Sé que es un tópico, pero la infancia es determinante a la hora de establecer un patrón de conducta que lleva a la aparición de los comportamientos que vamos viendo en esta sección.
Pocas veces los asesinos en serie, las bestias que pueblan estas páginas edición tras edición tienen la suerte de haber contado con unos primeros años “normales”, como debería ser. Muchos han sido maltratados, vejados y utilizados como víctimas propiciatorias de la maldad de sus progenitores.
El caso que conmocionó los países de Colombia y Ecuador, el que protagonizó Daniel Camargo, no se salva de esta especial característica.
Daniel nació en 1931, en un lugar tan bello como duro para sobrevivir, los Andes colombianos. Su madre murió cuando él contaba unos pocos meses de vida, y su padre rehizo su vida junto a otra mujer.
Los azares de la vida quisieron que esta segunda esposa no pudiera dar nueva descendencia al progenitor, y ella, apesumbrada, volcó todo su cariño hacia el pequeño Danielín.
Para empezar, se dirigía a él llamándole Danielita, y le vestía como una niña. Le peinaba como a tal, lo arreglaba para que pareciese una muchacha y lo enviaba de tal guisa al colegio.
Pese a estas dificultades en su crecimiento, logró obtener buenas notas en el colegio, aunque las vejaciones, abusos y palizas por parte de su padre, una hermana mayor y un tío, terminó viviendo en las calles de Bogotá, aprendiendo en ellas otro tipo de enseñanzas.
Al fin, encontró un remanso de paz: Alcira Castillo, con la que se casó el año 1960. La felicidad parecía que llamaba entonces a su puerta y que los años malos habían terminado.
Siete años después sorprendió a su mujer con otro hombre en la cama y algo se partió en su mente: toda la culpa de sus sufrimientos la tenían las mujeres. Ellas eran las culpables de todo, y ellas pagarían por todo.
Se fue de casa y decidió buscar a su media naranja en otro lugares. Si las mujeres eran el problema, debía acercarse a ellas mientras todavía no lo eran, mientras eran, a su modo de ver, “puras”, vírgenes.
En esa época tenía una amante, que le ayudó a buscar a las jóvenes vírgenes, a las pobres niñas a las que drogaba y violaba.
Por suerte, ninguna falleció a manos de este demente desatado y muchas denunciaron con éxito la agresión. A consecuencia de esta etapa, dio con sus huesos en la cárcel. En 1968 entró en prisión, donde permaneció cinco años.
Al salir, no pareció que había aprendido la lección y continuó con su trágica carrera de asaltos.
En esta fecha se registra su primer asesinato, aunque se sospechó que habían sido más. En un nuevo juicio se le condenó a 25 años en una prisión situada en la inhóspita isla de Gorgona, casi sin vigilancia, y de la que consiguió escapar tras pasar diez años allí.
En uno de los paseos que realizaban por la isla, encontró una barca, con la que se animó a realizar la larga travesía que le condujo hasta tierra. Fueron tres días sin agua ni comida, que pusieron a prueba todos los recursos de este hombre que sólo tenía una cosa en mente: llegar a salvo hasta su país y una vez allí, retomar su pérfida vida.
Sabedor de que en Colombia era sobradamente conocido, decidió cambiar de escenario y eligió la vecina Ecuador para establecer su domicilio.
Durante varias semanas, consiguió recuperar parte de su aspecto habitual y su fuerza y ánimo de siempre y comenzó a preparar su regreso al mundo oscuro.
Durante sus años en prisión no dejó de dar vueltas al motivo por el cual fue detenido tantas veces y la conclusión no dejaba lugar a dudas.
Las denuncias de sus víctimas eran las responsables de que diera con sus huesos en la cárcel, así que debía eliminar ese “pequeño inconveniente” y trabajar de manera de que nadie le volviera a denunciar.
Así, tomó la determinación de no dejar a ninguna de sus víctimas con vida.
Y esa decisión causó una época de terror y psicosis en la sociedad ecuatoriana durante algo más de un año
Y es que en Ecuador, Daniel Camargo dio rienda suelta a sus más terribles instintos. Carreteras, veredas, autopistas, pueblos y ciudades fueron sembrados de sangre y violencia por la mano de una sola persona.
Quince meses vagó por ese país la Bestia de los Andes, y no se sabe con seguridad cuantas jóvenes cayeron víctimas de su insaciable sed de sexo violento y cruel.
Se barajan varias cifras, que oscilan entre las 71 de los más optimistas y las 150 de los que creen que Camargo ha sido el mayor asesino en serie de esa zona del planeta.
En marzo de 1986 una patrulla de la policía reparó en un vagabundo, uno de los muchos que circulaban libremente por Ecuador. Llevaba una maleta que llamó su atención, así que le pararon.
Al abrirla, descubrieron una camisa ensangrentada, junto a más ropa con trazas de sangre. Algo no cuadraba en esa figura… En la comisaría, Camargo confesó 71 asesinatos y cientos de violaciones, pero tras comprobar casos abiertos, los agentes encontraron similitudes con otros ochenta casos.
Incluso a una de ellas le habían extraído los órganos internos, pero él se justificó diciendo que no había sido así: “solo le saqué el corazón, porque es el órgano del amor”, dijo.
Su justificación, la venganza por años de desprecios y humillaciones y su miedo a volver a la cárcel no convenció a nadie y fue condenado a 16 años de prisión, una pena ridícula teniendo en cuenta su historial.
En 1994 fue asesinado por el sobrino de una de sus víctimas, también interno en el mismo penal, poniendo fin a la vida de la Bestia de los Andes.
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