martes, 23 de septiembre de 2008

Bela Kiss, un vecino ejemplar


Los asesinos en serie suelen avisar, de alguna manera, de que su comportamiento no es normal. La vida que llevan, las obsesiones que les conducen a ser quien son marcan sus trayectorias vitales y les delatarían, si nos fijáramos con atención en ellos.

Pero como no somos expertos en la materia de la psique humana, todas estas cosas nos pasan desapercibidas y no somos capaces de ver qué clase de monstruo es quien acaba siendo un terrible depredador.

Bela Kiss era una persona encantadora, un simpático hombrecillo que era querido y respetado por los vecinos de su pueblo y alguien que ofreció sus bienes a la comunidad si en algún momento podían ayudar a superar determinadas crisis.

Pero lo que los vecinos de Czinkota no supieron hasta que fue demasiado tarde, era que Bela Kiss era uno de los más activos asesinos en serie de Hungría.

Bela llegó al tranquilo pueblo de Czinkota, en Bulgaria, acompañado de su joven esposa María, una agradable joven que contaba quince años menos que su marido.

Pronto, la pareja se ganó la simpatía de todos sus vecinos, por su carácter b0nancible y conciliador. Él era considerado poco hablador y reservado, pero atento y de confianza, mientras que ella se ganó con facilidad la confianza de sus conciudadanos por su carácter extravertido.

Se instalaron en una gran casa, y para atenderla, contrataron a dos sirvientes, que permanecían en ella para realizar las tareas domésticas y atender a los señores en lo que necesitaran.

Bela pasaba largas temporadas fuera de la casa, al parecer ocupado atendiendo sus negocios, de los que no hablaba y nadie parecía saber de qué trataban.

María, en cambio, pasaba estos periodos sola. Al menos, hasta que conoció a Paul Bikari, un joven y prometedor artista de la localidad.

Pronto comenzó a intimar con él y, al parecer, inició una relación oculta con el joven.

La población estaba indignada ante la actitud de la señora de Kiss. Tan joven, tan simpática, y no hacía otra cosa que traicionar a su marido que, aunque más mayor que ella, se merecía su atenta fidelidad.

Pasaba el tiempo, y la indignación popular aumentaba. ¿Cómo iban a dejar pasar semejante infidelidad?

Así que, un día, en una junta popular, se decidió que el marido despechado debía de conocer como era realmente su mujer, y un grupo de hombres del pueblo esperó a Bela a su regreso a casa, para mostrarle la grave falta.

Sin embargo, al verles Bela hizo algo que no acostumbraba a hacer: les saludó con deferencia y les sonrió, un acto que no solía realizar y que era bastante extraño. Esto compadeció a los hombres, que no se atrevieron a decírselo. ´

Entró en su casa y desde fuera, le oyeron llorar desconsoladamente. Alarmados, entraron y se lo encontraron en el salón agarrando entre sus manos una carta. Se trataba de la carta de María, que le anunciaba que se iba en compañía de Paul, y que no quería que la buscara ni que supiera más de ella.

Sumergido en una grave depresión, su carácter se volvió más torvo y huraño. Dejó de relacionarse con sus vecinos, que pese a todo le tenían en muy alta estima.

Contrató a un ama de llaves que le ayudara con la casa y continuó con su vida de viajes.

De repente, la casa volvió a ser escenario de risas femeninas y de relaciones románticas. Bela solía llegar acompañado por jóvenes, que pasaban una o dos noches con él y al parecer, partían sin haber conseguido encandilar al maduro abandonado.

La gente de Czinkota se preocupaba, en especial su ama de llaves. Esperaban que alguna de estas muchachas consiguiera hacerle olvidar a María y darle una vida feliz.

En esos años, la I Guerra Mundial comenzaba a ser la trágica noticia que recorría Europa, y la nación estaba preocupada. En el pequeño pueblo también, porque las informaciones eran preocupantes.

Bela condujo al condestable del pueblo hasta su sótano. Allí le mostró varios bidones hechos de cemento y otros materiales, donde aseguró tener gasolina para ser utilizada en emergencias. La cedió al pueblo, por si en algún momento era necesaria. El condestable, se deshizo en halagos para el hombre y se mostró muy agradecido.

La guerra pronto se convirtió en una realidad, y Bela fue alistado en el ejército, aunque había asegurado que padecía una seria enfermedad cardiaca que el impedía luchar. Al poco, se recibieron noticias de su muerte en combate y el condestable se hizo cargo de los bidones, que habían sido cedidos por Bela.

Cuando hicieron falta, se apresuraron a abrirlos. Sólo uno de los treinta bidones contenía el preciado combustible. El resto estaban llenos de alcohol, una sustancia que Bela había estado utilizando para conservar cada uno de los cadáveres de las jóvenes que había matado, una a una, tras pasar una o dos noches con ellas. Entre los cuerpos encontrados, se hallaban los de María y Paul.

La conmoción cayó sobre los habitantes del pueblo que tanto habían querido a Bela, y pocos se querían creer lo ocurrido. Pero era terriblemente cierto.

Así, se supo que el presunto asesinos de muchachas en la capital Húngara, un tal Hoffman, era en realidad Kiss, y sus víctimas eran ejecutadas en la tranquila población.

Bela fue dado por muerto, aunque la polcía sospechaba de que estaba vivo, y efectivamente, su rastro se localizó, aunque se perdió cuando embarcó, posiblemente, hacia Sudamérica, donde se supone que murió tranquilamente al llegar la vejez.