Tras la cruda Guerra Civil, la sociedad intentó recuperar poco a poco su antigua calma, aunque los primeros años tras la contienda fueron duros para todos.
Una joven hermosa, animosa, y muy entregada, llamada Carmen Broto, llegó a Barcelona precisamente para servir en las casas de las clases medias de la sociedad catalana desde su pequeño pueblo oscense. Allí nació en 1924, y se trasladó a la gran ciudad para servir, como tantas otras.
Pero pronto se dio cuenta de que de esa manera no podría obtener lo que quería. Veía como vivían sus señores, con sus lujos inalcanzables y el dinero corriendo a espuertas.
No se conformó con el mísero sueldo de asistenta, y se lanzó en brazos de los jóvenes adinerados para cuyos padres trabajaba.
Comenzó a frecuentar las fiestas, siempre en brazos de algún joven apuesto, algún adinerado que le cubría de atenciones y también de regalos. Abrigos, joyas, cariño…
Había llegado a servir en casas pero se había convertido en una Cenicienta por cuyo cariño suspiraban muchos solteros de la capital catalana.
Las fiestas no eran tales si Carmen Broto no iba a ellas. Era el centro de la atención de la burguesía de la época. No ocultaba su origen humilde. Todos comentaban que era una chacha que había conseguido subir la escala social. Todos sabían a qué se dedicaba y nadie le reprochaba nada, más bien la admiraban por ello.
Ella sabía que podía conseguir más, así que cambió sus objetivos: nada de futuros adinerados, en espera de la herencia del papá. Ahora, buscaría a los papás directamente.
Pasó por los lechos de varios señores mayores, de los cuales le regaló un piso en la calle Padre Claret, donde vivió hasta su trágica muerte.
En ese apartamento atesoró sus regalos, los que le iban dando sus ricos amantes, mientras continuaba siendo la comidilla de toda la sociedad pudiente de Barcelona.
Unos años después, apareció Jesús Navarro, un joven de 25 años hijo de un cerrajero cántabro que había conseguido una considerable fama y fortuna en Cataluña.
Su padre buscaba para su hijo el mejor partido, una mujer que le diera posición y acrecentara su fortuna, pero su hijo vivía de manera disoluta y sin pensar demasiado en contentar a su progenitor.
Sus vidas se cruzaron y comenzaron a verse. Navarro no se había enamorado de ella realmente, pero estaba encandilado de su figura, su ya leyenda y de las riquezas que se decía que había en el tan traído piso de Carmen.
Junto a la pareja, estaba también Jaime Viñas, algo mayor que Jesús y se dedicaba a disfrutar del dinero de Jesús y le acompañaba en sus correrías.
Carmen estaba perdidamente enamorada del joven, aunque mantenía en parte su relación con alguno de sus maduros acompañantes.
Jesús padre no veía con buenos ojos la presencia de Carmen, aunque toleraba la relación porque el dinero que se comentaba que poseía la aragonesa atraía la avaricia del cerrajero.
En 1948 Jesús se enamoró de una joven de la burguesía catalana. Ella le correspondió y le prometió que una vez unidos, montaría un bar para él en plenas Ramblas, con la única condición de que él abandonara a Carmen, “esa furcia”, decía.
Al padre de Jesús le parece más adecuada la nueva pareja de su hijo y le propone un plan: líbrate de ella, mátala.
De paso, el plan incluía el robo de las joyas y el dinero de la aragonesa. Total, pensaban, nadie iba a sospechar nada, tratándose de una prostituta.
Jesús y Jaime serían los que ejecutarían el crimen, mientras que el padre, diestro con las cerraduras, se encargaría del piso.
El 11 de enero de 1949, ambos van a buscarla en un Ford de color negro. El plan era salir los tres de fiesta, tal y como lo habían hecho cientos de veces antes.
En la parte trasera, donde se sentaba Jaime, se hallaba oculta una enorme maza.
Una vez fuera de la ciudad, Jaime sacó el mazo y lanzó un golpe contra la cabeza de la mujer. Sangrando y confundida, intentó escapar, pero fue reducida y vuelta a golpear y en unos minutos, falleció.
Ambos se miraron sorprendidos. No habían esperado que hubiera tanta sangre y cuando llegó el padre, que había acordado reunirse con ellos más tarde, decidieron enterrar el cuerpo en algún lugar discreto.
En la calle Legalidad envolvieron el cuerpo de la joven en el abrigo que llevaba antes de morir, una pieza de unas 50 mil pesetas, una auténtica fortuna. Lo enterraron en un solar y subieron de nuevo al coche, pero al ir a arrancar, no lo hizo.
Asustados, salieron corriendo dejando tras de sí el coche y todos los restos delatores.
Unas horas después, unos vigilantes encontraron el cuerpo y avisaron a la policía. Tras unas breves investigaciones, encontraron quien había alquilado ese coche, y buscaron primero a Jesús padre. Al verse descubierto, ingirió una gran cantidad de veneno y se suicidó.
Jaime Viñas se vio en las mismas circunstancias y optó por la misma solución, mientras que Jesús hijo fue sorprendido mientras intentaba escapar con su novia en un barco hacia Baleares.
Fue condenado a muerte y trasladado al penal de Ocaña, pero su madre consiguió que un abogado conmutara la pena y fue condenado a 30 años de cárcel, por obra del mismo Caudillo, que lo indultó.
Escribió dos libros sobre su víctima, a la que tachó de confidente de la policía y hasta de colaboradora con el maquis. La leyenda ha llevado a Carmen Broto ser amante de espías, serlo ella misma, tener oscuros secretos y más cosas, pero lo cierto es que ese año 1949, la sociedad pudiente de Barcelona se estremeció con la muerte de Carmen Broto.