Crónica Negra de España está repleta de personajes trágicos, dramáticos y situaciones mucho más terribles todavía. En los años 90, un pequeño pueblo extremeño que no estaba ni el mapa, hasta que los hermanos Izquierdo hicieron de la calle un auténtico matadero.
¿La causa? Una enemistad entre dos familias, que durante 30 años enfrentó a los Izquierdo y a los Cabanillas.
Todo comenzó, parece ser, por una cuestión de tierras entre ambas familias. También hubo un lío de faldas, ya que uno de los Cabanillas Amadeo, se enamoró de Luciana Izquierdo. Su amor fructificó en una boda que unió ambos clanes.
No obstante, los problemas comenzaron a agravarse. La tensión creció y Jerónimo Izquierdo asesión a puñaladas a Amadeo. Fue detenido y pasó unos años en prisión.
Mientras, la casa de los Izquierdo ardió, muriendo a consecuencia del fuego la madre del clan. Este culpó a los Cabanillas y Jerónimo se fue hacia Antonio Cabanillas con la intención de apuñarlo. Fue nuevamente arrestado e internado en un psiquiátrico, donde murió nueve días después.
Sus hijos continuaron en libertad, atesorando el odio contra la familia Cabanillas, esperando el momento de vengar a su padre. Este, falleció nueve días después.
El escenario para la tragredia, una aún mayor, estaba listo.
El 26 de agosto de 1990, los hermanos Izquierdo, Emilio y Antonio, que contaban ya con 58 y 53 años, respectivamente, tomaron sus escopetas y salieron a la calle. Se acercaron hasta donde sabían que estaban algunos de los Cabanillas y se dispusieron a cobrarse venganza.
Antonia y Encarnación Cabanillas, de 12 y 14 años, fueron las primeras en caer bajo los disparos de los asesinos. Manuel, de 57 años, escuchó los disparos y salió corriendo del bar donde estaba. Fue abatido por los disparos de sus rivales, antes de que pudiera comprender lo que ocurría.
Su hijo, Antonio, fue alcanzado en la espalda y quedó postrado en una silla de ruedas. Los asesinos se sentían envalentonados, ante la visión de sus primeras víctimas y se afanaron en cargar sus armas para continuar.
Los Cabanillas ya no eran el único objetivo. Comenzaron a disparar a todo el que se movía. Araceli Murillo fue alcanzada y muerta en la puerta de su casa, igual que Manuel y Reinaldo Benitez y José Penco, que escapaban del lugar de los asesinatos.
Una pareja de la Guardia Civil también fue alcanzada, dentro del coche patrulla, antes de poder siquiera desenfundar sus armas reglamentarias.
Ante la presencia de la Benemérita, los hermanos izquierdo huyeron al monte, donde fueron encontrados horas después y arrestados. También se detuvo a las hermanas de los asesinos, Lucía y Ángela. Las autoridades determinaron que fueron las inductoras del crimen, y presentaban, igual que los hermanos, problemas psicológicos.
Al final, nueve cadáveres descansaron en las calles del pueblo, y quince personas fueron heridas.
Esta semana pasada murió en su celda el último de los asesinos, ahorcado por sus propias sábanas, cerrando uno de los puntos más oscuros de la Crónica Negra española.
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