martes, 15 de junio de 2010

Los Hermanos Izquierdo, los asesinos de Puerto Hurraco

Crónica Negra de España está repleta de personajes trágicos, dramáticos y situaciones mucho más terribles todavía. En los años 90, un pequeño pueblo extremeño que no estaba ni el mapa, hasta que los hermanos Izquierdo hicieron de la calle un auténtico matadero.
¿La causa? Una enemistad entre dos familias, que durante 30 años enfrentó a los Izquierdo y a los Cabanillas.
Todo comenzó, parece ser, por una cuestión de tierras entre ambas familias. También hubo un lío de faldas, ya que uno de los Cabanillas Amadeo, se enamoró de Luciana Izquierdo. Su amor fructificó en una boda que unió ambos clanes.
No obstante, los problemas comenzaron a agravarse. La tensión creció y Jerónimo Izquierdo asesión a puñaladas a Amadeo. Fue detenido y pasó unos años en prisión.
Mientras, la casa de los Izquierdo ardió, muriendo a consecuencia del fuego la madre del clan. Este culpó a los Cabanillas y Jerónimo se fue hacia Antonio Cabanillas con la intención de apuñarlo. Fue nuevamente arrestado e internado en un psiquiátrico, donde murió nueve días después.
Sus hijos continuaron en libertad, atesorando el odio contra la familia Cabanillas, esperando el momento de vengar a su padre. Este, falleció nueve días después.
El escenario para la tragredia, una aún mayor, estaba listo.
El 26 de agosto de 1990, los hermanos Izquierdo, Emilio y Antonio, que contaban ya con 58 y 53 años, respectivamente, tomaron sus escopetas y salieron a la calle. Se acercaron hasta donde sabían que estaban algunos de los Cabanillas y se dispusieron a cobrarse venganza.
Antonia y Encarnación Cabanillas, de 12 y 14 años, fueron las primeras en caer bajo los disparos de los asesinos. Manuel, de 57 años, escuchó los disparos y salió corriendo del bar donde estaba. Fue abatido por los disparos de sus rivales, antes de que pudiera comprender lo que ocurría.
Su hijo, Antonio, fue alcanzado en la espalda y quedó postrado en una silla de ruedas. Los asesinos se sentían envalentonados, ante la visión de sus primeras víctimas y se afanaron en cargar sus armas para continuar.
Los Cabanillas ya no eran el único objetivo. Comenzaron a disparar a todo el que se movía. Araceli Murillo fue alcanzada y muerta en la puerta de su casa, igual que Manuel y Reinaldo Benitez y José Penco, que escapaban del lugar de los asesinatos.
Una pareja de la Guardia Civil también fue alcanzada, dentro del coche patrulla, antes de poder siquiera desenfundar sus armas reglamentarias.
Ante la presencia de la Benemérita, los hermanos izquierdo huyeron al monte, donde fueron encontrados horas después y arrestados. También se detuvo a las hermanas de los asesinos, Lucía y Ángela. Las autoridades determinaron que fueron las inductoras del crimen, y presentaban, igual que los hermanos, problemas psicológicos.
Al final, nueve cadáveres descansaron en las calles del pueblo, y quince personas fueron heridas.
Esta semana pasada murió en su celda el último de los asesinos, ahorcado por sus propias sábanas, cerrando uno de los puntos más oscuros de la Crónica Negra española.

domingo, 13 de junio de 2010

Ricardo Ramírez, violador y asesino en Los Angeles


La infancia, o mejor dicho, los sucesos que ocurren durante la infancia, son determinantes para el desarrollo posterior de la persona. Si esos sucesos son traumáticos, pero de verdad, la persona puede llegar a ser adulto con algunos problemas. La larga lista de asesinos en serie demuestra que su infancia fue muy dura y aunque no siempre tiene que acabar así, el presenciar un asesinato durante la niñez ayuda a convertirte en uno.
Es el caso de Richard Ramírez, un norteamericano con ascendencia  mexicana cuyo padre era amigo del castigo corporal y con demasiada frecuencia. Se relacionaba con su primo Mike, quien asesinó a su esposa de un tiro en la cara delante del joven Richard. Nunca dijo que él estaba presente pero el haber presenciado ese crimen marcó su vida. Normal, teniendo en cuenta que parte de la sangre cayó sobre su cara.
De todas maneras, esto fue sólo un detonante, ya que le daño estaba hecho ya, al parecer. Una epilepsia, unida al castigo físico, la férrea disciplina católica imperante en su hogar, habían hecho ya su camino. Cuando cursaba noveno curso, dejó el colegio y se dedicó a vivir en la calle, fumando marihuana y tomando otras drogas y alcohol.
Esto provocó que los dientes se le resintieran y su aliento fuera bastante desagradable, algo que él llevaba muy a gala. Era, según él, un vehículo para el Demonio, de quien él era un sirviente, decía.
Pero los asesinatos comenzaron en 1984. El 28 de junio de 1984, cuando tenía 24 años, entró en la casa de Jeannie Vincow, de 79 años. Ya había robado antes en casas, pero esta vez, violó a la mujer y la asesinó. La rabia contenida surgió de repente, ya que el cadáver se encontró con la cabeza casi arrancada del tronco y numerosas acuchilladas.
El 17 de marzo de 1985, la joven María Hernández llegó a su casa desde el trabajo y al bajar del coche, se encontró con Richard apuntándole con un arma a la cara. Disparó, pero un acto reflejó provocó que la bala chocara contra el llavero y le salvó la vida. Se quedó quieta en el suelo, esperando que el asesino le tomara por muerta. Este subió hasta su apartamento y allí se encontró con la compañera de piso de María, Dale Okazaki, de 33 años. Sin mediar palabra, le descerrajó un disparo a bocajarro en la cara, matándola en el acto. El cadáver lo encontró la propia María unos minutos después.
El matrimonio Zazzara fue el siguiente objetivo. A él lo mató rápidamente, pero con ella se recreó con toda su maldad. Le sacó los ojos, la apuñaló sin piedad y la violó. En el escenario del crimen se encontró una huella de una zapatilla y se relacionó, por fin, con los anteriores asesinatos.
La prensa californiana comenzó a hablar del Asesino Nocturno y se consiguió una primera descripción, gracias a una víctima de violación que no fue asesinada por Richard.
El 30 de mayo entró en casa de Ruth Wilson, una mujer de 41 años que vivía con su hijo de 12 años. Encerró al niño en el cuarto de aseo y a ella la ató en la cama y la violó. Le dijo que le había gustado y que no la iba a matar, aunque ya se sabía que había asesinado a más mujeres en situaciones similares. La descripción se ajustaba a la que ya conocían y el cerco se estrechó.
Dos hermanas de 80 y 83 años y una niña de 6 son otras de las víctimas de Richard, pero no son las únicas. Una nueva identificación dio el número de la matrícula y se localizó la furgoneta que conducía Richard. Las pruebas fueron suficientes para condenarle por 14 asesinatos, 5 intentos de asesinato, 9 violaciones (entre las cuales 3 fueron a menores), 2 secuestros 5 robos y 14 allanamientos de morada. La condena fue la pena de muerte, que aún está esperando a que se cumpla, en el penal de Sacramento.

viernes, 28 de mayo de 2010

Keith Jesperson, el asesino del Smiley

El ego de los asesinos en serie suele ser el detonante, no ya de su actividad criminal, sino de sus detenciones. Keith Jesperson, el visitante de esta semana, fue víctima, precisamente, de su afán de protagonismo y de querer atribuirse un crimen que cometió, pero que otros se atribuyeron.
Keith nació en Chilliwak, en la Columbia Británica canadiense, en 1955. Su infancia fue moderadamente normal, aunque su crueldad con los animales ya apuntaba su desequilibrio mental y lo que podría llegar a ser.
Se casó con Rosa, una mujer de ascendencia mexicana con quien tuvo una hija, Mellisa. Esta sorprendió a su padre en una ocasión torturando a su gatito, apaleándolo tras atarlo en el tendedero.
Esto fue demasiado para la niña, y para su madre. Poco tiempo después, esta solicitó el divorcio.
Keith comenzó entonces a trabajar como conductor de camión para una empresa que realizaba viajes por varios estados americanos.
Taunja Bennet fue su primera víctima, durante esa convulsa época de su historia personal.
La conoció en un bar de Portland, donde la engatusó para que subiera a su coche y la llevó hasta un lugar apartado. Allí, comenzó a estrangularla, hasta que la joven perdió el conocimiento. Luego, la reanimó y cuando ella estuvo medio despierta, la volvió a estrangular mientras la violaba. Repitió esta secuencia de hechos hasta que ella murió.
Luego, la dejó en el suelo y se fue.
El crimen fue catalogado como “sin resolver” y pese a todas las informaciones que aparecieron en prensa, no se pudo averiguar qué ocurrió.
Hasta que Laverne Lavinac confesó el crimen. Esta era una señora mayor, aficionada a las series policiacas y libros de género negro. Al parecer, quería ser asesina serial, pero no tenía el valor de matar a nadie. Este cadáver, sin identificar, era su oportunidad. Acusó a su novio, John Sosnovek, mucho más joven, como auténtico ejecutor del asesinato y violación, aunque aseguró que ella había participado porque él le pidió ayuda para cometerlo.
Ambos fueron detenidos y condenados, aunque algunos de los policías responsables del caso no estaban muy convencidos, ya que habían huecos en sus declaraciones.
Al conocer la noticia, Keith montó en cólera. ¿Quién eran esos dos que se atribuían un crimen cometido por él?
Comenzó a confesarse autor del crimen, pero eso sí, sin dar su nombre. Firmaba sus notas, escritas en baños públicos y paredes con una carita sonriente. Pronto comenzó a escribir a los periódicos, dando explicaciones y detalles del asesinato.
En sus notas, firmaba con un “smiley”, una carita feliz, motivo por el que comenzó a ser conocido como “El asesino de la carita feliz” o del “smiley”.
Comenzaron a aparecer cadáveres, siempre estrangulados, de mujeres jóvenes.
Los periódicos comenzaron a dar publicidad y notoriedad al asesino, pero la policía comenzó a estrechar el cerco en torno al misterioso homicida.
Y el punto de inflexión se produjo al investigar el caso de Julien Whinihgam. Estaba al cargo del caso Rick Burnett, el detective que consiguió detener a Wesley Allan Dodd, otro de los insignes habitantes de estas páginas.
Las investigaciones aclararon que esta joven, hallada muerta en Washington, había subido a un camión conducido por un hombre alto y fornido. Ella acababa de separarse de un camionero violento, que abusaba de ella y esto llamó la atención del detective.
El camionero fue identificado como Keith Jesperson, y tras comprobar el resto de casos (ocho, hasta ese momento), su nombre apareció en más de una ocasión.
Una vez establecida la conexión, no tardaron en detenerlo y obtener una confesión. Las pruebas eran numerosas y no habían demasiadas dudas.
Keith escribió una carta a su hermano, en la que se confesaba autor de los crímenes, y le dijo que después de leerla, la destruyera. El hermano y su padre, aconsejados por su abogado, la entregaron a la policía. En pocos días, se le relacionó con todos los crímenes y se le etiquetó como asesino en serie.
Al conocer la noticia, le pudo el ego, y comenzó a confesar, con todo lujo de detalles, cada uno de los asesinatos, en especial, el de Taunja Bennet.
Los presuntos asesinos, Laverne y John, fueron liberados sin cargos, cuatro años después.
Hoy, Keith vive en una prisión estatal estadounidense, condenado a tres cadenas perpetuas. Pinta cuadros, que se venden a través de Internet, a un precio bastante alto. Además, su hija Mellisa escribió un libro contando su experiencia como hija de un psicokiller, que ha sido recientemente un éxito de ventas en América.

martes, 16 de febrero de 2010

Joaquín Ferrándiz, el depredador de Castellón


Cuando hablamos de psicópatas, asesinos en serie o  psicokillers, solemos asumir que el depredador está situado en un país lejano, con un océano por medio o al menos, unos cuantos miles de kilómetros.
Asusta y preocupa que haya uno de ellos ahí al lado, en Castellón. Por suerte, Joaquín Ferrándiz fue detenido y condenado por sus  crímenes en un espacio de tiempo muy corto, lo que demuestra la efectividad de la policía y la Guardia Civil en nuestra provincia, que en nada tiene que envidiar a los de otros países.
Joaquín Ferrándiz era, a ojos de sus amigos y compañeros, un joven normal y corriente. Nada podía hacerles saber el tipo de perversa mente que albergaba en su interior.
Sus roces con la justicia, sin embargo, venían de lejos.
Ya en 1989 fue acusado de asaltar y violar a una joven de 18 años, María José. Al parecer, y según su declaración, Ximo, como le conocían sus amigos, golpeó la moto en que viajaba ella y la hizo caer. Con la excusa de llevarla hasta el hospital, la subió al coche y él la ató y violó, no sin antes golpearla para que no ofreciera resistencia.
Fue detenido y condenado a 14 años de prisión. Su madre, firme creyente en su inocencia, acudió a la prensa para intentar que su hijo fuera liberado porque no había cometido el crimen.
De todas maneras, la buena conducta de Ximo le valió una reducción de condena y en 1995 salió a la calle, merced a la libertad condicional.
Entonces fue cuando comenzó su carrera como asesino.
A los tres meses de salir a la calle conoció a Sonia Rubio, una muchacha que frecuentaba el bar Comix, igual que su verdugo. Él se ofreció una noche a llevarla a casa y ella accedió. Se dirigieron a un lugar frecuentado por parejas, y allí comenzaron a juguetear, pero ella no quiso ir más allá.
Joaquín no supo aceptar esa negativa, y golpeó a la joven. La violó y después, la estranguló con su propia ropa interior.
La sociedad actuó al unísono buscando a Sonia, que se daba por desaparecida, ya que no había aparecido su cadáver. Mientras, Ximo se salvó de cualquier relación con el caso, y continuó haciendo su vida como si no hubiera pasado nada.
Al comprobar la movilización social por la desaparición de Sonia, Ximo comprendió que era arriesgado continuar persiguiendo a víctimas integradas en la sociedad. Sus próximas víctimas serían prostitutas.
Natalia Archelós, Francisca Salas y Mercedes Vélez, eran tres de ellas, que desaparecieron en poco tiempo, y no se supo dar con ellas, e incluso se llegó a sospechar de los proxenetas que las controlaban.
Pero de repente, se dispararon todas las alarmas, ya que el cadáver de Sonia apareció en un barranco de Oropesa. Más tarde, se encontraron en una acequia de Vila-Real los de las tres prostitutas. La policía comenzó a atar cabos y a relacionar los cuatro asesinatos con un único criminal.
La única prueba que había en ese momento era un trozo de cinta de 18 mm pegado en las bragas de la desafortunada Sonia. Nada más con lo que trabajar.
Durante unos meses, Ximo había tenido una relación estable, un tiempo durante el cual no dio rienda suelta a sus instintos asesinos. Pero la relación terminó y volvió pronto a las andadas.
En el Polígono de Los Cipreses se acercó a Amalia Sandra García, a la que convenció para que subiera con él al coche. Su cadáver apareció aquí en Onda, en una balsa.

Su asesinato no se relacionó con el resto, y además, se detuvo a un proxeneta llamado Claudio Alba, acusado del asesinato de las otras cuatro jóvenes. Parecía que Ximo podía escapar sin castigo.
La joven que acusó a Alba se retractó de su declaración casi dos años después, y este salió en libertad. El asesino seguía, pues, en libertad.
Mientras, Ximo se había vuelto más violento y huraño, incluso con sus amigos. Planeaba nuevos ataques.
El 15 de febrero de 1998 asaltó a Lidia, una joven de 19 años. Por suerte para ella, consiguió escapar y denunciar el hecho ante la Guardia Civil. Ya se había dado el primer paso para determinar la autoría…
La investigación recayó sobre él y la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil comenzó a seguirle. Ya era sospechoso, por sus antecedentes, pero ahora estaba el primero de la lista.
Subió a otra muchacha a su coche, Silvia. Antes de que pudiera sumar otra víctima a su macabra lista, la Guardia Civil lo detuvo y la puso a salvo. En un registro a su casa se encontró algo que lo inculpó: un rollo de cinta marrón de 18 mm, como la que se encontró en el cadáver de Sonia.
Tras un duro interrogatorio, Ximo confesó los cinco asesinatos, y dio detalles que sólo el asesino podía tener y que no se habían echo públicos. Así, colaboró también en la reconstrucción de los crímenes y pudo ser condenado.
Hoy, cumple 69 años de prisión por esos delitos.

jueves, 28 de enero de 2010

Gumaro de Dios Arias: un canibal en México


Los visitantes de esta página suelen tener, digámoslo así, unos gustos algo extraños para ir andando por la vida. Algunos, hasta han demostrado que su gusto para las comidas son bastante extremos.
La carne humana ha sido ingrediente en más de una ocasión de alguna cena o comida de estos personajes. Y el menú de Gumaro de Dios tuvo, al menos en una ocasión, el sabor de la carne humana.
Gumaro de Dios Arias nació en el seno de una familia “normal”. No tuvo unos primero años malos, nada que hiciera pensar en el fatal desenlace de su vida adulta, hasta los siete años. La ciudad de Tabasco fue el escenario donde vivió los primeros años de su vida, junto a sus padres, Anita y Candelario, y sus seis hermanos. Nació en 1978, y recibió el nombre de un futbolista de la localidad.
Le gustaba la música de Rocío Durcal, jugar a los vaqueros y disfrutar de su infancia sin más problemas. Pero todo eso cambió cuando cumplió siete años. En ese momento, uno de esos sucesos de los que cambian la vida a una persona y preparó el camino hacia la perdición y al crimen por el que visita esta sección.
Sufrió la violación por parte de un tío. Esta situación no provocó una reacción perversa de inmediato. Gumaro tuvo que crecer con la vergüenza y el dolor dentro de él, pero el daño ya estaba hecho. La situación pareció romper la débil mente del niño y comenzó a hacerlo cada vez más reservado y con aspecto ausente.
A los 18 años, en el 96, ingresó en el ejercito, a instancias de su padre. Allí fue cuando comenzó a tener contacto con las drogas. Su comportamiento fue bueno y no dio grandes problemas a sus superiores.
Alguien comentó que abandonó el ejército, en el 98, tras acuchillar a un teniente, pero no hay constancia en firme sobre eso.
En esa época, con unos 20 años, se registraron algunos episodios de zoofilia. En el más grave de ellos, se sabía que tenía una yegüa, que llegó a confundir con una mujer americana, en su delirio. Aseguraba que era su mujer y que iban a tener hijos pronto.
A este punto llegó su descalabrada mente, por el trágico suceso y su abuso de las drogas.
También comenzó una triste carrera como violador. Una monja cayó bajo sus depravados instintos. La declaración de la religiosa apunta que estaba dispuesto a rajarle el cuello si no colaboraba. La mujer optó por salvar la vida, y años más tarde, él recordaba el pasaje con una sonrisa…
También realizó varios robos, por los que cumplió condena de 18 meses.
Se lanzó a la mala vida, se alejó de la familia y comenzó a vivir en la calle, junto a otros compañeros con problemas similares a los suyos.
Trabajaba en una obra, y junto a sus amigos, gastaba casi todo su sueldo en drogas y alcohol. Consumía prácticamente todas las substancias que se ofrecían en el mercado callejero, hasta cosas como tintes de pintura, disolventes, etc.
En poco tiempo, ya estaba totalmente perdido para la sociedad.
El Guacho se había convertido en su amigo, compadre y amante. Mantenían relaciones sexuales con frecuencia, y fue precisamente en una de esas noches de sexo, drogas y desmadre, cuando Gumaro cruzó la línea definitiva.
El Guacho se negó a continuar la noche con el joven, que entonces, año 2004, contaba con 25 años. Este, enfadado y privado del conocimiento a causa de las drogas, le golpeó en la cabeza.
Lo dejó inconsciente, y lo maniató.
Cuando despertó, vio a su comprade, y quizás, le insultó o intentó pedir clemencia, quien sabe. Lo que sí se confirmó en la investigación es que murió en el acto, a manos de Gumaro.
Pero la cosa no terminó ahí.
Cuando uno de los miembros de la cuadrilla se acercó al lugar donde dormían todos y pasaban los días, se horrorizó.
El cadáver presentaba serias heridas, y Gumaro estaba extrañamente ido.
La policía llegó rápidamente y comenzó la investigación.
El cuerpo presentaba múltiples cortes y le faltaban varios órganos. Los genitales no estaban, y las partes blandas y las extremidades tenían grandes cortes y con falta de masa muscular.
Sus declaraciones dieron los detalles que faltaban.
Durante los tres días que pasaron entre que asesinó al Guacho y fue detenido, cortó y preparó partes del cuerpo para comérselo.
La parrilla fue uno de los métodos que utilizó, pero no el único. Un cocido y varias sopas habían recibido parte del macabro ingrediente.
Posteriormente, Gumaro aseguró que no había realizado nunca semejante cosa, aunque las pruebas recogidas en el lugar del crimen no dejaban lugar a dudas.
Fue recluído en el Centro Federal de Rehabilitación Psicosocial de Ciudad Ayala, en Morelos. Allí se le detectó una infección de VIH, por lo que se espera que su vida termine pronto.

martes, 12 de enero de 2010

Francisco García Escalero, el mendigo asesino de Madrid


La vida en las calles es dura. Tanto, que puede convertirse en un verdadero infierno si la mente de la persona que la vive no está en perfecto estado.

Sin embargo, los motivos para vivir en esas condiciones pueden tener un origen muy anterior en el tiempo, y situarse en la niñez de esa persona.
Es algo parecido a lo que sucedió con el mendigo asesino de Madrid, Francisco García Escalero.
Nació el 24 de mayo de 1954, y creció en una chabola situada en un poblado situado a unos 200 metros del Cementerio de la Almudena. Un lugar con mucha historia que sin duda tuvo su influencia en la ávida imaginación de los niños de la zona.
Pero Escalero tenía algo más en su mente. Sus instintos suicidas comenzaron a aflorar muy pronto. Desarrolló la necesidad de cruzar la calle, muy transitada, justo en los momentos en que más tráfico había. Sólo la suerte impidió que muriera. Sí se registran, de esa época, numerosas contusiones, provocadas por algún vehículo que no pudo frenar a tiempo.
Su padre, violento y alcoholizado, no toleraba esa conducta y cada intento de suicidio era “recompensado” con una paliza.
En 1970 ingresó en un psiquiátrico, con la esperanza de intentar curar esa tendencia, que se hacía más grande debido a su falta de formación académica y su reservada personalidad. En esa época comenzó a realizar pequeños hurtos, además de entrar en casas abandonadas y a espiar a mujeres  y parejas escondido detrás de las persianas y cortinas, mientras se mansturbaba.
En 1973 robó una moto y fue trasladado a un reformatorio, donde se encerró más en si mismo y comenzó su descenso al terrible destino que le esperaba.
Una pareja que paseaba por las cercanías del Cementerio de la Almudena, el mismo que le vio crecer, fue la primera víctima de su locura. Mientras el chico era forzado a mirar, Escalero y sus amigos violaron a la chica.
Por suerte, fueron detenidos y encarcelados durante doce años.
La prisión no fue una liberación para Francisco, sino que su psicopatía continuó creciendo y creciendo. Su cuerpo se llenó de tatuajes, alguno de ellos con frases tan ilustrativas como “Naciste para sufrir”.
Una vez libre, la bebida y las drogas comenzaron a inundar su vida y a hacerle más violento e irritable.
En su cabeza, unas voces le instan a cometer nuevos crímenes y a hacerle visitar los cementerios para profanar tumbas e incluso, mantener relaciones sexuales con los cadáveres.
En esa época, en 1987, consumó su primer asesinato, el primero de muchos. María Paula Martínez, una prostituta conocida en la calle Capitán Haya de la capital como Meli contaba con 30 años cuando se cruzó con Francisco. Subió al 124 que conducía su verdugo y su cuerpo apareció, calcinado y decapitado, unos días más tarde en las afueras de San Fernando de Henares.
Su cabeza nunca apareció.
A partir de ese momento, los crímenes se multiplican. Aparecen varios cuerpos con las mismas características en Madrid.
Cuerpos acuchillados, quemados y en ocasiones, sin vísceras. Algunos cuerpos estaban incluso parcialmente comidos por su asesino.
Ángel, un compañero de calle, apareció con el cuello parcialmente diseccionado y con las yemas de los dedos amputadas.
A los dos meses, es Julio, otro indigente, esta vez de 65 años, el que aparece con el cuerpo lleno de cuchilladas y calcinado y  el pene amputado.
Cinco cadáveres más aparecieron durante ese periodo.
Por otros motivos, Francisco terminó ingresado en el Hospital Psiquiátrico Alonso Vega, del que salió huyendo acompañado de Víctor Luis Criado, también interno en el mismo.
Cuarenta y ocho horas después, es localizado muerto, con el cráneo hundido quemado con papeles y mantas junto a la Iglesia de los Sagrados Corazones.
Francisco continuó escuchando las voces que le animaban a matar, y en esta ocasión, decide suicidarse de la manera en que lo intentó tantas veces de niño: tirándose encima de un coche.
Una pierna rota fue lo único que sacó en claro, pero una vez en el hospital, confesó sus crímenes de manera espontánea a los médicos y enfermeras que le atendieron.
En su primera confesión, aparecieron 11 asesinatos. A medida que los interrogatorios se sucedían, el número comenzaba a crecer, hasta llegar a 15.
También se inculpó de otros, como uno sucedido en Barcelona. Allí, aseguró, había acuchillado a un transexual cuando estaba solicitando servicios sexuales, en compañía de otro indigente.
Ese caso, no obstante,  tenía ya a varios skin-heads inculpados y detenidos, y aunque los detalles coincidían en parte, había sido asesinado a golpes, y no a cuchilladas como él aseguraba haber perpetrado el asesinato.
El juicio tuvo lugar en 1995 y el veredicto fue de absolución para el encausado, debido a una más que probada enajenación mental.
Francisco García Escalero falleció el 19 de agosto de 2014 en el psiquiátrico de Foncalent, en Alicante, donde estuvo recluído durante varios años. Las causas de la muerte fueron confusas al principio, ya que no se determinó si la muerte fue a causa de un ataque al corazón o si se atragantó con el hueso de la ciruela que estaba comiendo.
La larga carrera criminal de Escalero le ha convertido en el mayor asesino en serie de la Crónica Negra española