lunes, 27 de abril de 2009

Fritz Haarman, el carnicero de Hannover


Es curioso como los momentos difíciles de un país, de una ciudad o simplemente de una comunidad puede llegar a disparar la imaginación de quien ya anda un poco descentrado y llega a crear modos, digamos curiosos, para dar rienda suelta a sus perversiones.

Fritz Haarmann nació y creció en la Alemania de finales del siglo XIX, un momento que devenirá en trágico a raiz de las dos grandes contiendas que comienzan a fraguarse en esos años.

Además, su familia no fue lo que se podría denominar una familia modélica. Su padre bebía demasiado y solía paliar sus frustraciones golpeando a su mujer y a sus hijos, tres niñas y el pequeño Fritz. La mujer, también atrapada en la trampa del alcohol se abstraía vistiendo y tratando al joven como una niña, cosa que encolerizaba más al brutal progenitor y causaba una nueva tanda de golpes.

Sus hermanas no tardaron en huir de casa y cayeron en las turbias aguas de la prostitución y el alcohol, mientras que Fritz fue a parar a una academia militar para, según su padre, hacer de él un hombre.

En esa turbia época, Fritz ya fue detenido por acosar sexualmente a varios niños de menor edad y fue expulsado con deshonor de la academia. Además, el joven comenzó a sentir en sus carnes el dolor que suponía padecer crisis epilépticas, además de ser homosexual. Estas dos situaciones provocaron su ingreso en una institución mental, ya que en esa época se aplicaban toda suerte de tratamientos y terapias cruentas y contundentes para tratar lo que consideraban una enfermedad.

Su comportamiento fue ejemplar mientras recibía los tratamientos, y en 1903 salió a la calle con la ilusión de comenzar una nueva vida.

Durante años, su vida pasó con pequeños delitos, trabajos efímeros y bastantes llamadas al orden por su afición a perseguir a adolescentes con fines obscenos.

Se inició en el oficio de carnicero y una vez estalló el primer conflicto mundial, comenzó a traficar con carne, un bien escaso durante la contienda. Cerdo y caballo eran las carnes que solían circular de manera escondida gracias a Haarmann y otros como él, que vendían a un precio alto, pero que siempre encontraba quien lo adquiriera.

En Hannover, donde encontró su hogar el carnicero, se hizo con la propiedad de una buhardilla en Neustrasse, el llamado “Barrio de los Ladrones”, una zona de la ciudad que ofrecía refugio a los marginados de la sociedad.

Al terminar la guerra, se produjo una disminución en la cantidad de carne que se podía disfrutar, aún en el mercado negro, y en consecuencia, los ingresos comenzaron a menguar.

En 1919, con la ayuda de su amante y socio, Hans Grans, comenzó una temporada de crueldad y horror para los jovenes de la ciudad alemana.

Según los informes policiales, fue en septiembre de ese año cuando se registra la primera desaparición en la que la mano de Fritz está presente. Convenció a un joven de 17 años, Friedel Rothe, para que le acompañara a su buhardilla a fin de pasar la noche en una cama caliente y comer algo decente. Sus padres denunciaron su desaparición, y el nombre del carnicero surgió en la declaración.

En su casa, los policias, que conocían a Haarmann por ser confidente suyo, pasaron por alto varios indicios de la presencia del chaval, e incluso dejaron de ver la cabeza del muchacho, escondida tras la puerta de la cocina, envuelta con unos periódicos.

Envalentonado por la situación, el carnicero de Hannover se liberó.

La situación caótica del país propiciaba que miles de niños huyeran de casa, en busca de un futuro en las grandes ciudades, y Hannover no era una excepción. Jovenes de doce a veinte años se agolpaban en la estación del tren, y fue allí donde el cruel asesino encontraba a sus víctimas. Armado con su placa de colaborador de la policía, atraía a sus víctimas hasta su hogar, y los violaba y posteriormente, asesinaba con la ayuda de su amigo y colaborador.

Cuentan las crónicas de la época que en ocasiones desgarraba la carótida de los infortunados con sus propios dientes y disfrutaba viendo como la vida abandonaba sus cuerpos.

Durante cinco años, elegían sus víctimas aleatoriamente y provocaron la muerte de más de cien muchachos.

Por fortuna, unos niños descubrieron en el río junto al que se alzaba el edificio de Haarmann una calavera. Los policitas comenzaron a atar cabos y descubrieron más huesos humanos en el lecho fluvial Quinientos huesos fueron catalogados y se determinó la presencia de restos de unos 23 jovenes.

¿Y la carne?, se preguntará el lector…

Fritz y Hans continuaban con su labor como carniceros, vendiendo unas sabrosas y solicitadas salchichas, que pese a la escasez de matieria prima nunca faltaba en las cestas de estos artesanos.

Pese a que algún vecino había denunciado la presunta composición de la carne de las salchichas, no le habían hecho caso… hasta el momento.

Por la violación, muerte y prácticas de canibalismo, fue sentenciado a muerte y guillotinado el 15 de abril de 1925, mientras que que Hans Grans fue condenado a cadena perpetua, que se conmutó más tarde a doce años de prisión.