martes, 15 de junio de 2010

Los Hermanos Izquierdo, los asesinos de Puerto Hurraco

Crónica Negra de España está repleta de personajes trágicos, dramáticos y situaciones mucho más terribles todavía. En los años 90, un pequeño pueblo extremeño que no estaba ni el mapa, hasta que los hermanos Izquierdo hicieron de la calle un auténtico matadero.
¿La causa? Una enemistad entre dos familias, que durante 30 años enfrentó a los Izquierdo y a los Cabanillas.
Todo comenzó, parece ser, por una cuestión de tierras entre ambas familias. También hubo un lío de faldas, ya que uno de los Cabanillas Amadeo, se enamoró de Luciana Izquierdo. Su amor fructificó en una boda que unió ambos clanes.
No obstante, los problemas comenzaron a agravarse. La tensión creció y Jerónimo Izquierdo asesión a puñaladas a Amadeo. Fue detenido y pasó unos años en prisión.
Mientras, la casa de los Izquierdo ardió, muriendo a consecuencia del fuego la madre del clan. Este culpó a los Cabanillas y Jerónimo se fue hacia Antonio Cabanillas con la intención de apuñarlo. Fue nuevamente arrestado e internado en un psiquiátrico, donde murió nueve días después.
Sus hijos continuaron en libertad, atesorando el odio contra la familia Cabanillas, esperando el momento de vengar a su padre. Este, falleció nueve días después.
El escenario para la tragredia, una aún mayor, estaba listo.
El 26 de agosto de 1990, los hermanos Izquierdo, Emilio y Antonio, que contaban ya con 58 y 53 años, respectivamente, tomaron sus escopetas y salieron a la calle. Se acercaron hasta donde sabían que estaban algunos de los Cabanillas y se dispusieron a cobrarse venganza.
Antonia y Encarnación Cabanillas, de 12 y 14 años, fueron las primeras en caer bajo los disparos de los asesinos. Manuel, de 57 años, escuchó los disparos y salió corriendo del bar donde estaba. Fue abatido por los disparos de sus rivales, antes de que pudiera comprender lo que ocurría.
Su hijo, Antonio, fue alcanzado en la espalda y quedó postrado en una silla de ruedas. Los asesinos se sentían envalentonados, ante la visión de sus primeras víctimas y se afanaron en cargar sus armas para continuar.
Los Cabanillas ya no eran el único objetivo. Comenzaron a disparar a todo el que se movía. Araceli Murillo fue alcanzada y muerta en la puerta de su casa, igual que Manuel y Reinaldo Benitez y José Penco, que escapaban del lugar de los asesinatos.
Una pareja de la Guardia Civil también fue alcanzada, dentro del coche patrulla, antes de poder siquiera desenfundar sus armas reglamentarias.
Ante la presencia de la Benemérita, los hermanos izquierdo huyeron al monte, donde fueron encontrados horas después y arrestados. También se detuvo a las hermanas de los asesinos, Lucía y Ángela. Las autoridades determinaron que fueron las inductoras del crimen, y presentaban, igual que los hermanos, problemas psicológicos.
Al final, nueve cadáveres descansaron en las calles del pueblo, y quince personas fueron heridas.
Esta semana pasada murió en su celda el último de los asesinos, ahorcado por sus propias sábanas, cerrando uno de los puntos más oscuros de la Crónica Negra española.

domingo, 13 de junio de 2010

Ricardo Ramírez, violador y asesino en Los Angeles


La infancia, o mejor dicho, los sucesos que ocurren durante la infancia, son determinantes para el desarrollo posterior de la persona. Si esos sucesos son traumáticos, pero de verdad, la persona puede llegar a ser adulto con algunos problemas. La larga lista de asesinos en serie demuestra que su infancia fue muy dura y aunque no siempre tiene que acabar así, el presenciar un asesinato durante la niñez ayuda a convertirte en uno.
Es el caso de Richard Ramírez, un norteamericano con ascendencia  mexicana cuyo padre era amigo del castigo corporal y con demasiada frecuencia. Se relacionaba con su primo Mike, quien asesinó a su esposa de un tiro en la cara delante del joven Richard. Nunca dijo que él estaba presente pero el haber presenciado ese crimen marcó su vida. Normal, teniendo en cuenta que parte de la sangre cayó sobre su cara.
De todas maneras, esto fue sólo un detonante, ya que le daño estaba hecho ya, al parecer. Una epilepsia, unida al castigo físico, la férrea disciplina católica imperante en su hogar, habían hecho ya su camino. Cuando cursaba noveno curso, dejó el colegio y se dedicó a vivir en la calle, fumando marihuana y tomando otras drogas y alcohol.
Esto provocó que los dientes se le resintieran y su aliento fuera bastante desagradable, algo que él llevaba muy a gala. Era, según él, un vehículo para el Demonio, de quien él era un sirviente, decía.
Pero los asesinatos comenzaron en 1984. El 28 de junio de 1984, cuando tenía 24 años, entró en la casa de Jeannie Vincow, de 79 años. Ya había robado antes en casas, pero esta vez, violó a la mujer y la asesinó. La rabia contenida surgió de repente, ya que el cadáver se encontró con la cabeza casi arrancada del tronco y numerosas acuchilladas.
El 17 de marzo de 1985, la joven María Hernández llegó a su casa desde el trabajo y al bajar del coche, se encontró con Richard apuntándole con un arma a la cara. Disparó, pero un acto reflejó provocó que la bala chocara contra el llavero y le salvó la vida. Se quedó quieta en el suelo, esperando que el asesino le tomara por muerta. Este subió hasta su apartamento y allí se encontró con la compañera de piso de María, Dale Okazaki, de 33 años. Sin mediar palabra, le descerrajó un disparo a bocajarro en la cara, matándola en el acto. El cadáver lo encontró la propia María unos minutos después.
El matrimonio Zazzara fue el siguiente objetivo. A él lo mató rápidamente, pero con ella se recreó con toda su maldad. Le sacó los ojos, la apuñaló sin piedad y la violó. En el escenario del crimen se encontró una huella de una zapatilla y se relacionó, por fin, con los anteriores asesinatos.
La prensa californiana comenzó a hablar del Asesino Nocturno y se consiguió una primera descripción, gracias a una víctima de violación que no fue asesinada por Richard.
El 30 de mayo entró en casa de Ruth Wilson, una mujer de 41 años que vivía con su hijo de 12 años. Encerró al niño en el cuarto de aseo y a ella la ató en la cama y la violó. Le dijo que le había gustado y que no la iba a matar, aunque ya se sabía que había asesinado a más mujeres en situaciones similares. La descripción se ajustaba a la que ya conocían y el cerco se estrechó.
Dos hermanas de 80 y 83 años y una niña de 6 son otras de las víctimas de Richard, pero no son las únicas. Una nueva identificación dio el número de la matrícula y se localizó la furgoneta que conducía Richard. Las pruebas fueron suficientes para condenarle por 14 asesinatos, 5 intentos de asesinato, 9 violaciones (entre las cuales 3 fueron a menores), 2 secuestros 5 robos y 14 allanamientos de morada. La condena fue la pena de muerte, que aún está esperando a que se cumpla, en el penal de Sacramento.