La infancia, querido lector, es el punto de partida de una vida plena y satisfactoria. Al menos, debería serlo. Si has seguido con atención las fichas de los terribles sujetos que han poblado estas páginas los últimos meses, habrás podido constatar lo.
En este caso, la niñez del protagonista también marcó con fuego su carácter y lo convirtió en una cosa muy alejada a lo que podemos considerar una vida “normal”.
Andrei Romanovich, más conocido como Chikatilo, creció con la idea de que un tío y un primo suyo habían sido asesinados para que los vecinos de su pueblo pudieran comer carne fresca. Lo más terrible del asunto es que, probablemente, esa historia con la que le asustaba su madre, fuera verdad. La Unión Soviética de la era Stalin nadaba en las procelosas aguas de la miseria más absoluta y el totalitarismo sanguinario del ruso. Muchos casos de canibalismo en pequeñas poblaciones han quedado registrados, por lo que no es descabellado pensar que los familiares del joven Andrei sufrieron ese terrible fin.
Su infancia se vio marcada también por su padre. Se fue a la Gran Guerra contra el alemán, pero fue capturado por los nazis. Eso, a ojos de Stalin, era síntoma de traicción y cobardía, así que tras su liberación, fue marcado como un traidor por todos sus vecinos.
Andrei se afilió al partido comunista y leía con frucción el Pravda, el escaparate mediático del partido, para intentar evitar ese estigma familiar.
Se convirtió en un hombre respetado y del que no había ninguna duda acerca de su orientación política y moral.
Pero, estimado lector, ambos sabemos que no hablaríamos de él aquí si esto fuera así.
En el servicio militar no fue capaz de mantener ningún tipo de encuentro sexual con chicas, y la única vez que eyaculó fue un poco antes, cuando agarró a una amiga de su hermana y tras soltarse esta de un fuerte empujón, sintió como el acto violento le permitía llegar al orgasmo.
En 1978, convertido en profesor de lengua, daba clases en un lugar llamado Shakthy, población a la que se trasladó con su mujer y sus dos hijos. Sí, Andrei se había casado, gracias a los tejemanejes de su hermana, y había conseguido engendrar dos niños, las dos veces que, según su mujer, habían hecho el amor.
En esta pequeña ciudad se cruzó con Yelena Zakotnova, un niña de 9 años. Mediante engaños la atrajo hasta una habitación que había alquilado en una zona oscura de la ciudad. Allí, la viola, cambiando su inerte miembro por un cuchillo de caza. No hace falta imaginar lo sucedidod. La terrible arma causó la muerte de la niña, y el acto depravado consiguió que Andrei fuera capaz de gozar con la realización de la matanza. Temeroso de que la mirada de la pequeña pudiera registrar lo ocurrido, sacó los glóbulos oculares de la misma. Este modus operando fue seguido por el maniaco en casi todos sus crímenes posteriores, y fue clave para determinar su culpabilidad.
No fue relacionado por la salvaje mutiliación. Cargó con la culpa otro infanticida, Alexander Dravchenko. Esto le dio un respiro, y decidió no volver a actuar, por lo menos durante un tiempo.
En 1981 volvió a matar. En esa ocasión fue una joven mendiga que encontró en una estación de tren, lugar muy utilizado por Chikatilo para conseguir víctimas. En esa ocasión, desmembró a la joven, e incluso extrajo su útero, del que dicen que llegó a comer. Chikatilo negó esta última acusación, pero existieron pruebas de que incluso llegó a devorar enteros órganos genitales, tanto de hombres como de mujeres.
La “excusa”, dijeron los expertos, se tenía que explicar en su impotencia.
Los siguientes años fueron una espantosa carrera homicida, en la que niños, niñas, vagabundos y prostitutas eran seleccionadas por el demente ucraniano como víctimas propiciatorias.
Cambió de trabajo en varias ocasiones, y aprendió como atontar a las víctimas con un certero golpe, a no recibir salpicaduras, a estudiar los movimientos de sus futuros asesinados. Otras veces, aprovechaba la ocasión y simplemente elegía a una mujer o niño y los llevaba a sitios apartados. En esos lugares disfrutaba y se excitaba con sus gritos agónicos, con sus llantos y con la imagen de su muerte.
Una auténtica bestia habia tomado el control del cuerpo y la mente de Andrei. Mientras, ni su mujer ni sus hijos sospechaban en absoluto de él.
El cerco se estrechaba, pero las autoridades no paraban de detener a retrasados mentales, a gente de pocas luces, a las que sometían a crueles interrogatorios y que confesaban de plano, hasta que se demostraba que no eran los responsables de los asesinatos.
Finalmente, un policiía vio a Chikatilo salir, por la noche, de un bosque. Se limpió en una fuente, ý el agente, extrañado por su comportamiento, le pidió que se identificara. Unos días después se halló el cuerpo sin vida de una joven en ese mismo lugar. Ahora, la policía ya tenía un nombre.
Fue conducido a la Audiencia de Rostov, donde fue juzgado por 53 asesinatos y 5 violaciones.
Durante el juicio, se reía de los familiares de sus víctimas, e incluso llegó a desnudarse frente a ellos, para burlarse.
La sentencia fue a muerte, en un juicio que todavía recordamos haberlo visto en televisión, en el año 1992. La pena se ejecutó dos años después. Una bala terminó con su vida, pero fue disparada con esmero y cuidado. Nada debía destruir su cerebelo, que fue codiciado por diversas instituciones científicas para intentar determinar el origen de su locura asesina.