lunes, 17 de marzo de 2008

Cayetano Santos Gordino, el Petiso Orejudo



Hasta ahora, los visitantes de esta sección han tenido una infancia problemática, que al culminar en la edad adulta, ha sido el detonante de una carrera criminal. Este caso es distinto. Ligeramente distinto.

La infancia de Cayetano Santos Gordino fue, sin lugar a dudas, la época más terrible para los niños de Buenos Aries. Y el responsable fue “El petiso Orejudo” y sus asesinatos de niños.

Cayetano nació los últimos años del siglo XIX, concretamente, el 31 de octubre de 1989, en el seno de una familia de inmigrantes italianos. Su padre, un violente alcohólico sufría la sífilis desde hacía años, y en consecuencia, el pequeño presentaba varios problemas de salud, hasta el punto de estar en varias ocasiones al borde de la muerte.

Pero el niño sobrevivió, saltando de escuela en escuela, siendo expulsado de varias a causa de su falta de interés y su comportamiento, claramente antisocial.

Y en esos primeros años, el pequeño Cayetano, comenzó su fulgurante y precoz carrera criminal.

Fue cuando contaba 7 años cuando la leyenda del Petiso Orejudo comenzó a formarse.

El 28 de septiembre de 1904, se hizo amigo de un niño de 2 años, Miguel de Paoli, al que engañó para llevarlo hasta un solar abandonado. Allí, el joven criminal decidió agredirle. Le golpeó con saña, hasta hacerle perder el sentido y lo lanzó sobre un montón de matojos, con la esperanza de ocultarlo. La suerte quiso que un policía acertara a pasar por allí y los trasladara hasta comisaría, donde fueron recogidos por sus respectivos padres. La Justicia, como suele ocurrir en estos casos, actúo con desidia y Cayetano volvió a su casa.

En 1905 se encapricha de una niña, que cuenta con 18 meses, Ana Neri. De nuevo, la presencia de un policía salva la vida de la víctima del Petiso, aunque se lleva un buen número de contusiones en la cabeza.

El primer asesinato, sin embargo, pasó totalmente desapercibido y sólo se descubrió años más tarde, cuando el criminal fue detenido e interrogado.

Aunque no se encontró el cadáver de María Roca Face, Cayetano reconoció haber enterrado el cuerpo en un solar. Por desgracia, ese solar se convirtió en un edificio de dos plantas y no se pudo actuar en él, por lo que no se pudo confirmar. Sí que constaba en Comisaría una denuncia sobre su desaparición, así que los agentes no dudaron de su palabra, dada su trayetoria. El Petiso confesó haberla enterrado viva, pero inconsciente, en una zanja.

Tenía tres años.

En aquella época, sus padres, impotentes ante su comportamiento, decidieron entregar al niño a las autoridades, reclamando ayuda para calmar sus actividades, que pasaban por apedrear e insultar a sus vecinos.

Pasó dos meses en reclusión y volvió a la calle, donde vagó sin oficio ni beneficio, sin asistir a la escuela y prisionero de sus desvaríos psicóticos.

En 1908 lleva a Severino González Caló, de 2 años, hasta una bodega frente a un colegio. Allí intenta ahogarlo en abrevadero para caballos. Lo tiró dentro y tapó el borde con una tabla, para evitar que escapase.

Por suerte fue descubierto de nuevo, aunque ideó una excusa en la que una mujer vestida de negro había acompañado a ambos menores hasta allí.

De nuevo, escapa impune.

Un niño de 22 meses es la próxima víctima y sus párpados sufren las quemaduras de cigarro provocadas por el terrible chico.

Sus padres vuelven a entregarlo a las autoridades, y pasa tres años en un correccional, de donde sale con más ganas de delinquir.

En 1911 comienza a salir de su barrio y a callejear por Buenos Aires.

A principios de 1912 acomete otra de sus grandes pasiones: el fuego. Conocido ya por su apodo, debido a su característico físico, quema un almacén. El fuego tarda cuatro horas en ser apagado, para el deleite del pequeño.

Un poco más tarde se descubre el cadáver de un niño de trece años. Confesaría ese crimen más adelante, igual que el de la niña Reyna Bonita Vainicoff, que fue quemada viva.

Se suceden los episodios de piromanía, acompañados de la muerte a cuchilladas de una yegua en una cuadra. La violencia contra los animales fue también una constante en su corta vida…

Hay también varios crímenes frustrados por la presencia de vigilantes y policías. Finalmente, su último crimen, el más documentado, fue el que ayudó a la policía a conducir hasta el más terrible asesino que aterrorizó a la sociedad bonaerense.

Otra vez con los caramelos como excusa, engañó a Gerardo Giordano, de dos años, para que le acompañara hasta una casa abandonada. Allí comenzó a estrangularlo, pero fue interrumpido, por puro azar, por el padre del niño que le buscaba. Cayetano consiguió engañarle, diciendo que no lo había visto y le invitó a poner una denuncia de desaparición en la Comisaría. Cuando se fue, al Petiso se le ocurrió una idea: clavar un clavo en la sien al niño. Lo mató sin miramientos y cuando se descubrió el cadáver, acudió al velatorio para comprobar si el clavo continuaba donde él lo dejó.

Afortunadamente, las pistas que dejó en el escenario del crimen condujeron a su detención e ingreso en prisión. Durante años fue víctima de la violencia de sus compañeros, que le veían como un depravado. Incluso le apalizaron salvajemente cuando tiró al gato que tenían como mascota al fuego. Durante 22 días estuvo en el ala médica del presidio y finalmente, murió en 1944, en el penal de Ushuaia, con unas severas heridas internas, provocadas por otra paliza.

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