los estudios de Mesmer, precursor de la actual hipnosis. Nunca llegó a comparecer, y Romasanta fue encerrado en la prisión de Allariz.

No hay ningún registro posterior sobre el fin del asesino, ni de traslados ni de fallecimiento, y no existe en ningún lugar una tumba con su nombre. Parece que se desvaneció entre los muros de la prisión. La leyenda dice que, convertido en lobo, consiguió escapar de allí y se perdió en los montes, y todavía hoy hay quien asegura que se oye el aullido que señala su presencia.

lunes, 17 de marzo de 2008

Cayetano Santos Gordino, el Petiso Orejudo



Hasta ahora, los visitantes de esta sección han tenido una infancia problemática, que al culminar en la edad adulta, ha sido el detonante de una carrera criminal. Este caso es distinto. Ligeramente distinto.

La infancia de Cayetano Santos Gordino fue, sin lugar a dudas, la época más terrible para los niños de Buenos Aries. Y el responsable fue “El petiso Orejudo” y sus asesinatos de niños.

Cayetano nació los últimos años del siglo XIX, concretamente, el 31 de octubre de 1989, en el seno de una familia de inmigrantes italianos. Su padre, un violente alcohólico sufría la sífilis desde hacía años, y en consecuencia, el pequeño presentaba varios problemas de salud, hasta el punto de estar en varias ocasiones al borde de la muerte.

Pero el niño sobrevivió, saltando de escuela en escuela, siendo expulsado de varias a causa de su falta de interés y su comportamiento, claramente antisocial.

Y en esos primeros años, el pequeño Cayetano, comenzó su fulgurante y precoz carrera criminal.

Fue cuando contaba 7 años cuando la leyenda del Petiso Orejudo comenzó a formarse.

El 28 de septiembre de 1904, se hizo amigo de un niño de 2 años, Miguel de Paoli, al que engañó para llevarlo hasta un solar abandonado. Allí, el joven criminal decidió agredirle. Le golpeó con saña, hasta hacerle perder el sentido y lo lanzó sobre un montón de matojos, con la esperanza de ocultarlo. La suerte quiso que un policía acertara a pasar por allí y los trasladara hasta comisaría, donde fueron recogidos por sus respectivos padres. La Justicia, como suele ocurrir en estos casos, actúo con desidia y Cayetano volvió a su casa.

En 1905 se encapricha de una niña, que cuenta con 18 meses, Ana Neri. De nuevo, la presencia de un policía salva la vida de la víctima del Petiso, aunque se lleva un buen número de contusiones en la cabeza.

El primer asesinato, sin embargo, pasó totalmente desapercibido y sólo se descubrió años más tarde, cuando el criminal fue detenido e interrogado.

Aunque no se encontró el cadáver de María Roca Face, Cayetano reconoció haber enterrado el cuerpo en un solar. Por desgracia, ese solar se convirtió en un edificio de dos plantas y no se pudo actuar en él, por lo que no se pudo confirmar. Sí que constaba en Comisaría una denuncia sobre su desaparición, así que los agentes no dudaron de su palabra, dada su trayetoria. El Petiso confesó haberla enterrado viva, pero inconsciente, en una zanja.

Tenía tres años.

En aquella época, sus padres, impotentes ante su comportamiento, decidieron entregar al niño a las autoridades, reclamando ayuda para calmar sus actividades, que pasaban por apedrear e insultar a sus vecinos.

Pasó dos meses en reclusión y volvió a la calle, donde vagó sin oficio ni beneficio, sin asistir a la escuela y prisionero de sus desvaríos psicóticos.

En 1908 lleva a Severino González Caló, de 2 años, hasta una bodega frente a un colegio. Allí intenta ahogarlo en abrevadero para caballos. Lo tiró dentro y tapó el borde con una tabla, para evitar que escapase.

Por suerte fue descubierto de nuevo, aunque ideó una excusa en la que una mujer vestida de negro había acompañado a ambos menores hasta allí.

De nuevo, escapa impune.

Un niño de 22 meses es la próxima víctima y sus párpados sufren las quemaduras de cigarro provocadas por el terrible chico.

Sus padres vuelven a entregarlo a las autoridades, y pasa tres años en un correccional, de donde sale con más ganas de delinquir.

En 1911 comienza a salir de su barrio y a callejear por Buenos Aires.

A principios de 1912 acomete otra de sus grandes pasiones: el fuego. Conocido ya por su apodo, debido a su característico físico, quema un almacén. El fuego tarda cuatro horas en ser apagado, para el deleite del pequeño.

Un poco más tarde se descubre el cadáver de un niño de trece años. Confesaría ese crimen más adelante, igual que el de la niña Reyna Bonita Vainicoff, que fue quemada viva.

Se suceden los episodios de piromanía, acompañados de la muerte a cuchilladas de una yegua en una cuadra. La violencia contra los animales fue también una constante en su corta vida…

Hay también varios crímenes frustrados por la presencia de vigilantes y policías. Finalmente, su último crimen, el más documentado, fue el que ayudó a la policía a conducir hasta el más terrible asesino que aterrorizó a la sociedad bonaerense.

Otra vez con los caramelos como excusa, engañó a Gerardo Giordano, de dos años, para que le acompañara hasta una casa abandonada. Allí comenzó a estrangularlo, pero fue interrumpido, por puro azar, por el padre del niño que le buscaba. Cayetano consiguió engañarle, diciendo que no lo había visto y le invitó a poner una denuncia de desaparición en la Comisaría. Cuando se fue, al Petiso se le ocurrió una idea: clavar un clavo en la sien al niño. Lo mató sin miramientos y cuando se descubrió el cadáver, acudió al velatorio para comprobar si el clavo continuaba donde él lo dejó.

Afortunadamente, las pistas que dejó en el escenario del crimen condujeron a su detención e ingreso en prisión. Durante años fue víctima de la violencia de sus compañeros, que le veían como un depravado. Incluso le apalizaron salvajemente cuando tiró al gato que tenían como mascota al fuego. Durante 22 días estuvo en el ala médica del presidio y finalmente, murió en 1944, en el penal de Ushuaia, con unas severas heridas internas, provocadas por otra paliza.

lunes, 10 de marzo de 2008

Richard Chase, un vampiro suelto en Sacramento

En las semanas que llevamos sumergiéndonos juntos en las mentes de los peores criminales de la Historia, has tenido ocasión, querido lector, de conocer la personalidad de muchos tipos de personas. Todas, al final, han caído en las redes de la depravación y el asesinato.

La infancia se ha visto marcada como “culpable” de estos comportamientos, y esta semana, para no variar, lo va a ser otra vez.

Richard Tranton Chase fue un niño que sufrió las continuas riñas y peleas de sus progenitores. Él, alcohólico, no escatimaba insultos y violencia contra ella. Este escenario no podía acabar de otra manera que en divorcio, una situación que marcó profundamente la psique del chico.

Fue a los 21 años cuando decidió salir el hogar y comenzar una nueva vida junto a unos buenos amigos, en un piso alquilado en el que las drogas y el alcohol fluían sin mesura.

Los años en un hogar desestructurado y las drogas en su juventud consiguieron, finalmente, que su mente se partiera y desarrollara una fuerte esquizofrenia.

Continuamente hablaba de una importante organización criminal que le perseguía y quería acabar con su vida. Tal fue su locura que procedió a tapiar las puertas y ventanas de su habitación y sólo salía de la misma a través de un pequeño y angosto agujero que hizo tras el armario.

Un día decide raparse el cabello y contempla, asustado, como su cráneo comienza a deformarse y los huesos del mismo desgarran su piel. Acude al médico aterrado y le cuenta que, además, alguien le ha robado la arteria pulmonar, por lo que no consigue respirar bien.

Obviamente, es internado en un centro psiquiátrico para evaluar e intentar curar sus delirios. Pero el destino quiere que sea dado de alta contra los deseos de muchos de sus médicos, que alertan del peligro que puede suponer Richard para la sociedad.

Y no se equivocan.

Deja toda la medicación prescrita y comienza a delirar sobre que su sangre se convierte en polvo. Para sustituirla, debe de ingerir sangre fresca en grandes cantidades. Y es entonces cuando la encuentra en pequeños animales.

Gatos, perros, conejos… cualquier animal que corra la mala fortuna de cruzarse en su camino se convierte en parte del líquido remedio que salvará su vida.

Vuelve a ser internado, pero al poco vuelve a estar en la calle.

Esta vez es la Coca-Cola la que acompaña al carmesí elemento hasta su estómago, a modo de bebida combinada, digna del mismísimo Drácula.

Dos nombres son importantes en aquellos días para Richard, nada recomendables, por cierto. Se trata de Kenneth Bianchi y Angelo Buono, asesinos seriales más que conocidos y de los que se hablará en estas páginas.

Colecciona todos los recortes de prensa con sus andanzas y decide comprarse un arma, una pistola del calibre 22, con la intención de utilizarla para imitarles.

La utiliza al poco tiempo, con sólo 28 años, sobre un desconocido con el que se cruza por la calle. Le descerraja dos tiros y lo deja muerto en la acera.

Una joven de 22 años es su siguiente víctima. Teresa Tallin estaba embarazada de tres meses, y fue asesinada en su propia casa, a donde acudió Richard, elegida quizás de manera aleatoria. Recibió tres disparos y después, el “vampiro de Sacramento” se cebó con ella. La abrió y comenzó a vaciar los órganos sobre la cama y con el vaso de un yogur, disfruta de la todavía caliente sangre de Teresa.

Unos días más tarde decide entrar en la casa de la familia Miroth. En ella se encontraban Evelyn Miroth, su hijo pequeño Jason, su sobrino David y un amigo de los niños, Daniel Meredith. Los cuatro cayeron frente a los disparos del psicokiller.

Una vez muerta, la infortunada Evelyn fue violada por ya desquiciado Richard, Después de tan execrable acto, bebió su sangre y después dirigió su atención hacia los niños.

Fue interrumpido por alguien que llamó a la puerta, mientras estaba ocupado con uno de ellos. Se vio obligado a escapar, aunque huyó con el cadáver del más pequeño de ellos, un bebé de 22 meses.

Terminó con él en su casa, de la manera brutal y horrible que, estimado lector, puedes imaginar.

La policía estaba desconcertada, ya que no se seguía un patrón habitual y los crímenes parecían haberse efectuado de manera aleatoria, por lo que no conseguían ningún avance en las investigaciones.

Tras el asesinato de los Miroth, decidieron hacer un registro en toda la ciudad, buscando una pista.

Con este sistema se acercan a casa de Richard, que está terminando de empaquetar los restos de su último crimen, los del pequeño MIroth.

No abre la puerta a los agentes, pero estos, al escuchar ruidos decidieron esperar y vigilar el apartamento.

No se equivocaron. Al poco, Richard salía con una caja, que al ver a los agentes soltó y que cayó al suelo mostrando su macabro contenido.

Trozos de cuerpo humano se esparcieron por el suelo y los policías que consiguieron mantener el tipo arrestaron a Richard.

En el apartamento encontraron los restos de sus asesinatos: sangre por doquier, un tupperware con vísceras de animales y humanas y una licuadora con la que preparaba su bebida favorita.

“Yo no he sido”, comentó Richard a los que le detuvieron. “Esto es un complot”, aseguró.

Finalmente reconoció haber ingerido carne y sangre humana, “porque la necesitaba” y fue encarcelado. Desde la cárcel continuaba asegurando que el complot estaba urdido por sus padres, por extraterrestres o incluso por Frank Sinatra.

Consiguió suicidarse en 1979, ingieriendo una alta dosis de pastillas, a los 29 años y con 44 asesinatos demostrados a sus espaldas.

lunes, 3 de marzo de 2008

John Wayne Gacy, el payaso asesino

La infancia, querido lector. Que gran momento, que pasa fugaz por nuestras vidas y deja tenues recuerdos. En ocasiones, esos recuerdos vuelven a nuestra mente a medida que pasan los años y es fácil ir recordando esos pasajes de nuestra historia que dejaron huella.

Y en ellos, probablemente, la figura de un payaso tenga una relevancia especial. Sí, los payasos acompañan las fiestas infantiles, les alegran y divierten sin más pretensión que hacerlos felices.

Que gran labor realizan los payasos, ¿verdad?

Pero también hay un lado oscuro en estos simpáticos personajes, que en ocasiones hacen que el niño más alegre salte en el llanto más desgarrador.

Quizás, en lo más profundo de su mente, relacionen a esa cara multicolor con terribles crímenes y grandes barbaridades realizadas contra las personas.

Quizás, y sólo quizás, atisben la cara de Pogo, de John Wayne Cacy.

Nació tras la Gran Guerra, en 1946. Fue en Chicago, en el seno de una católica familia irlandesa, compuesta, como no, por un padre alcohólico, dos niñas y una madre maltratada por su marido y él mismo.

-La infancia de John transcurrió, como es normal en este tipo de personas, en mitad de los sentimientos encontrados frente a su padre. Por un lado, sus continuos abusos verbales contra él y las mujeres de la casa, y por el otro, el ansia de ser digno de recibir la atención del progenitor, hacer que se sintiera orgulloso de él y no incurriera en esos severos castigos.

Con 11 años, comenzaron los problemas de salud para John. Un golpe en la cabeza, provocado por los juegos con sus amigos, le costó un coágulo en la cabeza. Quizás sea ese uno de los motivos de su comportamiento posterior, aunque probablemente, no tenga nada que ver, y sólo sea su perturbada mente la responsable.

Este episodio se pudo arreglar sin más problema gracias a la medicación, aunque tardó varios años en diagnosticarse. A medida que crecía, sus problemas de salud continuaron, esta vez con el corazón como protagonista. Su órgano motor comenzó a provocarle molestias, aunque los médicos decidieron que no era un gran problema y que podía continuar con su vida.

Tras una época de instituto con bajas notas, partió a probar fortuna a la luminosa Las Vegas, donde terminó ejerciendo en empleos de baja consideración, y tuvo que volver a su Chicago natal. Allí se matriculó en una escuela de negocios, desde donde comenzó a ganar una posición social gracias a sus dotes de vendedor.

Conoció por esa época a Marlynn Myers, cuyo padre era propietario de una franquicia de Kentucky Fried Chiken y ya tuvo su futuro profesonal asegurado, en la dirección del restaurante.

También despuntó entonces su vocación de ayuda a la comunidad. Se disfrazaba de payaso y acudía a los hospitales y orfanatos, para alegrar a los pequeños allí internados. Pogo, su personaje, era querido y admirado por la chiquillería. Era agradable, risueño y simpático. Todo un gran personaje a nivel social.

Hata que, las malas lenguas, envidiosas quizás de su posición, comenzaron a trabajar. Se decía que John tenía una querencia especial hacia los jovencitos que trabajaban con él en el restaurante. Se decía que no atendía convenientemente a su esposa y que frecuentaba la compañía de jovencitos que le procuraban el desahogo que no obtenía con ella.

Entonces, apareció Mark Millar, un joven que le acusó de haberlo retenido contra su voluntad y violado en su propia casa, tras engatusarlo y atarlo en la cama.

John dio con sus huesos en la carcel durante varios años, hasta que salió de prisión por buena conducta. Divorciado, rehizo su vida con Carole Hoff, que aportó al matrimonio dos hijos. Sabía de la condición de ex-convicto de su marido, pero creía en él y le dio una nueva oportunidad.

Sin que ella lo supiera, las correrías criminales del payaso, pues continuaba con su labor desinteresada por los niños. Nada hacía sospechar que este ciudadano modelo, hombre del año de su comunidad, fuera un terrible asesino.

Y es que los secuestros continuaban. Empresario de la construcción, utilizaba todo su encanto personal para atraer a jovencitos, tanto trabajadores suyos como víctimas propiciatorias, hasta su casa y los ataba. Las violaciones se complementaban con torturas que duraban varias horas. Sumergía al muchacho en la bañera, llena de agua, y con la cabeza tapada, hasta que la asfixia podía con él. Cuando estaba a punto de fallecer, lo revivía y continuaba con su tormento. Disfrutaba mucho con esas depravadas prácticas. La violación también la efectuaba con utensilios cortantes, juguetes sexuales que destrozaban a sus víctimas.

La fortuna quiso sonreír a Jeffrey Rignall, que consiguió sobrevivir al cruel destino que le preparaba Wayne, aunque no habló hasta que detuvieron al asesino.

Los vecinos estaban encantados con el regordete hombre de negocios, aunque de su jardín, decían, surgía un desagradeble hedor, que decía su propietario, venía de un sumidero cercano, de unas tuberías en mal estado.

La desaparición de Robert Piest provocó una investigación sobre el considerado buen hombre, finalmente, se destapó todo. En su jardín se encontraron los restos de más de 20 cadáveres. El resto, hasta 33, estaban en un río cercano.

El juicio fue sumarísimo, y John Wayne, el payaso, fue condenado a morir por inyección letal. La pena se cumplió en 1994, dos años después, aunque dificultades con un cateter provocaron que tardará unos 27 minutos en morir.

Sus últimas palabras definen muy bien su verdadero carácter: “Bésame el culo”, le dijo al funcionario que le acompañó hasta su última cita.