E incluso nuestro país ha sido protagonista de esta Crónica Negra, en la figura de alguno de los más sanguinarios asesinos en serie de las páginas de sucesos.
Uno de los que más nombre ha tenido, a causa de su crueldad y su activa carrera como asesino ha sido el de Manuel Delgado Villegas, llamado “El Arropiero”.
Este psicokiller español nació en 1943, unos años después de la funesta Guerra Civil, que marcó con sangre y fuego la vida de los españoles durante años.
Su familia era humilde, y su padre se ganaba la vida vendiendo arrope, un popular dulce realizado a base de higos, que hoy continúa siendo tan sabroso como entonces.
La muerte de la madre desencadenó el abandono por parte de su padre y Manuel comenzó un peregrinaje por casa de varios parientes.
La situación no era nada halagüeña. Las palizas se sucedían y los malos tratos provocaron una apatía en el colegio y en su vida social. No consiguió aprender a leer ni a escribir, y su comportamiento se tornó violento y agresivo.
Su sexualidad se decantó hacia la ambigüedad, y disfrutaba de encuentros con personas de ambos sexos, lo que ayudó a desequilibrar una mente que ya se debatía entre la normalidad impuesta y su realidad.
También padecía anaspermatismo, una enfermedad que se caracteriza por la ausencia de eyaculación, por lo que gozaba de cierta fama de “durar” en las relaciones, y se ganó el aprecio de prostitutas y homosexuales.
Su vida, sin embargo, distaba de ser un lecho de rosas. Frustrado por no poder obtener un orgasmo, entró en una espiral de autodestrucción que le llevó a alistarse en la Legión.
En esos años conoció y se aficionó a la marihuana y otras substancias adictivas, lo que le valió el ingreso en un centro de desintoxicación. Sin conseguir limpiar su organismo, comenzó a padecer ataques epilépticos, no se sabe con certeza si fingidos o reales, que provocaron su expulsión del cuerpo.
Comenzó entonces una temporada como mendigo, viajando por la costa mediterránea con el pillaje, la prostitución y el robo como fuentes de financiación. La Ley de Vagos y Maleantes, la tristemente popular “Gandula”, le catalogó como persona problemática y fue detenido en múltiples ocasiones, aunque nunca llegó a ingresar en prisión, quizás por sus continuos ataques epilépticos.
Pasaba unos días en un centro psiquiátrico y volvía a la calle, a continuar con su carrera delictiva.
Todo cambió a los 20 años de edad, en 1964. Su lista de delitos no pasaba de pequeños robos, proxenetismo y paso clandestino de fronteras. Nada grave hasta el momento.
En Garraf, una localidad cercana a Barcelona, se desencadenó la verdadera tragedia, el suceso que cambió la vida del “Arropiero”.
Se acercó a un hombre que descansaba en la playa. Se acercó y le golpeó con una piedra en la cabeza. Una vez muerto le saqueó los bolsillos. No sacó mucho: apenas unas monedas y un reloj. Comenzaba la terrible carrera del mayor asesino de los últimos tiempos en España.
Tres años pasaron hasta que la mente de Manuel se atreviera a cometer otro asesinato, que en esta ocasión tuvo como escenario la paradisiaca Ibiza.
Una joven de 21 años, cuyo novio había dejado en su apartamento, fue la víctima en esta ocasión.
En Madrid fue un conocido publicista, y en Barcelona, a uno de sus clientes sexuales. El empresario le prometió un dinero extra por la sesión habitual, pero al final, se negó a pagarle, y por ello, murió.
En 1969 mató a una mujer de 68 años y mantuvo relaciones con su cadáver durante tres noches seguidas.
Su locura no sólo no cesaba, sino que crecía con el tiempo.
En 1970 comenzó el principio del fin para su carrera delictiva. En el Puerto de Santa María, Cádiz, se reunió de nuevo con su padre, y comenzó una vida de trabajo junto a él en el pueblo.
Allí comenzó a salir con una muchacha que era conocida por su afición a los hombres. Disfrutaban de su relación como cualquier pareja, hasta que una noche, Manuel entabló una discusión con ella. Ella le insultó, diciéndole que no era hombre y que muchos habían estado con ella antes que él, y muchos lo estarían después. Manuel entró en cólera y la estranguló con sus propios leotardos. Ocultó el cuerpo en unos matorrales y volvió al pueblo.
Visitó el cuerpo en tres ocasiones más los días siguientes, hasta que, por fin, la Policía lo detuvo con la acusación de asesinato.
La lista de víctimas se reveló extensa. Sus viajes por Francia, Italia y la propia España dejaron un reguero de sangre, aunque sólo se pudieron probar ocho. Quedaban pendientes catorce más, que se investigaron sin éxito y otras 26 confesadas por él mismo.
Narró con exquisito detalle cada uno de los asesinatos, pero ni así consiguieron meterle en prisión. En base a la Ley de Enjuiciamiento Criminal se emitió un auto de sobreseimiento libre, por el que quedó archivada la causa y se le internó en un centro psiquiátrico penitenciario. Estuvo en Carabanchel, aunque visitó otros. Tras más de 20 años, acabó en Foncalén (Alicante), donde murió a causa de una Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica el día 2 de febrero de 1998.