
¿Qué alienta a un asesino a cometer los atroces actos que deja tras de sí a lo largo de su vida?
Una pregunta difícil, muy difícil de contestar…
En unos casos es el ansia de poder sobre sus víctimas, el poder sobre una presa sometida. En otros, se trata simplemente de desahogar una ira o una frustración arraigada en su mente. En otros casos, la pura demencia es la responsable.
Y en el caso que ocupa hoy la Crónica Negra, se trata de la religión, una manera extraña, perversa, de entender lo que debería ser una corriente filosófica y vital.
Y eso que la religión de la que Adolfo de Jesús Constanzo era sacerdote era de origen africano y sus métodos, muy alejados de lo que se considera aceptable.
Y es que el Palo Mayombe, una religión santera ampliamente arraigada en Haití y otras partes de Sudamérica puede contener algunos sacrificios, que también pueden ser humanos, para desgracia de los infortunados que caigan en sus redes.
Y es que Adolfo se crió con la santería en casa, ya que su madre, una cubana en el exilio, afincada en Miami, ejercía como santera. Su infancia fue dura, y tanto él como su progenitora fueron arrestados en varias ocasiones por vandalismo, robos y otros delitos menores. Ella siempre creyó que su pequeño hijo, al que tuvo a la edad de 15 años, tenía ciertos poderes psíquicos, que le ayudaron, en teoría, a predecir el atentado a Kennedy.
De cualquier forma, Adolfo se hizo discípulo de un sacerdote del culto, quien dicen que le enseñó ciertas prácticas para comenzar a ejercer como narcotraficante y preparar estafas relacionadas con la religión que ambos profesaban.
La carrera del llamado “Narcosatánico de Matamoros” había comenzado.
Con sólo 27 años, edad con la que fue detenido, había tejido un complejo entramado en el que el tráfico de marihuana desde Matamoros, ciudad fronteriza con Estados Unidos hacia este país era sólo la punta del iceberg.
Las investigaciones que comenzaron a descubrir la trama en que se había sumergido este brujo se horrorizaron al encontrar toda la maldad que vieron.
Entre sus esbirros y colaboradores, por cierto, se encontraban nombres relacionados con la Policía mexicana e incluso políticos locales.
Muchos personajes importantes de la sociedad mexicana, e incluso estadounidense, acudían a Adolfo para que este realizará algún sortilegio que le facilitara un negocio, le protegiera frente a un enemigo o maldijera a un enemigo, bajo los auspicios del Payo Mayombe, en una interpretación totalmente desquiciada de esta milenaria religión.
Paralelamente, un nutrido grupo de seguidores se encargaba de ir captando nuevos adeptos, auténtica carne de cañón para cumplir con sus negocios como narcotraficante.
Para ello, contó con la inestimable ayuda de una joven norteamericana. Joven, hermosa, activa y con unas grandes dotes para convencer a los incautos, Sara Villarreal Aldrete se convirtió en su amante y confidente, en su mano derecha
Los jóvenes incautos, o quizás no tanto, comienzaron a interesarse por las actividades de los “narcostánicos”, y se unen a la comunidad. Adolfo les aseguró que no tendrían que preocuparse más del dinero, ni de la moral imperante. Se convertirían en seres invulnerables, invisibles y poderosos, si siguen sus indicaciones.
Para ello, tenían que consumir una ganga, un brebaje que debían beber caliente, y que estaba compuesto por diversos ingredientes secretos. Entre ellos, el cerebro de una persona (mejor de un asesino o un loco, decían), varias extremidades amputadas, sangre humana, alcohol y otras substancias.
Para conseguirlas, no dudaban en secuestrar a turistas, vecinos de ambas partes de la frontera y ejecutarlos en asesinatos rituales.
En ocasiones, era Sara la que ejecutaba personalmente al incauto. Le colgaban de una soga, de manera que pudiera agarrarse con las manos, luchando para sobrevivir. Mientras se afanaba por respirar, bajaban la soga hasta un caldero con agua hirviendo, y por el camino, Sara le cortaba el miembro viril y los pezones con unas tijeras. La agonía duraba varias horas, e incluso en alguna ocasión, le abría el pecho con un gran cuchillo y todavía vivo, le arrancaba parte del corazón de un mordisco, mientras el pobre infeliz, todavía consciente y forzado a verlo todo, gritaba de puro dolor.
Mark Kilroy fue uno de las víctimas, y con parte de su columna vertebral, Adolfo se confeccionó un alfiler de corbata.
Finalmente, las autoridades consiguen suficientes pruebas para encerrar al lider de la secta y a todos sus acólitos, y comienza una persecución por todo México, que termina en un edificio de la capital.
El día 6 de mayo de 1989 la policía arrinconó a Adolfo, Sara y otros miembros de la banda y comienza un intenso tiroteo. Antes, el Padrino satánico había intentado negociar con las autoridades: si no les apresaban, daría todos los nombres de sus “clientes”, para que pudieran detenerlos.
Pero los doce asesinatos probados pesaban más que esta propuesta, y la policía estaba dispuesta a arrestarlo o liquidarlo.
Ante la presencia policial, los asesinos optaron por el suicidio. Adolfo se escondió en un armario y pidió a uno de sus secuaces que acribillara el mueble con él dentro. Quintana, su lugarteniente también se disparó y sólo tres personas quedaron vivas para ser detenidas. Una de ellas, Sara. Su testimonio fue vital para esclarecer las circunstancias de la tétrica historia.
Así terminó una época de terror y muertes atroces en México, que sirvió para que Álex ce la Iglesia creara una película basada en las correrías de estos dos psicokillers y sus compinches, con el título de Perdita Durango. Según el director, en la cinta suavizó los hechos porque sino, “nadie los habría creído”.