martes, 26 de agosto de 2008

Jarabo, un asesino con clase


La Crónica Negra española, por desgracia, también tiene en su haber un buen número de personajes cueles, oscuros y trágicos.
Madrid, capital de la nación, como gran ciudad y urbe principal, recogió en sus calles a varios de ellos, seres que decidieron tomar las vidas de otras personas por su propio beneficio.
José María Manuel Pablo de la Cruz Jarabo Pérez Morris ha pasado a la Historia del crimen patrio por su vida y sobre todo por la crueldad con que realizó sus cuatro crímenes. Cinco, si se cuenta la vida del nonato que crecía en el vientre de una de sus víctimas.
Jose María nació en la Madrid de la preguerra, pero su chalet fue tomado por una célula anarquista, y se convirtió en una “checa” donde se ajusticiaba a los desgraciados capturados por sus integrantes.
La guerra civil provocó el exilio de la familia a Miami, donde la familia mantuvo su fortuna y el alto nivel de vida que tenían en Madrid.
Allí ya comenzó a tener problemas con la justicia y decidió, ya adulto, trasladarse a la capital española a vivir y medrar con el dinero familiar.
Y en 1950, Jarabo se instaló en España y comenzó a disfrutar de un nivel de vida elevado, con la fiesta y la jarana por bandera y siempre sin mirar ni calibrar el dinero gastado.
Era habitual verle conduciendo coches descapotables, los entonces famosos “hagias”, alternando con mujeres hasta altas horas de la madrugada y bebiendo en compañía de otros vividores.
Se calcula que entre 1950 y 1958 había gastado la friolera de 15 millones de pesetas de la época.
Mantuvo una relación con una mujer británica, casada, Beryl Martin Jones, que pasaba largas temporadas con él.
En una de esas ocasiones, le dio a Jose María un anillo, regalo de su esposo, para que mantuviera su nivel de vida, y él lo empeñó en una popular tienda del centro de Madrid.
Por él le dieron cuatro mil pesetas, mucho menos de lo que valía, pero que le permitieron más de una noche de fiesta por los clubes de la ciudad.
El problema llegó cuando, al poco tiempo, su amante británica le reclamó el anillo. Su marido le había exigido que lo llevara en un acto público, y lo necesitaba recuperar rapidamente.
Le envió a Jarabo una carta autorizándole a retirarlo de la casa de empeños, demostrando ser ella su propietaria y con ella, se dirigió a recuperarlo.
El problema llegó cuando José María no pudo reunir el dinero solicitado y los propietarios se negaron a entregárselo.
Eso sí, se quedaron con la carta como prenda y acordaron esperar un tiempo, para que reuniera el dinero necesario.
Pero Jarabo no quiso esperar ese tiempo, y decidió hacerse con la sortija de una manera u otra.
Llamó a Emilio Fernández Díez, uno de los socios de la tienda, y quedó con él esa tarde. No se presentó, sino que decidió acercarse hasta su casa y llevar a cabo su plan.
En el hogar de Emilio estaba Paulina Ramos, una joven de 26 años que trabajaba en la casa. Le invitó a pasar al comedor, a esperar al señor, mientras ella continuaba en la cocina con sus labores.
En cuanto le perdió de vista, Jarabo se acercó a ella por detrás, cogió un cuchillo de la cocina y se lo clavó en el corazón. Después, llevó el cadáver de la joven hasta su habitación y esperó en el comedor la llegada de Emilio.
Este llegó en unos minutos y sin darse cuenta de nada, fue hasta el baño, donde comenzó a asearse. En ese momento, Jarabo lo inmovilizó y le descerrajó un disparo en la nuca.
Buscó la carta entre sus pertenencias, pero no la encontró. De todas maneras, algunos investigadores creyeron que el móvil del anillo era circunstáncial, y lo que buscaba Jarabo era una nueva fuente de ingresos, en forma de atracos, así que probablemente, le robó el dinero de la cartera.
La mala fortuna quiso que mientras se arreglaba para salir a la calle, llegara Amparo Alanso la mujer del empresario. Jose María le intentó engañar diciendo que era agente del gobierno y que unos compañeros suyos habían acompañado a su marido y asistenta hasta la comisaría para declarar sobre unos asuntos. Amparo le creyó, hasta que vio manchas de sangre en el traje del hombre, y decidió esconderse en su dormitorio. Allí le arrinconó junto a la cama y la mató de un certero disparo, también, en la nuca.
Entonces, cayó en la cuenta de que se había hecho muy tarde y que el portal estaría cerrado. No había problema. Se quedó en el piso, a la espera de que al amanecer del próximo día, domingo, el portero abriera la puerta, y salió, ya impecablemente vestido con un traje de Emilio, hasta su próximo destino.
Ese domingo lo pasó gastando el dinero robado, con mujeres, alcohol y drogas,y el lunes por la mañana fue hasta el establecimiento, donde esperó a Félix López Robledo, el otro socio. Entró utilizando la llave de Emilio, y cuando su socio entró, le disparó dos veces en la nuca, sin decir palabra.
No consiguió encontrar ni sortija ni carta, pero se llevó diverso material valioso y dinero.
De todas maneras, la policía ya estaba investigando los crímenes del sábado, y su nombre salió a relucir rapidamente. Se le detuvo el martes por la mañana, cuando fue a la tintorería a recoger el traje manchado de sangre de una lavandería a la que lo había llevado.
Fue ajusticiado el 4 de junio de 1959 por el triste método del garrote vil, a manos del célebre verdugo Antonio López Sierra, que también fue el responsable de la muerte de Pilar Prades, la envenadora de Valencia y Salvador Puig Antich.
En los años 80, fue protagonista de un telefilm enmarcado en la serie La Huella del Crimen, y su personaje fue interpretado de manera magistral por Sancho Grácia.