Tener una afición no es que sea algo malo, en absoluto. El problema puede venir cuando a esa afición se une la oscura mente de un asesino y un ladrón. La afición a los toros fue la causante, o al menos la excusa, para uno de los crímenes más escabrosos que vivió la provincia de Córdoba, el año 1890.
El 27 de mayo de ese año se produjo un acontecimiento grande en la plaza de toros de la capital andaluza: esa tarde toreaban juntos “Espartero”, “Lagartijo” y “Guerrita”, tres grandes de la época, cuya faena nadie quería perderse.
El asunto comenzó cuando un hombre nervioso llegó hasta el cuartel de la Guardia Civil de Córdoba y se derrumbó llorando en el despacho del Teniente Paredes. Se identificó como Braulio, el esquilmero de la finca “El Jardinito”, a la sazón propiedad del Duque de Almodóvar del Valle.
Entrecortadamente, contó como se había encontrado muertos al guarda, Pepe Vello, al arrendador, Rafael y a la casera, Antonia.
Alertados por el suceso, el teniente Paredes cogió a dos agentes y se dispuso a acompañar al empleado hasta el cortijo, con la intención de comprobar los hechos e investigar las muertes.
De camino, encontraron el cuerpo de José Vello, el guarda, con un disparo en el pecho. Unos metros más allá se pararon ante el cadáver de Rafael Balbuena, asesinado también por un disparo en el pecho.
Al llegar al cortijo, se acercaron hasta la casa, donde yacía, todavía viva pero herida de muerte, Antonia Córdoba, la casera.
Paredes intentó averiguar quien había sido el responsable del crimen, y consiguió obtener las últimas palabras de Antonia: “Cinta Verde”.
El teniente anotó en su cuaderno “Cintas Verdes o Cinta Verde”, y asumió que se trataba de un apodo, el malnombre del asesino.
Uno de los guardias reclamó entonces su atención, ya que había encontrado algo. Se trataba de dos de las hijas de Antonia, de tres y seis años. Ambas están degolladas y sus cuerpos sin vida, yacen en el suelo.
Un llanto ahogado les sacó de su conmoción. La hija pequeña de Antonia se había refugiado dentro de una tinaja y había conseguido sobrevivir a la terrible carnicería.
La niña, ya en brazos del Guardia Civil, consigue decir: “Cinta Verde, malo”. Una vez más, el nombre del asesino.
En la casa, descubrieron que se habían abierto armarios y forzado los arcones, incluso en la habitación de Antonia.
El Guardia Civil decidió preguntar a sus hombres si alguien conocía a algún paisano llamado así, hasta que un policía le contestó que podría tratarse de Pepillo Cintabelde, un ex-agente que había sido expulsado por ladrón unos años antes.
Junto al compañero de Cintabelde y dos agentes más, Paredes se dirigió a la casa de Pepillo, donde la mujer les dijo que se había ido a la corrida, que no había querido ni comer. Se había cambiado y había ido hasta la plaza de toros, sin pararse ni un momento.
Procedieron a registra la casa y no tardaron en encontrar una pistola y una camisa manchada de sangre. Ya tenían al asesino del cortijo “El Jardinito”, pero debían detenerlo antes de que huyera y se escondiera en el monte.
El Teniente fue a ver al gobernador de Córdoba, y le solicitó una cosa inédita en una corrida de toros, y más, en una de estas categorías. Pidió que tras la celebración, el público abandonara la plaza de uno en uno, para poder identificar y detener al asesino.
Así, tras la corrida, los agentes se apostaron en los accesos de la plaza, controlando, uno por uno a todos los asistentes. Finalmente, uno de los antiguos compañeros de Pepillo lo reconoció y lo detuvo.
Se le incautaron veintitrés duros de plata, que provenían, sin duda, del asalto al cortijo.
Todas las pruebas que le presentaron para que confesara no lograron que dijera nada, y negó una y otra vez su participación en los hechos. Hasta que Paredes le dijo que Antonia le había delatado antes de morir.
Entonces se derrumbó y confesó. Antonia solía darle dinero para sus vicios, y al negarse a darle para la entrada a la corrida, decidió matarla. Luego, descubierto por los dos hombres, los mató también.
En cuanto a las niñas, su explicación fue que “las niñas tienen lengua como los mayores”. Las mató para que no dijeran que había sido él.
Se mostró desafiante durante todo el juicio, pero al ser condenado a cinco penas capitales, se derrumbó. La sentencia se cumplió dos meses después.