Perfiles y biografías de los más afamados psicokillers de la historia. Sus obras crearon terror y conmocionaron a la sociedad. ¿Quienes fueron y cuales fueron sus motivaciones? Aquí no está la respuesta, pero sí unos apuntes de sus terribles crímenes. Actualizaré cada lunes.
lunes, 21 de diciembre de 2009
Robert Garrow, el depredador de jóvenes
lunes, 14 de diciembre de 2009
Hadden Irving Clark , el canibal travestido
Hadden Clark es uno de esos niños nacidos en una familia con graves problemas en su seno, y cada uno de esos problemas fueron acumulándose y creando en su cabeza la confusión que le llevó hasta el asesinato.
Su madre se enorgullecía de que la familia era descendiente de los primeros colonos del Mayflower, pero esa circunstancia no impide que ambos progenitores eran dos alcohólicos que no tenían ningún problema en abusar de manera psicológica y física de sus tres hijos.
Sus hermanos Brad, Jeffrey y Allison no fueron tampoco muy bien tratados por sus progenitores y su trayectoria tampoco fue demasiado satisfactoria.
Brad fue acusado de asesinar y violar el cadáver de su novia, además de descuartizar el cuerpo y comerse parte del mismo. Se arrepintió y se entregó a la policía. Jeffrey fue acusado de violencia doméstica en varias ocasiones y Allison se fue de casa antes de la mayoría de edad para evitar todo esto.
Hadden, por su parte, se aficionó a maltratar animales domésticos. Su crueldad iba dirigida a pequeños animales, a los que torturaba y mataba, por norma general decapitándolos. Tampoco los niños del vecindario se salvaban de sus golpes e improperios. El término Bullyng se puede aplicar con todas sus consecuencias en el entorno del pequeño Hadden.
Su padre le trataba de inútil, mientras que su madre, antes de que naciera Allison, quería una hija y lo vestía de niña, para escarnio de otros niños.
Sin embargo, era sumamente inteligente, e incluso destacaba jugando al ajedrez.
Esa habilidad para sortear problemas le vino muy bien para estudiar como chef y logró triunfar como cocinero en varios restaurantes… hasta que su perturbada mente comenzaba a estropear el trabajo.
Algunos empleadores decían que se orinaba en los platos, robaba las cajas y realizaba otras barbaridades que eliminaban toda su pericia con las sartenes, y los cuchillos, que llegó a dominar con maestría.
Con la muerte de su abuelo, la única persona que dijo que le entendía y que fue una buena influencia para él, parece que la poca cordura que le quedaba se le difuminó.
Consiguió un puesto en la Marina, donde sufrió él mismo un acoso por parte de sus compañeros, ya que solía vestirse de mujer bajo el uniforme, cosa que no les gustaba.
El primer crimen que se asocia a Hadden no ha sido documentado, pero él lo confesó. Se trataba de una joven en Cape Code, donde trabajaba en un Club de Campo. Dijo que la asesinó, la quemó y utilizó las yemas de sus dedos como cebo de pesca.
Al abandonar el ejército, a Maryland, y recaló en casa de su hermano Jeffrey, el maltratador.
Allí fue descubierto por su hermano masturbándose delante de sus hijos y le expulsó de casa. Mientras estaba rebuscando su ropa para irse, visitó la casa Michelle Dorr, una amiga de seis años amiga de Elisa, su sobrina.
Hadden se hizo con sus cuchillos de chef, que llevaba en la maleta y la agarró del pelo. Ella intentó defenderse, pero su corta edad no le ayudó para evitar el cuchillo. Hasta doce cuchilladas se alojaron en su cuerpecito, que luego cogió Hadden. Lo llevó hasta un descampado y lo enterró allí.
La policía miró hacia el padre de la niña, que ya había amenazado a su mujer, ya divorciada, que se llevaría a la pequeña si no renunciaba a la custodia.
Esto ayudó a que le eliminaran como sospechoso, y le permitió volver a actuar. Roba en casa de su madre y esta le echó de su casa.
Buscó ayuda en un Club de Veteranos, donde le aplicaron un tratamiento de antidepresivos. No obstante, se puso a vivir en su furgoneta, como un mendigo.
Consiguió un trabajo como jardinero en casa de una conocida psicoanalista llamada Penny Houghteling que tenía una hija llamada Laura. Entró en su habitación y la atacó en su cama. En su paranoia, entró vestido con un vestido de ella y una peluca. La obligó a reconocer que Laura era Hadden disfrazado y después, la ató a la cama, tapándole además los ojos, nariz y boca con cinta aislante.
A consecuencia de ello, murió asfixiada.
La policía relacionó a Hadden con el asesinato, y en la investigación, surgió el nombre de Michelle, que se relacionó con él también, pese a que habían pasado seis años.
Fue condenado a sesenta años de prisión, que todavía cumple en una prisión estadounidense
domingo, 8 de noviembre de 2009
Coral Eugene Watts, el Asesino del Domingo por la Mañana
jueves, 5 de noviembre de 2009
Catherine Hayes y la cabeza misteriosa
lunes, 26 de octubre de 2009
La vampiras de San Vicent del Raspeig
lunes, 21 de septiembre de 2009
Daniel Camargo, la Bestia de los Andes
Sé que es un tópico, pero la infancia es determinante a la hora de establecer un patrón de conducta que lleva a la aparición de los comportamientos que vamos viendo en esta sección.
Pocas veces los asesinos en serie, las bestias que pueblan estas páginas edición tras edición tienen la suerte de haber contado con unos primeros años “normales”, como debería ser. Muchos han sido maltratados, vejados y utilizados como víctimas propiciatorias de la maldad de sus progenitores.
El caso que conmocionó los países de Colombia y Ecuador, el que protagonizó Daniel Camargo, no se salva de esta especial característica.
Daniel nació en 1931, en un lugar tan bello como duro para sobrevivir, los Andes colombianos. Su madre murió cuando él contaba unos pocos meses de vida, y su padre rehizo su vida junto a otra mujer.
Los azares de la vida quisieron que esta segunda esposa no pudiera dar nueva descendencia al progenitor, y ella, apesumbrada, volcó todo su cariño hacia el pequeño Danielín.
Para empezar, se dirigía a él llamándole Danielita, y le vestía como una niña. Le peinaba como a tal, lo arreglaba para que pareciese una muchacha y lo enviaba de tal guisa al colegio.
Pese a estas dificultades en su crecimiento, logró obtener buenas notas en el colegio, aunque las vejaciones, abusos y palizas por parte de su padre, una hermana mayor y un tío, terminó viviendo en las calles de Bogotá, aprendiendo en ellas otro tipo de enseñanzas.
Al fin, encontró un remanso de paz: Alcira Castillo, con la que se casó el año 1960. La felicidad parecía que llamaba entonces a su puerta y que los años malos habían terminado.
Siete años después sorprendió a su mujer con otro hombre en la cama y algo se partió en su mente: toda la culpa de sus sufrimientos la tenían las mujeres. Ellas eran las culpables de todo, y ellas pagarían por todo.
Se fue de casa y decidió buscar a su media naranja en otro lugares. Si las mujeres eran el problema, debía acercarse a ellas mientras todavía no lo eran, mientras eran, a su modo de ver, “puras”, vírgenes.
En esa época tenía una amante, que le ayudó a buscar a las jóvenes vírgenes, a las pobres niñas a las que drogaba y violaba.
Por suerte, ninguna falleció a manos de este demente desatado y muchas denunciaron con éxito la agresión. A consecuencia de esta etapa, dio con sus huesos en la cárcel. En 1968 entró en prisión, donde permaneció cinco años.
Al salir, no pareció que había aprendido la lección y continuó con su trágica carrera de asaltos.
En esta fecha se registra su primer asesinato, aunque se sospechó que habían sido más. En un nuevo juicio se le condenó a 25 años en una prisión situada en la inhóspita isla de Gorgona, casi sin vigilancia, y de la que consiguió escapar tras pasar diez años allí.
En uno de los paseos que realizaban por la isla, encontró una barca, con la que se animó a realizar la larga travesía que le condujo hasta tierra. Fueron tres días sin agua ni comida, que pusieron a prueba todos los recursos de este hombre que sólo tenía una cosa en mente: llegar a salvo hasta su país y una vez allí, retomar su pérfida vida.
Sabedor de que en Colombia era sobradamente conocido, decidió cambiar de escenario y eligió la vecina Ecuador para establecer su domicilio.
Durante varias semanas, consiguió recuperar parte de su aspecto habitual y su fuerza y ánimo de siempre y comenzó a preparar su regreso al mundo oscuro.
Durante sus años en prisión no dejó de dar vueltas al motivo por el cual fue detenido tantas veces y la conclusión no dejaba lugar a dudas.
Las denuncias de sus víctimas eran las responsables de que diera con sus huesos en la cárcel, así que debía eliminar ese “pequeño inconveniente” y trabajar de manera de que nadie le volviera a denunciar.
Así, tomó la determinación de no dejar a ninguna de sus víctimas con vida.
Y esa decisión causó una época de terror y psicosis en la sociedad ecuatoriana durante algo más de un año
Y es que en Ecuador, Daniel Camargo dio rienda suelta a sus más terribles instintos. Carreteras, veredas, autopistas, pueblos y ciudades fueron sembrados de sangre y violencia por la mano de una sola persona.
Quince meses vagó por ese país la Bestia de los Andes, y no se sabe con seguridad cuantas jóvenes cayeron víctimas de su insaciable sed de sexo violento y cruel.
Se barajan varias cifras, que oscilan entre las 71 de los más optimistas y las 150 de los que creen que Camargo ha sido el mayor asesino en serie de esa zona del planeta.
En marzo de 1986 una patrulla de la policía reparó en un vagabundo, uno de los muchos que circulaban libremente por Ecuador. Llevaba una maleta que llamó su atención, así que le pararon.
Al abrirla, descubrieron una camisa ensangrentada, junto a más ropa con trazas de sangre. Algo no cuadraba en esa figura… En la comisaría, Camargo confesó 71 asesinatos y cientos de violaciones, pero tras comprobar casos abiertos, los agentes encontraron similitudes con otros ochenta casos.
Incluso a una de ellas le habían extraído los órganos internos, pero él se justificó diciendo que no había sido así: “solo le saqué el corazón, porque es el órgano del amor”, dijo.
Su justificación, la venganza por años de desprecios y humillaciones y su miedo a volver a la cárcel no convenció a nadie y fue condenado a 16 años de prisión, una pena ridícula teniendo en cuenta su historial.
En 1994 fue asesinado por el sobrino de una de sus víctimas, también interno en el mismo penal, poniendo fin a la vida de la Bestia de los Andes.
sábado, 5 de septiembre de 2009
Los Fourinet, asesinos de vírgenes.
Los casos que vamos siguiendo en este blogparece que se produjeron hace varios años. Siglos incluso. Son cosas que parecen que ocurrían en otras épocas, en otros tiempos. Es difícil pensar que hoy sucedan estas cosas. Pero suceden. Hoy, y muy cerca de nosotros.
Concretamente, en la vecina Francia, y no hace demasiado tiempo. En 2004, por ejemplo.
Michel Fourinet, francés de nacimiento y residencia, acompañado de su pareja Monique Olivier, fue protagonista de un terrible suceso que tuvo como víctimas a nueve mujeres, con edades comprendidas entre 12 y 22 años. A todas ellas las sometió al mismo suplicio. Fueron violadas y asesinadas por este carpintero galo, siempre con la ayuda de su mujer, entre los años 1987 y 1991.
María Ascensión Quilombo, de 13 años, Elizabeth Brigett, de 12; Jenny Marie Desmarault, de 17 y otras que fueron descubriéndose a lo largo de la investigación fueron algunas de las víctimas de este hombre que contaba con 62 años cuando fue detenido.
Michelle Fourinet fue ya arrestado en Bélgica por secuestrar a una niña, y tenía antecedentes criminales por ello.
Pese a ello, estaba libre y campando a sus anchas por Francia, dando rienda suelta a sus más horribles instintos.
Nació en Sedán, el 4 de abril de 1942, y no hay ningún registro acerca de su infancia, por lo que no se puede comprobar si existían los antecedentes propios y comunes a la mayoría de estos individuos, y hay que remontarse hasta 1960 cuando fue detenido en Bélgica.
También tenía antecedentes por tráfico de armas, aunque cuando estuvo en prisión fue a causa del primer crimen. Estuvo en prisión dos años, y conoció allí a un conocido que cumplía condena junto a él. Una amistad que tendría su importancia en el futuro de este asesino. Entre los años 1996 y 2001 fue detenido en cuatro ocasiones, pero fue liberado por falta de pruebas.
Mientras estaba en prisión, encontró el amor en brazos de Monique, quien trabajaba como asistente social en la misma. Con ella, descubrió el paradero de la mujer de su compañero de celda y la asesinó para hacerse con la pequeña fortuna que el terrorista le había confesado que mantenía bajo custodia la mujer. Con ese dinero, se compró una propiedad en el campo, que incluía un castillo del siglo XVIII. La buena vida hizo acto de presencia en el día a día de la pareja y se sintieron poderosos y libres para hacer lo que quisieron.
Tuvieron un hijo durante esa época, y parecía que todo quedaba zanjado. Pero, por desgracia, no fue así.
Monique localizaba a niñas a las que poder trasladar a su vivienda. Se trataba de niñas con problemas, que habían reñido con sus familias o con sus parejas, y que se dejaban embaucar fácilmente por la terrible mujer.
Una vez en casa, Michel las violaba y las mataba sin piedad. Para él, no eran más que “membranas con patas”, poco más que un animal.
Joanna Parrish fue una de esas . Tenía 20 años en el momento de su desaparición. Los padres de la chica iniciaron una campaña para localizarla, y se habló de una conspiración con parte de los implicados situados en cargos importantes. Las pruebas eliminaron esa teoría, pero la verdad no fue menos dolorosa.
En el año 2004, Monique fue a una comisaría de la Policía. Allí denunció a su marido, del que dijo que había matado a varias mujeres. Al ser interrogado, Michel confesó la violación y asesinato de las nueve víctimas.
Pero la policía no creyó a Monique, quien se demostró que había delatado a su marido para evitar ir a la cárcel.
En el juicio, celebrado el mes de mayo de 2008, ambos fueron condenados a prisión. Él, el Ogro de Las Ardenas, a cadena perpetua, y ella, a 28 años. Michel declaró, tras la sentencia, que no iba a apelar y que iba a cumplirla.
lunes, 24 de agosto de 2009
El crimen de Carmen Broto
martes, 28 de julio de 2009
John George Haigh, el vampiro del ácido
Fama. A algunos les impulsa a meterse en una casa con otros personajes ávidos de reconocimiento social, totalmente desconocidos. O a realizar cualquier acto lo suficientemente estúpido como para aparecer en la prensa.
Y a John George Haigh, fue ese ansia de fama lo que le perdió.
Toda su historia mediática nació una mañana de invierno de 1949. Fue cuando se acercó, junto a un conocido, a la comisaría del barrio londinense de Chelsea.
Allí acudieron para denunciar la desaparición de una conocida, Olivia Durand-Deacon. Había quedado con ella, en calidad de empresario, para comenzar un negocio de fabricación de uñas sintéticas, pero ella no había aparecido a la cita. Todos querían a la mujer, ya entrada en la sesentena y en kilos.
Y por ello, se habían acercado porque hacía dos días que no sabían de ella y estaban preocupados por su suerte.
John estaba tranquilo, prestando declaración ante el comisario, y nada en especial daba a dudar su versión de los hechos, pero una de las agentes, quizás por intuición, quizás porque notó algo extraño, solicitó que John esperase un rato más y aclarara unos datos. Mientras, se dedicó a investigar sobre él. Se dirigió a los archivos policiales y extrajo una ficha suya.
John George Haigh tenía una interesante historia con el crimen. Había sido arrestado en varias ocasiones por robo y estafa. Había un pequeño resquicio en su historia, pues.
Durante dos horas, varios agentes estuvieron interrogándole y surgió la inevitable pregunta: “¿Tiene usted algo que ver con la desaparición de Olivia?”
Y la respuesta les sorprendió. John aseguró que si él hubiera tenido algo que ver en esa desaparición, nadie podría probar nada. No se encontraría ningún cuerpo que lo relacionara con un asesinato, ni un secuestro.
Mientras, otro grupo descubrió que el sospechoso tenía negocios sospechosos en una zona con almacenes abandonados.
Allí se dirigió un agente de la Policía Científica, el doctor Simpson, uno de los más eficaces miembros del cuerpo londinense. Entró en el almacén donde se sospechaba que John podría haber ocultado a la infortunada mujer, pero no halló nada.
En un patio trasero halló una extraña mancha grisácea, que cubría parte del suelo. Se acercó extrañado y allí encontró las pruebas que necesitaba para saber qué es lo que había ocurrido.
El líquido burbujeaba y producía espuma. En su centro, había algo que parecían restos de huesos humanos. Y junto a ellos, una dentadura postiza y unas pequeñas piedras.
No dudó ni por un momento de que se enfrentaba a los restos de alguien, disuelto por ácido sulfúrico. Alertó a los agentes y se llevó del almacén unos 140 kilos de suciedad y algo que parecía grasa humana.
Efectivamente, al depurar el cargamento, halló 12 kilos de grasa humana. Olivia era una mujer gruesa, y podría ser su cuerpo disuelto. También examinó las tres piedras. Se revelaron como cálculos renales.
No cabía ninguna duda. Varios restos óseos confirmaron la procedencia de los restos.
Ya tenían, en un tiempo récord, los restos del cadáver y al asesino, que había ido por su propia voluntad a la comisaría.
Los periódicos se hicieron eco inmediatamente y fue, quizás, la noticia más difundida en Gran Bretaña tras las noticias bélicas de años antes.
Confesó, seguro de que no podían incriminarle por falta del cadáver.
Había quedado con ella para mover su negocio, y la condujo hasta el almacén. Allí, mientras ella diseñaba uno de los productos en un papel, le asestó un golpe en la cabeza y le disparó con un revólver. Aseguró que habían bebido un vaso de su sangre mientras ella agonizaba y él la observaba.
Se descubrió que había experimentado en la cárcel con el ácido sulfúrico y había eliminado ratas con él.
Se hizo pasar por loco para eludir la pena. Sabía que habían restos y que no las tenía todas consigo.
Bebía su propia orina y se hacía pasar por demente. Pero nada de eso sirvió. Las pruebas eran tan demoledoras que no había posibilidad de escape.
Ante la expectación surgida por el caso, se envalentonó. Era famoso, Todo el mundo hablaba de él y se sentía el centro del Universo. Estaba feliz.
Se inculpó del asesinato de dos familias enteras, que pasaron por el mismo tratamiento que la infeliz Durand-Deacon. Otros tres crímenes fueron desestimados por falsos. Se dejó llevar por el subidón de fama y se perdió. Le dijeron que había confesado demasiado pronto, y que habían encontrado los restos antes de que desaparecieran. Estaba perdido.
El asesino del ácido, el vampiro de Londres, como también le llamaron porque dijo que había consumido sangre de sus víctimas fue llevado a jucio.
Estaba feliz y pletórico. Era famoso.
El juicio duró un solo día y el jurado tardó quince minutos en decidir su culpabilidad.
El seis de agosto del mismo año, 1949, fue conducido al patíbulo y murió ahorcado, feliz por ser el centro de la atención.