lunes, 3 de marzo de 2008

John Wayne Gacy, el payaso asesino

La infancia, querido lector. Que gran momento, que pasa fugaz por nuestras vidas y deja tenues recuerdos. En ocasiones, esos recuerdos vuelven a nuestra mente a medida que pasan los años y es fácil ir recordando esos pasajes de nuestra historia que dejaron huella.

Y en ellos, probablemente, la figura de un payaso tenga una relevancia especial. Sí, los payasos acompañan las fiestas infantiles, les alegran y divierten sin más pretensión que hacerlos felices.

Que gran labor realizan los payasos, ¿verdad?

Pero también hay un lado oscuro en estos simpáticos personajes, que en ocasiones hacen que el niño más alegre salte en el llanto más desgarrador.

Quizás, en lo más profundo de su mente, relacionen a esa cara multicolor con terribles crímenes y grandes barbaridades realizadas contra las personas.

Quizás, y sólo quizás, atisben la cara de Pogo, de John Wayne Cacy.

Nació tras la Gran Guerra, en 1946. Fue en Chicago, en el seno de una católica familia irlandesa, compuesta, como no, por un padre alcohólico, dos niñas y una madre maltratada por su marido y él mismo.

-La infancia de John transcurrió, como es normal en este tipo de personas, en mitad de los sentimientos encontrados frente a su padre. Por un lado, sus continuos abusos verbales contra él y las mujeres de la casa, y por el otro, el ansia de ser digno de recibir la atención del progenitor, hacer que se sintiera orgulloso de él y no incurriera en esos severos castigos.

Con 11 años, comenzaron los problemas de salud para John. Un golpe en la cabeza, provocado por los juegos con sus amigos, le costó un coágulo en la cabeza. Quizás sea ese uno de los motivos de su comportamiento posterior, aunque probablemente, no tenga nada que ver, y sólo sea su perturbada mente la responsable.

Este episodio se pudo arreglar sin más problema gracias a la medicación, aunque tardó varios años en diagnosticarse. A medida que crecía, sus problemas de salud continuaron, esta vez con el corazón como protagonista. Su órgano motor comenzó a provocarle molestias, aunque los médicos decidieron que no era un gran problema y que podía continuar con su vida.

Tras una época de instituto con bajas notas, partió a probar fortuna a la luminosa Las Vegas, donde terminó ejerciendo en empleos de baja consideración, y tuvo que volver a su Chicago natal. Allí se matriculó en una escuela de negocios, desde donde comenzó a ganar una posición social gracias a sus dotes de vendedor.

Conoció por esa época a Marlynn Myers, cuyo padre era propietario de una franquicia de Kentucky Fried Chiken y ya tuvo su futuro profesonal asegurado, en la dirección del restaurante.

También despuntó entonces su vocación de ayuda a la comunidad. Se disfrazaba de payaso y acudía a los hospitales y orfanatos, para alegrar a los pequeños allí internados. Pogo, su personaje, era querido y admirado por la chiquillería. Era agradable, risueño y simpático. Todo un gran personaje a nivel social.

Hata que, las malas lenguas, envidiosas quizás de su posición, comenzaron a trabajar. Se decía que John tenía una querencia especial hacia los jovencitos que trabajaban con él en el restaurante. Se decía que no atendía convenientemente a su esposa y que frecuentaba la compañía de jovencitos que le procuraban el desahogo que no obtenía con ella.

Entonces, apareció Mark Millar, un joven que le acusó de haberlo retenido contra su voluntad y violado en su propia casa, tras engatusarlo y atarlo en la cama.

John dio con sus huesos en la carcel durante varios años, hasta que salió de prisión por buena conducta. Divorciado, rehizo su vida con Carole Hoff, que aportó al matrimonio dos hijos. Sabía de la condición de ex-convicto de su marido, pero creía en él y le dio una nueva oportunidad.

Sin que ella lo supiera, las correrías criminales del payaso, pues continuaba con su labor desinteresada por los niños. Nada hacía sospechar que este ciudadano modelo, hombre del año de su comunidad, fuera un terrible asesino.

Y es que los secuestros continuaban. Empresario de la construcción, utilizaba todo su encanto personal para atraer a jovencitos, tanto trabajadores suyos como víctimas propiciatorias, hasta su casa y los ataba. Las violaciones se complementaban con torturas que duraban varias horas. Sumergía al muchacho en la bañera, llena de agua, y con la cabeza tapada, hasta que la asfixia podía con él. Cuando estaba a punto de fallecer, lo revivía y continuaba con su tormento. Disfrutaba mucho con esas depravadas prácticas. La violación también la efectuaba con utensilios cortantes, juguetes sexuales que destrozaban a sus víctimas.

La fortuna quiso sonreír a Jeffrey Rignall, que consiguió sobrevivir al cruel destino que le preparaba Wayne, aunque no habló hasta que detuvieron al asesino.

Los vecinos estaban encantados con el regordete hombre de negocios, aunque de su jardín, decían, surgía un desagradeble hedor, que decía su propietario, venía de un sumidero cercano, de unas tuberías en mal estado.

La desaparición de Robert Piest provocó una investigación sobre el considerado buen hombre, finalmente, se destapó todo. En su jardín se encontraron los restos de más de 20 cadáveres. El resto, hasta 33, estaban en un río cercano.

El juicio fue sumarísimo, y John Wayne, el payaso, fue condenado a morir por inyección letal. La pena se cumplió en 1994, dos años después, aunque dificultades con un cateter provocaron que tardará unos 27 minutos en morir.

Sus últimas palabras definen muy bien su verdadero carácter: “Bésame el culo”, le dijo al funcionario que le acompañó hasta su última cita.

1 comentario:

Castellón Opina dijo...

Buenos días,
Permite que entre a tu blog para solicitarte ayuda en la difusión por tu blog y por el reenvío entre tu libreta de direcciones del correo.

en mi blog http://castellonopina.blogspot.com encontrares imagenes y una explicación simplificada de los acontecimiento.

BUSCAMOS A UNOS/AS TESTIGOS/AS PRESENCIALES DE MI DETENCIÓN UN DIA 5 DE FEBRERO DE 2003.

Y el chico es muy probable que este estudiando en la uji.

Gracias por no dejar que hoy en dia el corporativismo de algunas instituciones, criminalice a un ciudadano que no cometió ninguna amenaza, y mucho menos un atentado.

Un saludo