Suráfrica, un país que hasta hace bien poco, tenía el dudoso honor de ser un país donde la segregación racial era un hecho, donde un pequeño grupo de la población se creía con derecho a pisotear a una inmensa mayoría, por el mero hecho de tener la piel de otro color. Un sinsentido que era aplaudido por el Estado opresor y que trajo miles de muertos bajo el paraguas del racismo.
Louis Van Schoor nació, el año 1953, en ese país. Era un hombre blanco y por tanto, superior a la mayoría de habitantes del país.
Los primeros 33 años de su vida, fue una persona normal y corriente, ni mejor ni peor que otros conciudadanos de su situación. Incluso, durante esa etapa de su vida, consiguió entrar en el cuerpo de policía. Durante doce años prestó servicio como agente de la ley y el orden, sin pena ni gloria, hasta que, por fin, lo abandonó.
Las malas lenguas aseguraban que no había sido muy buen agente. Que, como otros muchos, había sido sorprendido dando palizas a “sospechosos” negros. Su odio hacia los oprimidos por el régimen del apartheid crecía cada año más. Decían sus enemigos que había abandonado el cuerpo sólo cinco minutos antes de que lo despidieran. No es que a nadie le importaran mucho las víctimas, pero su nivel de violencia ya había superado lo tolerable.
Entró al servicio de la agencia de seguridad “Buffalo Security”, dispuesto a hacer cumplir su querida ley. En aquella época, y en Sudáfrica, los oficiales de seguridad tenían pleno derecho a ejecutar la ley como si fuera un policía. E iban armados. En el caso de Van Schoor, su arma estaba preparada para causar la muerte con el mínimo número de disparos, con las temibles balas Dum-Dum.
Entonces fue cuando comenzó su fulgurante carrera como asesino en serie, y además, amparado por la ley y su uniforme.
Era 1986, y puso su primera muesca en su pistola.
Un hombre negro fue abatido por Van Schoor. La excusa fue que escapaba de un lugar donde se había producido un robo y tras dar el alto, disparó y le mató.
Poco tiempo después, se descubrió que el hombre iba a trabajar y que nadie le dio el alto. Fue un asesinato, pero siendo un negro, a nadie le importó.
Louis estaba pletórico. Nadie podía pararle. Tenía a su disposición todo un país lleno de dianas móviles y una total impunidad para dispararles. Nadie podía pararle.
Comenzó su brutal cacería.
En sólo tres años, sus balas fragmentadotas impactaron en 101 personas. Las que sobrevivían, quedaban totalmente deformes, o incapacitadas de por vida. Esa munición se abría al entrar en la carne y destrozaba por completo los músculos y huesos, imposibilitando su recuperación.
En 1988, Louis contaba ya con 39 muertos, y el resto, terriblemente lesionados.
Fue ese año en que las autoridades decidieron poner fin a las correrías de Louis.
El motivo fue su última hazaña.
Dos jóvenes de 13 y 14 años, de color, por supuesto, osaron entrar a un restaurante de blancos. Louis los vio y los detuvo. La intención de los dos niños era utilizar el baño, pero Louis no permitió ni un solo comentario.
Un disparo certero terminó con la vida de Peters, el mayor de los dos.
Con John, se dispuso a divertirse.
El primer disparo le impactó en la pierna, destrozándola. Le dejó avanzar unos metros y le disparó un segundo tiro en un glúteo. Después la emprendió a patadas en la cabeza, provocando así que perdiera varios dientes.
Minutos después del primer disparo, y tras entretenerse con el cuerpo inerte del joven, le descerrajó un Cen el hombro, causando, por fin, su muerte.
Sus jefes le entregaron a la policía, y fue detenido y juzgado.
Sin embargo, la sociedad blanca se escandalizó con esta detención. ¿Cómo se podía acusar de asesinato a una persona que quería hacer cumplir la ley? ¡Un héroe de las calles, un gran hombre!
El abogado defensor llegó a decir que sí, que había matado a 39 negros, que que le vamos a hacer, pero si se hubiera tenido ocasión, seguro que también podría haber matado a algún blanco…
Sólo la salida de prisión de Nelson Mandela consiguió que se reconocieran los delitos de este presunto defensor del orden, que había matado y disparado al amparo de la ley a todos los que le había parecido, sin más motivo que el odio racial y el sinsentido de la rabia.
1 comentario:
Malditos ingleses locos, y en general, todos los pinches blancos racistas infelices!
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