La personalidad de los psicokillers, como ya sabemos, suele estar predeterminada desde la infancia. Los comportamientos antisociales y crueles en estos primeros años de existencia son determinantes en sus correrías criminales.
Es el caso de Albert de Salvo.
Nació el 31 de septiembre de 1931 en el seno de una familia desestabilizada por el mal carácter de su padre. Al parecer, se encargaba de descargar su ira sobre los seis hermanos y su madre. Los continuos golpes y abusos de su progenitor propiciaron que el joven Albert abandonase la unidad famililar pronto y se criase en las calles, lejos del asfixiante ambiente familiar. Pequeños hurtos y pendencias son el bagaje de esa temporada, en la que pasó varias noches en los calabozos de la comisaría.
Mientras, su madre se volvió a casar y decidió dejar a Albert a su destino, mientras ella rehacía su vida junto a su nuevo esposo.
Él, en cambio, decidió alistarse en el ejército y fue destinado a Alemania. Allí conoció a Irmgard Berk, hija de una respetable familia, de la que se enamoró y con la que contrajo matrimonio.
Los problemas de la nueva familia De Salvo comenzaron cuando Irmgard tuvo su primer hijo. Unos problemas en el parto propiciaron que la mujer cogiera aprensión al sexo y a raíz de esto, Alberto comenzó a buscarlo en otras mujeres.
A su regreso a los Estados Unidos, comenzaron los problemas para Albert.
La prensa comenzó a publicar las noticias referentes a un asesino en serie que aterrorizaba Boston.
Sus víctimas eran estranguladas y comprendían edades entre los 19 los 85 años. Todas eran violadas antes y sus cuerpos sin vida eran encontrados a las pocas horas en sus casas.
La primera de ellas fue Anna Slesers, de 55 años. Su cadáver fue hallado por su hijo. Al llegar a casa se encontró con una escena dantesca. El domicilio estaba completamente revuelto, como si lo hubieran asaltado y robado, y el cuerpo de su madre estaba desnudo y con claros signos de haber sido violado. El cordón de la bata había sido el arma homicida.
Ese 14 de junio de 1964 comenzaba la leyenda del Estrangulador de Boston.
Dos semanas después fue asesinada Nina Nichols, de 65 años. En esta ocasión fueron las medias el objeto con que terminó con su vida. Otra vez, el domicilio estaba revuelto, como si se hubiera producido un robo.
Los investigadores se dieron cuenta entonces de un detalle: en el suelo aparecieron varios dólares y objetos de valor. Todo parecía una estrategia para confundir las investigaciones y el auténtico móvil del crimen.
En el mismo día, apareció muerta Helen Blake, de la misma edad, a unos quince kilómetros de distancia del hogar de Nina. El apartamento de esta infeliz también presentaba signos de asalto.
La alarma social comenzó a extenderse y la policía hizo un llamamiento para que las mujeres de Boston no permitieran la entrada a sus hogares de extraños y extremaran la precaución.
Las muertes se sucedían, y la edad comenzó a variar. Ya no se trataba de mujeres blancas maduras, sino que comenzaron a aparecer los cadáveres de jóvenes de entre 20 y 30 años, una de ellas afroamericana.
Pronto se encontró una descripción del asesino, aunque confusa. Una testigo aportó una declaración en la que afirmaba haber visto como un hombre de unos 30 años entraba en el apartamento de la última víctima. Allí, además, se encontraron restos de semen.
En otra ocasión, la policía se desconcertó, al encontrarse un cadáver asfixiado, como los otros, pero con 22 puñaladas. El cuchillo se halló en la cocina.
Las autoridades se desesperarona. ¿Era todo obra de un desequilibrado o habían varios asesinos sueltos?
Para intentar avanzar, el Fiscal General de Boston acudió a Peter Hurkos, un mentalista que tenía cierta fama en esa época.
Las dotes de Hurkos se revelaron muy útiles. Fue capaz de aportar detalles que no podía conocer e incluso descartó una foto que no correspondía con el caso, y que había sido colocada por la policía para probar al “detective psíquico”. Y todas las fotos, por cierto, estaban boca abajo, por lo que las descripiciones que hacía de ellasHurkos, sin verlas, dejaban asombrados a los agentes.
Los indicios obtenidos por la intervención de Hurkos condujeron a la detención de un exhibicionista y fetichista, que recibió el nombre de Thomas O’Brien para proteger su identidad real.
Por desgracia, la policía determinó que este personaje no era el culpable de los asesinatos, por lo que lo soltaron inmediatamente. El asesino continuaba suelto.
Una llamada disparó los acontecimientos. Una mujer denunció que un individuo entró en su casa, y al comprobar que también estaba su marido, salió corriendo. La identificación como Albert De Salvo fue positiva y fue detenido.
Confesó sus asesinatos y fue condenado a cadena perpétua en 1966. Falleció en 1973, víctima de un compañero de celda, que lo apuñaló.
Hasta aquí, nada destacable, pero las dudas afloraron casi inmediatamente después de su detención.
Las confesiones eran bastante precisas, pero en los 13 asesinatos que se le adjudicaron habían algunos que no correspondían a su modus operandi. Quizás Albert De Salvo era el Estrangulador de Boston, pero ¿era realmente el culpable de todos los asesinatos referidos?
Incluso los familiares de algunas victimas lo dudan. Es posible que en algún lugar de Boston, otro Estrangulador continúe libre, quizás encubierto por el propio De Salvo.
Su vida ha dado lugar a la película “El Estrangulador de Boston”, con Tony Curtis en el papel del asesino e inspiró el film “Copycat”, con Sigurney Weaver y Holly Hunter.