domingo, 6 de enero de 2008

John Wesley Harding, el más buscado del Oeste

Las películas del Oeste han presentado siempre a los pistoleros como almas nobles, luchadoras y sobre todo, de manos ágiles. En la pantalla, las balas de los Colt silban alrededor de las callejas e impactan en los cuerpos de sus oponentes, dejando un reguero de cadáveres que sabemos son ficticios.

Pero el antiguo Oeste americano tuvo su momento cruel, también en la realidad. Una época en la que la vida era sesgada sin miramientos y con nombres que brillaban en la Crónica Negra de su Historia con luz propia.

Rápido con su revolver, temido por su mirada de hielo, perseguido por el asesinato de varias decenas de personas, John Wesley Harding fue el prototipo del pistolero que vimos en el cine, y que nunca debió de existir.

Nacido en el seno de una humilde familia en 1853, fue el segundo de los once hijos que tuvo Mary Elizabeth Dixon, esposa de un pastor metodista que recorría junto a su familia el estado de Texas ofreciendo la palabra de Dios a quien quisiera escuchar.

Al contrario de otros muchos psicópatas, de los que hemos ido leyendo su vida en esta sección, su infancia no fue particularmente terrible, aunque sí tuvo que sufrir las penalidades de pertenecer a una familia no muy adinerada y en un territorio todavía en construcción. Aún así, su carácter comenzó a forjarse de manera dura, cruel.

Era amigo de pendencias y pillerías, y en más de una ocasión su padre tuvo que ponerse estricto con él para intentar encauzar a su ya díscolo hijo. Su corta edad, sin embargo, provocó que todo se interpretara como tropelías de niño y todos esperaban que con la edad y la responsabilidad iría encauzando su vida.

Pero al contrario, John incrementó sus actividades beligerantes con la edad. En una de sus habitúales peleas, en esta ocasión por las atenciones de una jovencita, sacó un cuchillo y lo clavó en el cuerpo de su rival. Tenía catorce años.

La víctima no murió y esta circunstancia evitó que John fuera a prisión. Un grave error, ya que con la idea de la impunidad en su mente, su psicopatía fue en aumento.

Poco más de un año después de este episodio, la primera víctima mortal decoró su particular currilum. Se trataba de un esclavo liberado, de nombre Mage. El corpulento hombre había podido poner fin a sus días de penuria gracias a la finalización del conflicto que asoló EE.UU. años antes, pero John no compartía esas liberales ideas del norte, y su actitud dejaba mucho que desear.

Se encontraron en un callejón estrecho, por el cual andaba Mage y John pretendía atravesar montado en su caballo. El hombre no se apartó, ya que entre ambos había surgido una enemistad anterior, y el joven actuó sin pensarlo. Sacó su revolver del cinto y vació el cargador sobre el desprevenido viandante.

Con quince años, ya tenía una muesca en su revolver.

Huyó de la ciudad y comenzó una carrera en la que los asesinatos y las carreras se multiplicaron y con dieciseis años, dió con sus huesos en un fortín del ejército, donde fue recluído.

Allí consiguió un arma, al parecer vendida por un prisionero que la mantenía oculta y organizó un plan de fuga. Se fingió enfermo y al entrar el enfermero a la celda, a comprobar su estado de salud le descerrajó varios disparos y salió huyendo. En la persecución abatió a tres soldados que le perseguían y su leyenda comenzó a circular por el estado de Texas.

Buscó refugio en un rancho, el Chisolm, en una época donde se contabilizaron al menos siete nuevos homicidios. Juego, mujeres y su mente perturbada fueron las excusas.

Es en este episodio cuando tuvo lugar una de las mayores “hazañas” del pistolero. Durante una noche de juerga en la cantina, aparecieron cinco cuatreros mexicanos, que buscaban gresca. Todos los compañeros de John optaron por retirarse, pero él no. De manera mecánica y fría, los abatió uno a uno y después, pidió al cantinero que le sirviera la cena.

Se casó con Jean Bowen y tuvo con ella cuatro hijos, pero esto no impidió que continuará con su macabra carrera.

Sus correrías ya tenían un precio: 40,000 dólares se ofrecían por su cabeza.

El azar le llevó hasta una mítica ciudad, Abilene, donde ejercía como Sheriff una de las grandes figuras de la época: Wild Bill Hickok. Este había oído que Harding merodeaba por la zona y había extremado las precauciones.

John lo sabía y estaba tenso. En la habitación del hotel donde se escondía medraba nervioso. De repente, escuchó un terrible sonido que provenía de la habitación de al lado. Se trataba del ronquido de su vecino. Sin pensarlo, apoyó el cañón de su arma en la pared, construida de fina madera y disparó. El ronquido cesó, pero él tuvo que escapar.

Finalmente, decidió mudarse a la más tranquila Florida, y a borde de un tren con su familia, fue localizado por dos rangers de Texas, que lo detuvieron. Por fortuna para él, no existía la pena de muerte allí y fue condenado a 25 años de prisión. En ella aprendió leyes y obtuvo el título de abogado. Cuando salió, 17 años después, comenzó a trabajar en El Paso como abogado, pero como bien se dice, “quien a hierro mata...”.

Durante una partida de dados en el saloon, sonó un fuerte disparo. John Wesley Harding cayó, abatido por el arma de un antiguo sherirf John Selman.

Su vida ha sido llevada al cine, interpretada por Rock Hudson y una conocida canción de Dylan recorre su trayectoria, tan vital como nefasta.

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