lunes, 23 de junio de 2008

CARL PANZRAM, ASESINO Y PIRATA EN ESTADOS UNIDOS

Los asesinos en serie cuyas vidas vistamos en está página son fruto de una infancia o juventud violenta, desatendida y cruel. Sus actos tienen raíces que se hunden en ese pasado y afloran en su época adulta, aunque en alguno de ellos, lo hace incluso cuando todavía no se afaitan.
Y el protagonista de esta semana es uno de esos jovencitos que dieron el salto al lado oscuro de la vida y cuyas pendencias y malas ideas alcanzaron su punto máximo siendo un joven adulto.
Carl Panzram tuvo a lo largo de su truculenta vida varios alias:Jefferson Baldwin, Jeffrey Rhodes, John King, John O’Leary… pero no tardó en ser conocido como uno de los más peligrosos criminales de la costa Este norteamericana.
A los siete años, su padre se fue de casa, dejando a su madre y a los siete niños desamparados. Los malos tratos habían sido moneda habitual en el seno familiar, y según Carl, continuaron cuando el progenitor se fue, merced a la mala voluntad de sus hermanos.
En 1903 Carl, con 12 años, irrumpió en una casa para robar, y fue descubierto. Recibió una cruel paliza a manos de uno de sus hermanos mayores y fue recluido en el Minnesota State Trainin School, una institución reformatoria en la que la vida no resultaba nada fácil.
Los abusos comenzaron nada más entrar, cuando un oficial le hizo desnudarse y le toqueteó sin miramientos. La férrea disciplina venía de la mano de una educación religiosa fundamentalista, que daba a los educadores la excusa para castigar sin miramientos a los internos. Palizas y severos castigos mermaron la capacidad de raciocinio del muchacho y comenzó a desear venganza contra todo el mundo.
Al poco de estar allí, harto quizás de los castigos, prendió fuego a un barracón del reformatorio, y lo vió arder con satisfacción. No se supo que había sido él el incendiario, y dos años después, consiguió hacer creer a los miembros del comité de libertad que se había reformado.
Fue devuelto a la familia, pero no tardó en cansarse de la vida en la granja y comenzó a detestar a su madre. “Ella era muy tonta para enseñarme algo bueno”, anotó en sus memorias.
En el colegio, recibía castigos corporales por parte de uno de sus profesores más estrictos. Planeó matarlo y fue a clase con un arma, que fue descubierta y se le expulsó.
Harto y asqueado, se subió a un tren y partió hacia lo desconocido, listo para hacerse la vida a su manera, sin ataduras ni límites. En uno de estos tren, fue violado y golpeado por otros vagabundos, un ataque que tuvo muchas más consecuencias que las inmediatas. Su mente se quebró y su rencor hacia la humanidad aumentó hasta límites insospechados.
Los siguientes meses fueron una sucesión de robos, incendios, asaltos y violaciones. Los chicos más jóvenes eran sus principales víctimas, hasta que fue detenido y encarcelado de nuevo en un reformatorio. A la mínima oportunidad que tuvo, mató a un celador y escapó. Esta estancia también estuvo llena de torturas y vejaciones, aunque en esta ocasión pudo defenderse.
Al huir, continuó con su campaña de crímenes, con los muchachos y las iglesias como principales focos de su atención. A sus 14 años ya era uno de los más peligrosos criminales de los Estados Unidos.
En 1907 decidió alistarse en el ejército, aunque sólo consiguió permanecer en él durante un mes. Ese periodo de tiempo le valió para ser expulsado con deshonor y condenado a trabajos forzados durante tres años. Llevaba una bola de acero de 25 kilos atada en su tobillo derecho y picaba piedras durante diez horas al día.
Al cumplir la condena, vivió durante unos años en las calles, asesinando, violando y asaltando a los incautos que se pusieron a su alcance.
Salió en marzo de 1915, y en junio volvió a estar encerrado, esta vez, en Oregon. De allí salió en 1917, aunque no tardó en ser detenido de nuevo. En 1918 escapa en medio de un tiroteo y se refugió en un tren que le llevó hasta la costa del Atlántico. En New Haven, Connecticut, continuó aumentando su número de violaciones, asesinatos y robos. Allá entró en la residencia del entonces presidente Taft, quien firmó su orden de encarcelamiento en el ejército, cuando era Secretario de Defensa. Consiguió un considerable botín y compró un yate. La primera tripulación fue violada y asesinada mientras dormían a bordo. Las dos siguientes, también.
Huyendo de las autoridades, buscó refugio en un carguero que le llevó hasta Angola. Allí trabajó para una empresa petrolera, pero sus malas ideas terminaron por hacerle huir de nuevo. Una tarde encontró a un niño de 11 años, al que violó y asesinó. Este crimen, unido a la masacre que provocó durante una batida para cazar cocodrilos, en la que mató a todos los porteadores a sangre fría, provocó nuevamente su huída hasta los Estados Unidos.
En 1922 regresó a su país natal, donde continuó con sus fechorías.
Varios niños murieron a manos de Panzram, que continuaba su terrible viaje por la Costa Este americana. Salem, Connecticut… en todas estas ciudades dejaba un rastro de sangre.
Tras ser detenido por enésima vez, decide confesar todos sus crímenes. Era el año 1923, y la cuenta de víctimas superaba ya el centenar.
En prisión, se hizo respetar por el resto de internos. Nadie le molestaba. Nadie se atrevía a cruzarse en su camino, y quien lo intentó, acabó muerto, como el encargado de la lavandería del centro. Intentó escapar de nuevo, pero fracasó.
Los guardias cayeron sobre él y le dieron una brutal paliza que le dejó tendido en el suelo de celda, sin atención médica, durante 14 meses.
En su siguiente periplo carcelario ya se le condenó a muerte. Antes, su amistad con un oficial de la prisión le hizo escribir una confesión de 20.000 palabras en la que relató, con pelos y señales, todos sus crímenes.
Fue el 5 de septiembre de 1930 cuando el cadalso se abrió y el más terrible asesino, pirata, asaltador americano, fue ajusticiado.

lunes, 16 de junio de 2008

Dennis Nilsen, el asesino escocés


Las tierras escocesas tienen un encanto particular, atrayente. Son tierras de hombres bravos e historias épicas. Pero para el caso que nos ocupa hoy, también son hogar de uno de los más terribles asesinos del Reino Unido: Dennis Pilsen.

Nació en Strichen, Aberdeenshire el 23 de noviembre de 1945, el mismo año en que terminó la Gran Guerra, en el seno de la familia Nilsen-Whyte. Los problemas del progenitor con la bebida marcaron con fuerza la infancia del joven. Betty, la esposa, decidió poner fin a aquel matrimonio y se trasladó, tras un penoso divorcio, a casa de sus padres. Allí vivían ya los tres hijos del matrimonio, refugiados de la trágica vida que les esperaba en el hogar paterno.

A los seis años Dennis tuvo que asistir al entierro de su abuelo, que lo había criado desde que nació. Fue la visión del cadáver del anciano uno de los detonantes de una obsesión que lo condujo a su trágico destino, según sus propias declaraciones, cuando fue arrestado.

Otro de los motivos de sus crímenes, se justificó, fue un acontecimiento que sucedió cuando contaba unos ochos años.

Estuvo a punto de morir ahogado mientras nadaba, pero fue rescatado por un joven. Este, una vez con el niño en tierra, parece ser que se mansturbó sobre él y le dejó una substancia blanca sobre su estómago.

Su infancia transcurrió sin más traumas ni complicaciones. Incluso participó en actividades comunales, y ayudó a encontrar a un hombre que había desaparecido en su vecindario. Fue él y su compañero el que lo encontraron, ya muerto, flotando en un río.

La adolescencia le trajo el descubrimiento de su homosexualidad, que durante unos años mantiene oculta y sin mantener relaciones con ninguna otra persona. En su imaginación, se veía a él mismo, lívido como un cadáver, y de esa guisa mantenía vivas sus fantasías eróticas.

Tras su paso por la Armada británica, una etapa que duró diez años, comenzó a trabajar en una agencia de trabajo, además de prestar servicios de voluntario en una asociación de ayuda a personas con escasos recursos.

Las relaciones con otros hombres comenzaron al final de su juventud, aunque siempre fueron esporádicas, sin conseguir mantener junto a él a una pareja estable.

En 1978 comenzó la carrera homicida del Asesino Escocés.

En un pub conoció a un muchacho de 14 años, Stephen Dean Holmes, con el que pasó la noche del 30 de diciembre. Al volver de un concierto, se topó con Dennis, quien le invitó a visitar su casa, y mantuvieron relaciones. Durante la noche, el asesino despertó y se sorprendió mirando el cuerpo del joven durmiente. La imagen despertó un súbito deseo en él y cogió la corbata que se había quitado unas horas antes. Hizo un nudo y estranguló al desafortunado muchacho.

Este luchó por su vida, pero fue en vano. Una vez lo dejó inconsciente, corrió a coger un cubo de agua y sumergió su cabeza en él, hasta que finalmente, murió.

No se ha sabido el nombre de este joven hasta 2006, cuando se consiguieron los suficientes indicios para identificarlo.

Una vez asesinado, Pilsen se planteó qué hacer con el cuerpo. Al no poder deshacerse de él con garantías de no ser descubierto, optó por esconderlo bajo el suelo de madera de su casa, un edificio unifamiliar en la calle Melrose Avenue.

Tras una semana, lo destapó, curioso. Al encontrarlo en estado de putrefacción, decidió llevarlo hasta la bañera y lavarlo. Con la misma agua se bañó él, excitado por la presencia de los restos mortales y culminó con un escalofrío su fantasía sexual.

Después, coció los trozos del cuerpo y tiró la carne por el desagüe, mientras que los trozos más grandes y difíciles de deshacer los quemó en una hoguera en el patio trasero de la vivienda.

Un año después le tocó el turno a Kenneth Ockendon, quien halló su fin mientras mantenía relaciones con su verdugo.

En mayo de 1980 Martín Duffey tuvo un final similar, mientras que Billy Sutherland falleció sin que se sepa a ciencia cierta la fecha, al igual que un joven filipino, todavía sin identificar. Dos nuevos “ligues” de Pilsen, también sin identificar, fueron los siguientes moradores del subsuelo de su hogar.

Las víctimas de esa época están a falta de identificar porque el psicokiller, en los interrogatorios posteriores a su detención, afirmó no conocerlos ni recordar los detalles de cada uno de ellos.

Se sabe, eso sí, que fueron 15 los que murieron a manos de este criminal, mientras que otros dos escaparon milagrosamente, aunque no denunciaron a Pilsen.

Su detención se produjo a raiz de un descuido.

Dennis cambió su domicilio, de la útil casa en Melrose Avenue, pasó a un apartamento en el centro de la ciudad. Allí tenía más difícil deshacerse de los cadáveres.

Nuevamente, decidió utilizar los desagües.

Lo que ocurrió fue que la carne se acumuló en las cañerías, que eran insuficientes para absorber la cantidad de residuos. Los vecinos, alertados por el mal olor de la conducción de agua, avisaron a un técnico, que descubrió los restos y llamó a la policía. Nilsen intentó limpiar la fosa séptica, pero fue descubierto y detenido.

En los interrogatorios, confesó su autoría, pero también alegó no recordar nada de la mayoría de los crímenes. Fue condenado el 4 de noviembre de 1983. Este año se cumple el periodo de reclusión forzosa, pero a partir de ese momento, podrá ser declarado apto para una revisión de la condena y poder disfrutar de la libertad condicional.

miércoles, 11 de junio de 2008

H. H. HOLMES, UN PIONERO AMERICANO DEL CRIMEN


No se puede precisar quien fue el primer asesino en serie de la Historia, pero sí que se pueden apuntar los nombres de algunos que iniciaron la “época moderna” de locura y crímenes.. Aunque anteriormente ya hubieron asesinos en serie, como John Wesley Harding, H. H. Holmes puede llevarse el mérito de ser considerado el primer gran psicokillers de la nueva época.

Hermann Webster Mudgett nació el año 1861 en Gilmanton, New Hampshire, y tuvo, como no, una infancia difícil y cruenta.

El final de su carrera llegó tras la acusación de un compinche de correrías. La investigación de un delito de fraude a una aseguradora dejó a los detectives sorprendidos, tras ir descubriendo cadáver tras cadáver, todos asesinados por la cruel y desequilibrada mano del entonces llamado Holmes.

Pero vayamos al principio, y dejemos el final para más adelante.

Tras una infancia, en la que la figura del padre alcohólico fue decisiva, se graduó en la escuela de medicina, y consiguió el título de ayudante de laboratorio de farmacia. La vocación no llegó, dicen los cronistas, de un deseo de ayudar al prójimo, sino de una obsesión por la muerte y los cadáveres proveniente de una ocasión en la que, al parecer, los chicos del barrio quisieron aterrorizarle con un esqueleto humano. Esa aventura le marcó profundamente y le hizo desarrollar una especial afición.

Su vida romántica no fue muy bien, ya que se casó en tres ocasiones, sin ni siquiera haberse divorciado de la primera. Era otra de sus facetas: la de embaucador y estafador, una faceta que le llevó a la cárcel.

En 1880 se había trasladado a Chicago, donde comenzó a trabajar como ayudante en una farmacia, propiedad de una mujer y su familia. Allí tomó contacto con la gente de la ciudad, y se creó un grupo de amistades, sobre todo femeninas, que le ayudaron a establecerse definitivamente allí.

Unos meses después, la propietaria de la farmacia y su familia desaparecieron. Holmes era entonces el propietario del negocio. Dijo que la dueña le había vendido el despacho y que se había ido a vivir a otro estado. No se sabe a ciencia cierta la verdad de esta historia, pero visto lo que sucedió después, no es difícil imaginar el trágico final de esas personas.

Con los beneficios obtenidos con la farmacia, adquirió un solar justo enfrente. Al poco tiempo, comenzó a edificar un edificio, cuya construcción se prolongó durante varios años, y que tenía varias peculiaridades: entre ellas, su fachada, que recordaba a un castillo medieval.

Chicago era entonces un punto muy importante a nivel mundial. Tanto era así que en 1883 se celebró en esta ciudad la Feria Mundial, y durante seis meses fue el centro del mundo occidental.

El edificio continuaba creciendo, pese a que los contratistas eran despedidos a las pocas semanas de coger la obra. Así, Holmes se aseguró de que nadie entendería del todo los complejos planos de la vivienda.

Esta constaba de varios pasos secretos que comunicaban habitaciones entre sí. Otras estaban totalmente aisladas del resto, y complejas canalizaciones podían verter en ellas los más variados gases, sin dar posibilidad al incauto que durmiera en ellas de escapar con vida.

Así, aprovechando la Feria, Holmes puso en alquiler las habitaciones.

Muchas mujeres con dinero, solas y aventureras, que ansiaban conocer nuevas experiencias, se alojaban en el “Castillo del terror”, como se conoció después.

Eran observadas por las multiples mirillas que había abierto en todas las estancias, y mientras las espiaba, decidía qué fin iba a aplicarles.

En unas ocasiones, lanzaba una mezcla de gases que provocaban una lenta y agónica muerte, que él contemplaba desde un lugar seguro. En otras, habría la puerta camuflada en mitad de la noche y violaba y asesinaba con sus manos a la incauta víctima.

Luego, se deshacía de los cuerpos en el sótano, donde los incineraba e incluso, dicen que vendía los esqueletos a estudiantes de medicina poco escrupulosos.

El fin llegó cuando, para financiar sus macabras aficiones, se dedicó a timar a varias aseguradoras.

Intentó hacer pasar por muerto a Benjamín Pitezel, un padre de familia con un suculento seguro de vida: algo más de 10.000 dólares. Junto a varios maleantes, preparó un cadáver que fue calcinado en un hotel y fue identificado como el presunto cadáver. Luego, en lugar de repartir el dinero entre sus ayudantes, Holmes se fugó. Uno de estos, vengativo, comunició a la aseguradora el timo y esta contrató a unos detectives para cogerlo y detenerlo.

Lo detuvieron, pero se encontraron con algo sorprendente: efectivamente, el cadáver sí era el de Pitezel. Holmes lo había asesinado y había ocultado esto a sus compinches e incluso a su mujer del desdichado. Incluso había convencido a la mujer para custodiar a los hijos de ambos hasta que pasaran unas semanas y no se levantaran sospechas.

La investigación llevó a la policía hasta el “castillo”, donde se hallaron restos de hasta 27 cuerpos. Muchos de ellos de mujeres, pero otros de hombres e incluso niños.

Quizás, ¿sería alguno de estos de los tres niños Pitezel?

La opinión pública se escandalizó, al saberse que los asesinatos habían comenzado años antes, cuando estudiaba medicina y había asesinado a un compañero para cobrar el seguro. De ahí venía su desahogo económico, de defraudar con varios nombres falsos a compañías de seguros.


Fue ajusticiado el día 7 de mayo de 1896, en la horca.

lunes, 2 de junio de 2008

David Berkowitz, el Hijo de Sam


El 17 de abril de 1977 una pareja de jóvenes aparecieron muertos en su coche, en la cosmopolita Nueva York. El asesino había disparado contra ellos , acabando con la vida de Valentina Suriani, de 18 años, en el acto y dejando a Alexander Esau, de 20, moribundo. Murió pocas horas después, en el hospital. Junto a los cuerpos, se encontró una carta, dirigida al capitán Joseph Borelli, encargado de perseguir al asesino en serie que estaba disparando a mujeres jóvenes y a parejas, y que ya llevaba cinco víctimas mortales y varios heridos de gravedad.

Estaba firmada por “Son of Sam”, el “Hijo de Sam”.

Bajo esta firma se encontraba un hombre joven, de 24 años y nacido bajo el nombre de Richard David Falco el día 1 de junio de 1953, en el popular barrio de Brooklyn, Nueva York.

Su padre, Tony Falco, abandonó a Betty Broder, su joven esposa que tuvo que retomar su vida junto a la pequeña Cecilia. Pronto conoció a Joseph Kleimann, con quien tuvo a David. El hombre no quería al niño y forzó a Betty a arreglar la adopción del pequeño nada más nacer.

Así fue como el pequeño fue a parar al hogar de Nathan y Pearl Berkowitz, quienes educaron de manera correcta al niño.

Sin embargo, este no respondió de manera adecuada a la educación que sus padres adoptivos le ofrecieron y pronto se mostró como un joven conflictivo que abandonó sus estudios y vagó durante un tiempo sin hacer nada.

A los 16 años murió Pearl, dejándolo desamparado y disgustado.

Cuando cumplió los 23 años, se animó a comprar un arma, un revolver del calibre 44, utilizada sin ningún género de dudas para un único fin: acabar con la vida de cualquier persona que se pusiera al alcance de su terrible cañón.

Y fue a partir de entonces cuando comenzó su carrera como uno de los psicokillers más buscados de la ciudad de los rascacielos.

Antes de empuñar este arma había tenido ocasión de agredir a varias personas, sobre todo muchachas más jóvenes que él, a punta de navaja, pero por suerte todo quedó en asaltos sin consecuencias y las infortunadas consiguieron escapar sin daños relevantes.

El nervioso e inquieto jovenzuelo se convirtió, sin dar apenas un indicio a sus allegados en un frío y calculador asesino, capaz de realizar los más atrevidos asesinatos. Al menos, eso creía él, y el 29 de julio de 1976 lo probó.

Donna Laurie, de 18 años, estaba junto a Jody Valenty, apenas un año mayor que ella, sentadas en el coche de la segunda, charlando en el Bronx neoyorquino, cuando alguien se acercó a la ventanilla y disparó cinco veces contra ellas.

Ambas fallecieron en el acto, y David se fue de la escena tranquilo y sabiendo que había superado con éxito su primer crimen.

El siguiente ataque tuvo lugar unos meses después, el 13 de octubre del mismo año. En esta ocasión, disparó contra un chaval de 20 años, Carl Denario. La rápida actuación de Rosemary, su acompañante, le salvó la vida, ya que consiguió conducir el coche en el que estaban hasta donde les pudieron atender. Carl, sin embargo, quedó lesionado de por vida.

Igual suerte corrió Joanne Lomino, de 18 años. Volvía junto a su amiga Donna Lamassi, de 16, del cine, cuando se dio cuenta de que alguien les seguía por la calle. Apresuraron el paso, pero el hombre les alcanzó y les disparó. Donna se recuperó, pero Joanne quedó parapléjica por las heridas recibidas.

La siguiente víctima mortal fue Christine Freuna, quien estaba junto a su novio John Diel en su coche. David se acercó al vehículos y de igual forma que lo había venido haciendo en las ocasiones anteriores, disparó por la ventanilla dos veces. Las letales balas impactaron en la cabeza de la joven. John salió corriendo en busca de ayuda, mientras David se alejaba. Los vecinos, en esta ocasión lo vieron y ya habían llamado a la policía.

Por fin, existía una confusa pero primera descripción del psicópata.

Al poco tiempo, apareció la ya mencionada carta. En ella, se confesaba autor de los crímenes, pero eso sí, alentado por una entidad demoníaca. Los forenses determinaron un perfil y comenzó la búsqueda, ayudados por la prensa.

En un periódico, se recibió otra misiva que fue publicada en la edición de la mañana. La fama del “Hijo de Sam” crecía, y en secreto, David se sentía importante y satisfecho.

El útlimo ataque del asesino se produjo el 31 de julio de 1977. Stacy Moskowitz volvía a casa con su novio, Bobby Violante, cuando fueron abordados por David. Disparó y mató a la joven, mientras que el chico perdió un ojo y casi la totalidad de la vista en el otro. Por fortuna, en esta ocasión sí hubo un testigo fiable, y se estrechó el círculo sobre Berkowitz.

La manera de cómo se logró capturar a Berkowitz es de lo más rocambolesca, y tiene como principal argumento el envió de cartas a personas relacionadas con David por el mismo, creando una confusa historia en la que todos los implicados pertenecían a una secta satánica que a ojos de David le manipulaba y ordenaba los asesinatos. Una compleja trama que hilaron los detectives Chamberlain e Intervallo, que investigando en sus ratos libres encontraron un nexo en común en toda la extravagante historia: David Berkowitz, que coincidía en edad, complexión y tipología con la persona que se ocultaba bajo el nombre del “Hijo de Sam”.

Se estableció un dispositivo de seguimiento y finalmente, abordaron a David cuando iba a coger su coche. Una vez atrapado, el hombre confesó ser el asesino y haber disfrutado con “el juego”.

Fue condenado a cadena perpetua, que continúa cumpliendo en Nueva York. Asegura que todo fue un complot urdido por un demonio y sus acólitos, encarnado en “Sam”, un pastor alemán propiedad de uno de los que recibieron sus extrañas cartas.

Hoy luce una cicatriz de 56 cm en su cuello, ya que fue agredido por sus compañeros en prisión.