viernes, 28 de diciembre de 2007

Belle Gunnes, la viuda negra


La vida austera no suele gustar a quien tiene en mente una forma de vida más desahogada que la que le ha tocado vivir. Cualquier persona quiere avanzar economica y socialmente, y llegar a ser lo suficiente solvente para poder tener todo aquello que desea y que su nivel económico le impide conseguir.

Ahora, bien, ¿hasta donde se puede llegar para conseguir la anhelada posición?

Brynhilde Paulsetter Sorenson lo tuvo claro.

Nacida en el seno de una familia de granjeros en Noruega el año 1859, Brynhilde comenzó a labrarse el oficio de malabarista, gracias a que su progenitor obtenía ingresos extra trabajando en variaos espectáculos ambulantes de los que recorrían el país en ese siglo XIX.

Fue esa labor paterna la que valió a la familia Pulsetter una cierta fama en el pais escandinavo, y con el dinero obtenido, la joven decidió viajar hasta la prometedora América para triunfar y conseguir una más que merecida, pensaba ella, fortuna.

Con 19 años, parte de los trabajos que realizó para mantenerse fueron proporcionados por algunos compatriotas residentes en Estados Unidos.

Pero los escasos dólares que la joven percibía por sus labores no eran suficiente para acallar la voz codiciosa que le hablaba en su interior.

En poco tiempo se casó con un sueco llamado Mads Sorenson, con el que consiguió cierta estabilidad. La amargura no tardó en aparecer, ya que la noruega no se quedaba embarazada. El matrimonio decidió entonces adoptar a tres pequeñas: Jenny, Myrtle y Lucy.

La familia mantenía un nivel social modesto, pero suficiente para no pasar penurias y mantener un cierto nivel de vida.

Para tranquilizar a su mujer, que vivía, al parecer, atemorizada por un futuro incierto si el marido moría, este firmó dos pólizas de seguro, por si algún mal privaba a la familia de la persona que traía dinero a casa.

A los pocos días de firmar, Mads moría, según los médicos, por un ataque al corazón.

La viuda cobró los 8.500 dólares de las pólizas y al percibir que los familiares de Mads parecían sospechar algo extraño en la muerte del hombre, se trasladó hasta Austin, Texas, donde compró una casa de huéspedes.

Al poco tiempo de abrir, la casa comenzó a perder clientes. La comida ofrecida por la noruega no era todo lo buena que se esperaba, y el trato dejaba bastante que desear.

Aseguró el local, afortunadamente, unos pocos días antes de que ardiera presa de un misterioso incendio. En esta ocasión fueron 4.000 dólares los que pasaron a engrosar la hacienda de Brynhilde.

Idéntica suerte corrió el siguiente negocio montado por la mujer, que se cambió de nuevo de ciudad.

En La Porte, Indiana, compró una pequeña granja. Abatida, conoció en aquella época a Peter Gunnes, un noruego con el que se casó, y del que, sorprendentemente a los 44 años, quedó encinta.

Belle, como se dio por llamar en los Estados Unidos, era muy habilidosa con las herramientas propias del trato con el ganado, en especial con los relacionados con el oficio de matarife.

Fue uno de estos utensilios el que, desgraciadamente, cayó sobre la cabeza del desprevenido Peter, matándolo en el acto. Fue unos días después de firmar una jugosa póliza de seguros, claro.

La hija mayor, Jenny, comenzó a decri que su padre había sido asesinado por su madre, pero ¿quién iba a creer a una niña de diez años?

La jovencita desapareció de la granja, rumbo a una mejor educación en California, decía su madre.

Belle comenzó a insertar anuncios en los periódicos de la zona, ofreciéndose para compartir su vida con algún solterón o viudo. A cambio ofrecía su belleza y sus ciudados.

Antes, claro, tuvo que adecentar su estropeada boca, eliminando las pocas piezas que le quedaban y cambiándolas por una dentadura de oro.

Los anuncios tuvieron éxito, y fueron muchos los que acudieron a la granja. La condición para recibirles era sencilla: cada prentendiente tenía que aportar, en efectivo y en ese momento, una cantidad de 5.000 dólares.

Los hombres iban desapareciendo uno tras otro, sin dejar rastro ni sospecha, pero ni siquiera en el mal comunicado país de principios del siglo XX tal cantidad de desaparecidos pasaban desapercibidos.

Al notarse asediada a preguntas, ya que las pistas de alguno de los pretendientes llegaban hasta su granja, Belle comenzó a fraguar su último crimen.

El 28 de abril de 1908 la población cercana se levantó conmocionada al descubrir como ardía la granja de Belle. Al llegar hasta allí, descubrieron con horror los cuerpos sin vida y carbonizados de las dos niñas y el niño que había tendo con Peter. Junto a ellos, el cuerpo decapitado de quien parecía Belle. Las sospechas afloraron ya que el cuerpo encontrado no se correspondía con la envergadura de la noruega, y se inició una investigación.

Alrededor de la casa se encontraron restos de unas catorce personas. Entre ellas, la pequeña Jenny.

Se detuvo a un antiguo amante de Belle, quien confesó la terrible verdad: el cuerpo era de una camarera, asesinada por la mujer para hacerla pasar por ella, y desaparecer con su fortuna, en pos de nuevas víctimas.

A día de hoy se ignora si realmente ocurrió esto así, y si la Viuda Negra continuó su tenebrosa labor a lo largo de los Estados Unidos de preguerra, pero su nombre figura en la lista negra de la Historia

domingo, 23 de diciembre de 2007

TED BUNDY, UN DEPREDADOR EXQUISITO


La historia de la humanidad está repleta de seres malvados, que dejan su humanidad de lado para cometer los más terribles actos. Son seres que se abstraen de las normas establecidas y que se consideran fuera de los normales circuitos sociales por donde nos comportamos los demás.

Uno podría llegar a imaginar que es sencillo identificarlos, que su rostro alberga una pista, un indicio de que no son personas normales y que es sencillo prevenirse de ellas.

Nada más lejos de la verdad.

En ocasiones un alma horrible se esconde en un físico totalmente anodino, y en ocasiones, lo hace en tras una imagen respetada, amigable y atractiva.

La imagen del chico agradable se ha visto muchas veces en el cine, en las películas de ambiente universitario en las que un joven popular comienza a dejar ver su lado más siniestro.

Todas estas historias se dan cita en la vida real de la mano del más temido psicokiller sexual de los Estados Unidos de América, el tristemente popular Theodore Robert Bundy, el Depredador de Seattle.

Ted Bundy, el nombre con el que ha ingresado en la Crónica negra de la historia, nació en 1947, y como en tantos otros casos sufrió una infancia terrible. Su madre, madre soltera, tuvo que dejar al niño en manos de sus autoritarios abuelos en demasiadas ocasiones, ya que ni ellos ni ella podían mantener la familia sin el duro trabajo.

Ted veía como sus ansias de mejorar se perdían con el paso de los días, y pronto comenzó a descargar su ansiedad en pequeños hurtos, fruto de una cleptomanía que frenaba su ímpetu y le mantenía más o menos cuerdo.

En esa época le marcó también la visión del cuerpo desnudo de una vecina, que se cambiaba frente a su ventana, un hecho aparentemente sin importancia que, en su mente ya alterada disparó algún resorte oculto.

El joven comenzó a salir con una guapísima adolescente, Sephanie Brooks, y parecía que todo iba bien, aunque en 1966, cuando Bundy contaba con 20 años, esta decidió dejarlo. Al parecer, el nivel económico y sociall que ostentaba el chico no bastaba para cubrir sus aspiraciones.

Despechado, Bundy sufrió entonces un duro golpe que rompió sus débiles defensas mentales, llevándolo a una época de amargura, en la que intentó progresar en sus estudios, ascender socialmente y conseguir una popularidad que le devolviera el cariño y la presencia de Stephanie.

Su excelente conducta y su trabajo en las aulas le valieron no pocas recompensas sociales, como su participación en el Comité Asesor para la Prevención el delito en Seattle. Sus allegados ya veían ante él un futuro brillante, que quizás podría llevarlo hasta el puesto de Gobernador.

Pero tanta brillantez ocultaba una larga y tenebrosa sombra. Todo el trabajo realizado hasta el momento tenía un objetivo: traer de vuelta a su vida a su chica.

Y lo consiguió. En 1973 se celebró la boda de Ted y Stephanie, aunque lo que se preveía como una gran alegría, se tornó en una pesadilla.

En la luna de miel, la cara afable de Ted cambió. La mujer con quien tanto deseaba estar pasó a convertirse en la persona que le repudió y por elló, Bundy la agredió, la vejó y la repudió tal y como ella había hecho antes.

Unos días después, la primera víctima del Depredador moría de una manera atroz. Tanto esta como todas las que le siguieron tenían un denominador común: jovenes, hermosas e idénticas a su odiada Stephanie.

Mientras el número de víctimas crecía, las autoridades se encontraban desconcertadas: no existía un patrón ni una manera de actuar coherente.

Durante cuatro años, de 1974 a 1978, este desequilibrado personaje viajó por cinco estados dejando tras de sí un rastro de violencia y salvajismo sin precedentes en la sociedad americana.

Cuando localizaba a una víctima, se procuraba una buena excusa para entablar una conversación con ella y la convencía para que le acompañara a su casa. Nada difícil, ya que Bundy era un tipo atractivo, con una cara franca y simpática.

Una vez reducida su víctima, la sometía a los más brutales castigos: golpes con martillos, con barras de hierros, violaciones salvajes, en ocasiones perpetradas con los más diversos y dolorosos objetos, como ramas de árbol.

Sin entrar en detalles, cada vez que aparecía la noticia de que se había encontrado un nuevo cuerpo víctiima del agresor, los vecinos de la zona sentían como su corazón se encogía.

Bundy continuaba su carrera delictiva como si nada, e incluso, se cuenta, dio caza a dos víctimas el mismo día que pasaba un agradable día de playa con una novia.

Su fin se acercaba, ya que varias de las víctimas consiguieron sobrevivir y le identificaron. La policía ya tenía una imagen bastante cercana del asesino y el cerco se estrechaba.

El 8 de febrero de 1978 una joven consiguió escapar de la trampa urdida por el psicópata, y alguien aportó la matrícula de la furgoneta que conducía. Por desgracia, al huir la chica, sus ansias de matar no se vieron calmadas y se encontró con una niña de doce años, en la que descargó toda su ira.

Unos días después se localizó la furgoneta con los restos de la que sería su última victima y se consiguió poner nombre a tan salvaje carnicero.

Dos días después, un agente de Pensacola, Florida, detenía a Bundy. En el juicio se logró demostrar el asesinato de tres mujeres, y aunque la policía aportaba una cifra de 36, fue suficiente para condenarlo a la silla eléctrica. Diez años después, la sentencia se llevó a término y ante el alivio del pueblo norteamericano, el Deprador de Seattle, murió.

sábado, 15 de diciembre de 2007

Albert H. Fish, el ogro de Nueva York

La mente de muchas personas queda marcada por algún trágico suceso ocurrido en su niñez. En muchas ocasiones, eso no es motivo de alarma, ya que al madurar, la gente es capaz de afrontar el pasado y superarlo. En otras, sin embargo, la niñez pasa factura y esa desgracia sufrida puede transformar de manera sorprendente la manera de ser de esa persona.

Albert H. Fish sufrió en su niñez, sin duda.

Su progenitor falleció en 1875, cuando sólo contaba con cinco años de edad. Esta circunstancia dejó a la familia sin recursos económicos, y tuvo que ser internado en un orfanato del Estado, separado de su madre y sus hermanos.

Hay quien sugiere que antes de esto Albert ya tenía ciertas tendencias psicóticas, y que los animales domésticos y los que vagaban las calles de Washington D.C. ya sufrian sus desmanes e ideas sádicas.

De todas maneras, es a partir de su ingreso en la institución cuando despertó su lado más temible. El orfanato en el que vivió sus años de niñez era brutal, y tanto Albert como el resto de los internos recibían frecuentemente palizas a cargo de los cuidadores. Además, hay indicios de que el joven Fish tuvo que soportar alguna vejación de índole sexual por parte de algunos de sus compañeros de residencia más mayores.

Al salir de su internamiento, probó fortuna en la calle, aunque hay pruebas que lo sitúan practicando la prostitución homosexual en Washington con 20 años, además de tener a sus espaldas varios actos delictivos, como estafas, falsificación de cheques, exhibicionismo y otras pequeñas faltas que fueron entumeciendo su ya por sí débil sentido de la realidad. En esa época es también cuando se registra su primer acto atroz: la violación de un niño, y posiblemente incluso su primer asesinato.

La policía le detuvo en siete ocasiones y pronto se dio cuenta de que su mente no estaba en orden. En algunas ocasiones aseguraba ser el mismísimo Jesucristo, y en otras decía que San Juan Evangelista le transmitía sus mensajes.

La religión le servía para acallar su conciencia, abigarrada por los terriblea actos sexuales que cometía.

Durante años, Albert vagabundeó por las calles de Nueva York y Washington, alternando los periodos en libertad con otros recluído en instituciones pisiquiátricas. Los doctores que le trataron en aquella época coincidieron todos en una cuestión: Fish manifestaba una clara psicopatía sexual con derivaciones hacia el sadomasoquismo. Su sexualidad enferma le obligaba a cometer actos impuros y eso ofendía a la divinidad, así que debía ofrecerle una compesación en forma de sacrificios rituales.

Aún así, sus días en reclusión eran pocos, ya que su comportamiento en esos días era ejemplar y no existían muchas plazas en los psiquiátricos.

Pese a su estado mental, Fish consiguió casarse, e incluso tener descendencia: de su matrimonio nacieron seis hijos, aunque su mal carácter propició un calvario de malos tratos para los pequeños. Abandonado por su esposa, continuó con su trabajo como pintor de brocha gorda en Nueva York, y es entonces, con unos cuarenta años, cuando comenzó su macabra carrera como asesino de niños.

Corría el año 1910 cuando Fish dio rienda suelta a su instinto y durante 24 años, desaprecían niños en las calles de la cosmopolita ciudad sin que nadie puediera hacerse una idea de cual era su terrible final.

Su final se fraguó, por suerte, en 1928, cuando se fijó en un anuncio en un diario en el que la familia Budd solicitaba un empleo para superar su mermada economía. Fish se personó en el domicilio de los solicitantes, con el nombre de Frank Howard, y ofreció un trabajo al joven hijo de la familia, de 18 años. Su objetivo, según confesó más tarde, no era otro que comerse el miembro viril del muchacho.

En esa visita, no obstante, se fijó en la pequeña Grace, de diez años de edad, y que le cautivó con su mirada. Con la excusa de llevársela al cumpleaños de su nieta, Fish convenció al padre para llevársela unas horas. Más tarde la traería de vuelta, les dijo.

La policía se hizo cargo inmediatamente de la investigación de la pequeña y el inspector Hill King se hizo cargo del caso. Durante meses buscó una pista, un indicio acerca de su paradero y su destino, hasta que decidió tender una trampa al astuto secuestrador.

Seis años después, publicó un artículo en el que se anunciaba que el secuestro de la niña estaba a punto de resolverse. Fish, movido por un orgullo imparable, remitió una carta a los señores Budd, explicando como había asesinado y devorado a la niña. Entre las lindezas que añadió en la misiva, figuraba el modo en qu e había cocinado y devorado a la pequeña, con todo lujo de detalles.

El detective King rastreó la carta hasta su origen, un empleado de una empresa de seguros. Este confesó que había sustraído papel de carta y sobres de la empresa y las había llevado hasta la pensión donde vivía. Y allí, King descubrió la presencia de Fish, ya anciano, al que detuvo inmediatamente.

El perturbado no ofreció resistencia alguna, y fue conducido hasta el juez. En las pruebas realizadas, se descubrió como en sus testículos e ingle se había clavado varias agujas, con la intención de sentir un dolor reparador para purgar sus crímentes.

No se pudo averiguar el número de niños asesinados por el anciano, pero la policía barajó el número de 400, aunque sólo se pudo acusarle por 15, que confesó con todo detalle.

El 16 de enero de 1936 Albert Fish fue ajusticiado por el método de la silla eléctrica, que tuvo que ser rearmada tras un fallido intento. Las agujas clavadas en su cuerpo provocaron un cortocircuito y se tuvo que dar una segunda descarga.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Landrú, un pérfido Barbazul


El pérfido Barbazul se basó en un pesonaje de la Edad Media, el cruel Giles de Rais, pero el cuento narra como un noble asesinaba a sus esposas para quedarse con sus fortunas y continuar siendo rico.

Desgraciadamente, muchas veces la realidad supera la ficción y lo que en un momento dado es la imaginación de un escritor, se torna terriblemente real.

Es el caso de Henri Desiré Landru.

Francés, como Giles de Rais, Landru llevó a su país a la más oscura sima del horror, ya que en su haber contaba con la confesión de once muertes reconocidas. Para la policía, la cifra había de elevarse en número comprendido entre los 190 y 300.

La mayor parte de ellas se correspondían con sus mujeres. Sí, mujeres, pues Landru ideó una eficaz manera de atesorar una gran cantidad de dinero: casarse con cuantas más mujeres mejor, sobre todo si tenián una paga de viuda o posibles, y tras su muerte, aprovecharlo todo.

Landru nació en el seno de una familia humilde de París. Su padre, fogonero en una fundición industrial, y su madre, que trabajaba como costurera, le intentaron dar una educación recta, y parecía que lo estaban haciendo bien.

El pequeño problemilla de Henri fue su afción hacia el dinero y la buena vida. En 1889 se vio obligado a casarse con su prime hermana Marie Remy, con quien tuvo cuatro hijos, a los que siempre tuvo engañados y desconocedores de su doble vida.

En 1909, Landru, mientras ojeaba un periódico, se dio cuenta de un anuncio. En él, una viuda ofrecía su hacienda y su dinero a quien pasara el resto de su vida con ella. El hombre, inteligente pese a su maldad, decidió ofrecerse como compañía a las viudas, a cambio de compartir rentas.

La primera viuda que leyó su anuncio, inserto en un periódico de Lille, madame Izoret, picó ante las artimañas del todavía joven Landru, quien consiguió de su primera víctima la nada despreciable cantidad de 20.000 francos.

Pero la viuda sospechó de él y le denunció, lo que le costó una estancia en la carcel. Durante su encierro, el criminal francés urdió un plan para que no volviera a suceder lo mismo: cambiaría de identidad tantas veces como hiciera falta, pero no dejaría tras de si a nadie quien pudiera delatarle.

Tras varias detenciones, todavía sin tener crímenes de sangre en sus manos, su padre decidió suicidarse, ante la vergüenza que le suponía tal hijo.

Mientras, el estallido de la guerra favoreció su salida de prisión y, por suerte para él, la cantidad de jovenes viudas que causaba el desastre bélico crecía día a día.

Jeanne Cuchet fue la primera inició una relación seria con Raymond Diard, nombre bajo el que se camufló el astuto Landru.

En unas semanas, la viuda Cuchet comenzó a recibir informes de la vida extraña de su pretendiente, pero las desestimó. En 1915 madame Cuchet desapareció de su vecindario, pero de la chimenea de su vivienda surgió, durante varios días, una densa humareda.

La mujer y su hijo se habían convertido en las primeras víctimas del Barbazul.

Alertado por las preguntas de los vecinos, alquiló una casa en Gambais, a unos 50 km de París, y con una buena conexión vía ferrocarril con la capital.

Durante cuatro años, entabló relaciones con varias damas cuarentonas, aunque alguna de las que se acercaban hasta Gambais no pasaban de los 20 años, ya que la desesperación por tener un futuro digno atraía a muchas mujeres que se habían quedado desamparadas a causa de la guerra.

La casa, elegante y vistosa, albergaba una caldera donde Landru se deshacía de los cuerpos sin vida de sus conquistas, y en el caso de que los hubiera, de los de sus hijos o incluso de sus mascotas.

Las autoridades parisinas comenzaron a sospechar de las desapariciones, que podían llegar a sumar las 300, y pusieron a 50 gendarmes a investigarlas. En pcoo tiempo, se relaciónó a Landru con estas, y tras identificarlo gracias a una familiar de una de sus desaparecidas prometidas, el inspector Belin consiguió detenerlo.

En el momento de la captura, monsieur Guillet, que era el nombre bajo el que se ocultaba en ese momento, estaba cortejando a Fernande Segret, una joven actriz de 19 años que tuvo mucha suerte.

En el bolsillo de la chaqueta de Landru encontraron una agenda en la que el cruel asesino había anotado, sin faltar uno sólo, los nombres de las mujeres y las cantidades conseguidas con sus muertes. Al relacionar esos nombres con los que constaban en los archivos policiales, once de los nombres coincidieron.

En el posterior registro a la villa de Gambais, los gendarmes encontraron la escalofriante cifra de 295 huesos humanos carbonizados, un kilo de cenizas y cuarenta y siete piezas dentales de oro, que guardó en un cajón.

El juicio duró dos años, durante los cuales la sociedad parisina se dividió entre quien veía a un monstruo en el hombrecillo feo y taciturno, y quien lo llegó a admirar e incluso a hacerlo propuestas d e matrimonio.

Finalmente, la sentencia fue de muerte, y Henri Desiré Landru fue guillotinado el 25 de febrero de 1922, mientras todavía proclamaba, a los cuatro vientos, su inocencia.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Gilles de Rais, héroe y criminal


La imagen de Juana de Arco se ha considerado siempre como uno de los pilares de Francia, de la nobleza y de la fe. Pero junto a ella, otra figura histórica ocupa la mente de los galos, aunque en esta ocasión, más que un héroe o un paladín de la justicia, nos encontramos con la infame presencia de un noble corrupto, cruel y desmedido: Gilles de Rais.

Poseedor de la segunda mayor fortuna de la Francia del siglo XV, su nombre era en un principio sinónimo de gallardía, de ardor guerrero y de lealtad al rey en la temible Guerra de los Cien Años pero pronto se convirtió en motivo de terror y e indignación para quien antes le había admirado.

Hijo de Guy de Laval y Marie de Craon , Gilles tenía asegurada su vida como uno de los grandes poderes de Francia, pero su vida se dirigiría hacia el abismo. Siendo todavía un niño, asistió a la muerte violenta de su padre, que fue herido por un berraco en una jornada de cacería. Durante varios días, el joven noble asistió impasible a los estertores de dolor de su progenitor, al que realmente, poco le unía.

Tras esta experiencia, que sin duda fue uno de los detonantes de lo que ocurrió después, su tutela pasó a su abuelo materno, en contra de los últimos deseos de su padre, quien propuso para tal misión a uno de sus parientes, más cabal y capaz de criar en condiciones a los hermanos de Rais. Pero Jean de Craon, forjado en el bandidaje, cruel y severo, fue quein finalmente se encargó de la educación del niño. La formación en esta época le llevó a ser todavía más taciturno y a ser consciente de su poder militar y político, por lo que comenzó a sentirse alguien especial, alguien por encima de los demás. En esa época, Gilles descubrió en la biblioteca de su abuelo los libros que le guiarían durante su vida, en especial Las Vidas de los Césares, de Suetonio, donde descubrió que los hombres poderosos no tiene porque rendir cuentas ante nadie por sus actos.

En esos años, Gilles practicaba la esgrima y otras artes guerreras, con ayuda de criados y amigos de la niñez. En una de estas prácticas, el joven no tuvo reparos en apuñalar a la persona que le había acompañado en sus primeros años. Contempló impasible como se desangraba, suplicándole ayuda.

Con sólo 16 años partió a la guerra, la Guerra de los Cien años, y fue allí donde encontró el camino hacia el reconocimiento. En ese conflicto encontró también la persona que le cautivó: Juana de Arco. Sirvió de escolta a la Dama de Orleáns, y quizás hubiera cambiado la historia, si hubiese acudido a su rescate en el momento de su ejecución, pero inexplicablemente, desistió de acudir a salvarla con un importante contingente preparado para la ocasión.

Quizás fuera la muerte de Juana, que le había cuativado y embelesado, pese a sus inclinaciones homosexuales, pero a partir de ese momento, el carácter del noble se hizo más agrio y dedicó su vida a medrar en varios de sus castillos. En esas fortalezas organizaba grandes festejos, en los que gastaba cantidades ingentes de dinero, creando espectáculos, ofreciendo mecenazgo a los artistas y agasajando a sus visitantes.

También, por desgracia, comenzaron los desmanes. Criados suyos viajaban a lo largo de la Bretaña francesa buscando niños y niñas a los que invitaba a pasar a su servicio, principalmente en el castillo de Tiffauges, situado en la Bretaña.

Como es lógico en esa época de hambruna y miseria, pocos padres negaban a sus hijos la posibilidad de incorporarse al servicio de un señor, que no sólo era inmensamente rico, sino que gozaba de una reputación inmejorable gracias a sus hazañas bélicas frente a los británicos.

La triste verdad era que, una vez en sus dominios, el niño o niña era salvajemente violado y asesinado siguiendo los más variados métodos. En el duro y largo proceso que siguió a la captura de Gilles de Rais, los testigos no escatimaron en detalles sobre las tropelías del Barón y sus allegados. Según se supo después, en los dominios del Barón se celebraban actividades alquímicas y mágicas, ya que el noble pretendía conseguir la Piedra Filosofal, largamente perseguida por los alquimistas, además de, supuestamente, realizar ritos satánicos. Otras fuentes indican que todas las atrocidades tenían por objeto simplemente calmar el ansia de sangre del Señor de Rais.

El año 1440, alertado por los habitantes de la Bretaña, el rey Carlos VII ordenó una investigación para averiguar qué ocurría con los niños desaparecidos, que ya sumaban más de 1.000. El obispo de Nantes, finalmente, ordenó la detención de De Rais y este fue llevado a la ciudad donde se inició un duro y largo juicio. En él declararon sirvientes, lacayos y cómplices del señor feudal, que continuaba siendo uno de los más ricos del país, pese a haber dilapidado parte de su herencia en fiestas y extravagancias.

Las declaraciones horrorizaron a los jueces, que dictaminaron la pena de muerte, y el 26 de octubre, Gilles de Rais fue ajusticiado por la muerte de más de 200 niños, aunque se sospecha que fueron muchos más.

La historia de Barba Azul, como se le conoció, dio lugar al inmortal cuento de Perrault, quien cambio el asesinato de niños por la muerte de mujeres, para no hacer tan trágica la historia, y así ha llegado hasta nuestros días.